Nietzsche y la voluntad de poder | por Martin Heidegger







"¿Pero entonces Nietzsche no es tan moderno como parece por el ruido que lo rodea? ¿Entonces Nietzsche no es tan revolucionario como él mismo hace ademán de serlo?" Friedrich Nietzsche  
 



Artículo del filósofo, ensayista y poeta alemán, Martin Heidegger, sobre la voluntad de poder.    



 
  

Por: Martin Heidegger

En La voluntad de poder, la «obra» que se tratará en esta lección, Nietzsche dice lo siguiente acerca de la filosofía: 

“«No quiero convencer a nadie a que se dedique a la filosofía: es necesario, quizás también deseable, que la filosofía sea una planta rara. Nada me repugna más que ese elogio profesoral de la filosofía que se encuentra por ejemplo en Séneca, o incluso en Cicerón. La filosofía tiene poco que ver con la virtud. Permítaseme decir que también el hombre de ciencia es algo fundamentalmente diferente del filósofo. Lo que deseo es que el auténtico concepto del filósofo no muera totalmente en Alemania.» (La voluntad de poder; n. 420).”.
 


A los veintiocho años, siendo profesor en Basilea, Nietzsche escribía: 


«Es en los tiempos de gran peligro en los que aparecen los filósofos —allí cuando la rueda gira cada vez más rápida—, ellos y el arte aparecen en lugar del mito que se diluye. Pero son enviados con mucha anticipación, porque la atención de los contemporáneos se vuelve hacia ellos sólo lentamente. Un pueblo que es consciente de sus peligros engendra al genio» (X, 112). 


«La voluntad de poder», esta expresión desempeña un doble papel en el pensamiento de Nietzsche: 


1) La expresión sirve de título para la obra filosófica capital que Nietzsche planeó y preparó durante años, sin llegar a consumarla.

2) La expresión es la denominación de aquello que constituye el carácter fundamental de todo ente. «La voluntad de poder es el hecho último al que descendemos» (XVI, 415). 


Es fácil ver la conexión que existe entre los dos usos de la expresión «voluntad de poder»: sólo porque desempeña el segundo papel puede y tiene que asumir también el primero.


En cuanto nombre para el carácter fundamental de todo ente, la expresión «voluntad de poder» da una respuesta a la pregunta acerca de qué es el ente. Desde antiguo ésta es la pregunta de la filosofía. Por ello, el nombre «voluntad de poder» tiene que aparecer en el título de la obra capital de un pensador que dice: todo ente es, en el fondo, voluntad de poder. Si para Nietzsche la obra que lleva ese título tiene que ser el «edificio principal», del que el «Zaratustra» sólo es el «pórtico», esto quiere decir que su pensamiento se mueve dentro del largo camino trazado por la antigua pregunta conductora de la filosofía: «¿qué es el ente?».  


¿Pero entonces Nietzsche no es tan moderno como parece por el ruido que lo rodea? ¿Entonces Nietzsche no es tan revolucionario como él mismo hace ademán de serlo? Dispersar estos temores no es tarea urgente y puede dejarse de lado. Por el contrario, la indicación de que Nietzsche se halla en el camino del preguntar de la filosofía occidental sólo tiene el sentido de aclarar que Nietzsche sabía qué es la filosofía. Este saber es poco frecuente. Sólo los grandes pensadores lo poseen. Los más grandes lo poseen de la manera más pura en la forma de una constante pregunta.


La pregunta fundamental, en cuanto pregunta auténticamente fundante, en cuanto pregunta por la esencia del ser, no es desarrollada como tal en la historia de la filosofía; también Nietzsche se queda en la pregunta conductora. 


La tarea de estas lecciones es la de aclarar la posición fundamental dentro de la cual Nietzsche desarrolla y responde la pregunta conductora del pensar occidental. Si en el pensamiento de Nietzsche la tradición anterior del pensamiento occidental se concentra y llega a su acabamiento en un respecto decisivo, entonces la confrontación con Nietzsche se convierte en una confrontación con todo el pensamiento occidental. 


La confrontación con Nietzsche ni ha comenzado ni están aún puestas las condiciones para ella. Hasta ahora, a Nietzsche se lo ha loado e imitado o insultado y utilizado. Su pensar y su decir nos son aún demasiado presentes. Entre él y nosotros no existe aún la separación y la con-frontación histórica suficiente como para que pueda crearse la distancia desde la que madure una apreciación de lo que constituye la fuerza de este pensador. 


Confrontación es auténtica crítica. Es el modo más elevado y la única manera de apreciar verdaderamente a un pensador, pues asume la tarea de continuar pensando su pensamiento y de seguir su fuerza productiva y no sus debilidades. ¿Y para qué esto? Para que nosotros mismos, por medio de la confrontación, nos volvamos libres para el esfuerzo supremo del pensar. 


Pero hace mucho tiempo que se cuenta en las cátedras de filosofía de Alemania que Nietzsche no es un pensador estricto sino un «filósofo-poeta». Nietzsche no pertenecería a aquellos filósofos que sólo piensan cosas abstractas y vagas, alejadas de la vida. Si se lo llama filósofo, habría que entenderlo como un «filósofo de la vida». Este título, que hace ya mucho que goza de predilección, tiene al mismo tiempo la función de alimentar la sospecha de que la filosofía sería, en los demás casos, algo para muertos y por ello básicamente prescindible. Esta opinión coincide perfectamente con la de aquellos que saludan en Nietzsche al «filósofo de la vida» que por fin ha barrido con el pensamiento abstracto. Estos juicios corrientes sobre Nietzsche son erróneos. El error sólo se reconoce si la confrontación con Nietzsche se pone en marcha a través de una confrontación simultánea en el ámbito de la pregunta fundamental de la filosofía. Previamente puede citarse, sin embargo, una frase de Nietzsche que proviene de la época en que trabajaba en La voluntad de poder. Reza así: «El pensamiento abstracto es para muchos una fatiga; para mí, en los buenos días, una fiesta y una embriaguez» (XIV, 2 )


¿El pensamiento abstracto una fiesta? ¿La forma más elevada de la existencia? Efectivamente. Pero, al mismo tiempo, tenemos que prestar atención al modo en que ve Nietzsche la esencia de la fiesta, a que sólo puede pensarla a partir de su concepción fundamental de todo ente, a partir de la voluntad de poder. «La fiesta incluye: orgullo, insolencia, desenfreno; el escarnio de todo tipo de seriedad y bonhomía; un divino decir sí a sí mismo desde una plenitud y perfección animal… estados todos a los que al cristiano no le está permitido decir sí honestamente. La fiesta es paganismo par excellence» (La voluntad de poder, n. 916). Por ello, podemos agregar nosotros, en el cristianismo no se da nunca la fiesta del pensar, es decir, no hay una filosofía cristiana. No hay ninguna verdadera filosofía que pueda determinarse desde algún lado diferente de sí misma. Por ello tampoco hay una filosofía pagana, especialmente si se tiene en cuenta que «lo pagano» sigue siendo algo cristiano, lo anticristiano. Difícilmente pueda designarse como paganos a los pensadores y poetas griegos. 

Las fiestas exigen una preparación larga y cuidadosa. En este semestre queremos prepararnos para esa fiesta, aunque no alcancemos al festejo y sólo presintamos el preludio de la fiesta del pensar, queremos llegar a saber en qué consiste la meditación y qué caracteriza al morar en el genuino preguntar. 

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