"El saber es un privilegio. La escuela es un privilegio. Y no queremos que sea así. Todos los jóvenes deben ser iguales en cuanto a conocimientos. El Estado no debe pagar la escuela de los imbéciles y de los mediocres, sólo porque son hijos de los ricos; tampoco debe excluir a los inteligentes y más que capaces, sólo porque son hijos del proletariado." Antonio Gramsci
Artículo del filósofo Antonio Gramsci, publicado por primera vez en Avanti!, el 24 de diciembre de 1916.
Por: Antonio Gramsci
Nuestro partido no ha decidido todavía un programa de educación firme, distinto de los tradicionales. Hasta ahora nos hemos contentado con seguir bajo un principio general: la necesidad de saber, ya sea en la enseñanza primaria, secundaria o incluso superior.
El breve debate que tuvo lugar en la última sesión del Consejo entre nuestros compañeros y representantes de la mayoría sobre el tema de los planes de formación profesional es digno de comentario, aunque sea un poco breve; un resumen. Las observaciones de nuestro compañero Zini ('en materia de formación del pueblo, las corrientes humanísticas y profesionales siguen en conflicto. Hay que saber combinarlas, pero no hay que olvidar que detrás del trabajador hay todavía un hombre, y no hay que quitarle la posibilidad de ampliar los horizontes de su espíritu, sólo para poder esclavizarlo inmediatamente, convertirlo en una máquina') y las protestas del consejero Sincero contra la filosofía (la filosofía encontrará adversarios, sobre todo cuando haga declaraciones que afecten a determinados intereses) no son simplemente períodos de conflicto que es inevitable que se produzcan de vez en cuando; son choques importantes entre personas que defienden principios fundamentales diferentes.
Nuestro partido no ha decidido todavía un programa de educación firme, distinto de los tradicionales. Hasta ahora nos hemos contentado con seguir bajo un principio general: la necesidad de saber, ya sea en la enseñanza primaria, secundaria o incluso superior. Éste es el principio que hemos expuesto, defendido con fuerza y energía. Podemos estar seguros de que la disminución de la tasa de analfabetismo en Italia no se debe tanto a las leyes de instrucción obligatoria, sino a la vida espiritual misma, a la conciencia de ciertas necesidades específicas en ese aspecto de la vida, que la propaganda socialista supo despertar en el proletariado italiano. Pero eso es todo lo que hemos hecho. Las escuelas en nuestro país han seguido siendo, en esencia, instituciones burguesas, en el peor sentido de la palabra. Las escuelas medias y secundarias, que pertenecen al Estado y, por tanto, se sostienen con los impuestos del pueblo, con impuestos que también paga el proletariado, no pueden ser frecuentadas por nadie más que los jóvenes hijos e hijas de la burguesía, que gozan de la independencia económica necesaria para poder realizar sus estudios al más alto nivel. El niño proletario, aunque sea inteligente y posea todas las facultades necesarias para ser un hombre de ciencia, se ve obligado a malgastar su talento en otras cosas, a convertirse en un rebelde o a instruirse; es decir (salvo algunas notables excepciones), se ve obligado a convertirse en un hombre a medias, en un hombre que no ha podido dar todo lo que podría dar si se hubiera completado y fortalecido con la disciplina que ofrece la escuela. El saber es un privilegio. La escuela es un privilegio. Y no queremos que sea así. Todos los jóvenes deben ser iguales en cuanto a conocimientos. El Estado no debe pagar la escuela de los imbéciles y de los mediocres, sólo porque son hijos de los ricos; tampoco debe excluir a los inteligentes y más que capaces, sólo porque son hijos del proletariado. La escuela media y secundaria debe ser para los que han demostrado ser dignos. Si es de interés general que existan, aunque estén sostenidas y reguladas por el Estado, también es de interés general que todas las personas suficientemente inteligentes tengan acceso a ellas, sea cual sea su situación económica. El sacrificio del colectivo sólo se justifica si es en beneficio de quienes realmente lo merecen. El sacrificio del colectivo debe hacerse para dar independencia económica a quienes tienen talento, para que puedan dedicar su tiempo completamente al estudio, para que puedan estudiar en serio.
El proletariado está excluido de las escuelas medias y secundarias debido a las condiciones sociales actuales, que hacen que haya una división del trabajo entre los hombres de una manera antinatural, que no se basa en la capacidad individual y, por lo tanto, devasta y corrompe la producción. Esta clase tiene que recurrir a escuelas subsidiarias, las de orientación técnico-profesional. Estas escuelas técnicas fueron establecidas sobre una base democrática por el ministerio Casati, pero, a causa de las disposiciones antidemocráticas del presupuesto estatal, han sufrido una transformación que ha destruido su propia esencia. Ahora se han convertido en su mayoría en accesorios de las escuelas clásicas, en una válvula de escape inocente de la obsesión de la pequeñoburguesía por encontrar un trabajo. Los precios de admisión, que aumentan constantemente, y las posibilidades prácticas que ofrecen para la vida, han convertido a estas escuelas en algo así como un privilegio. La mayoría del proletariado está excluido de ellas, automáticamente, a causa de la vida incierta y aleatoria que se ve obligado a llevar el asalariado, una vida que no va de la mano con el seguimiento de un curso de estudios.
El proletariado necesita una escuela neutral, que dé a los niños la posibilidad de educarse, de hacerse hombres, de adquirir los conocimientos generales necesarios para desarrollar su carácter individual. Una escuela humanista, pues, como la concibieron los antiguos y los más recientes hombres del Renacimiento. Una escuela que no hipoteque el futuro del niño ni constreñir su voluntad, su inteligencia, su conciencia, para ponerlo en camino con un destino fijo. Una escuela de libertad y de libre iniciativa, y no una escuela de sometimiento, donde los hombres están casi mecanizados. Incluso los hijos del proletariado deben tener el poder de elegir entre todas las posibilidades disponibles, todos los campos deben ser libres para ellos, para que puedan realizar su propio propósito individual de la mejor manera posible y, en consecuencia, de la manera más productiva posible, no sólo para ellos mismos sino para el resto de la sociedad. Las escuelas profesionales no deben convertirse en un caldo de cultivo para monstruos, educados secamente para un trabajo, sin que se les dé ideas amplias, conocimientos amplios, sin ningún espíritu en absoluto; sólo una mirada precisa y una mano firme. También mediante la educación profesional se puede permitir a los hombres salir de su infancia, siempre que esta educación sea precisamente eso: educativa, no meramente informativa, no sólo el estudio de procedimientos manuales. El consejero Sincero, que es industrial, no hace más que demostrar que pertenece a la burguesía dura cuando protesta de ese modo contra la filosofía.
Es cierto que para los duros industriales burgueses sería más útil tener máquinas-obreros en lugar de hombres-obreros, pero los sacrificios que hace la sociedad para progresar, para que los hombres mejores y más perfectos puedan escapar de su nido y contribuir a mejorar las cosas aún más, deberían producir una gran cantidad de beneficios que beneficien a toda la sociedad, no sólo a un tipo de persona o de clase.
Es un problema de derechos y de poder. Y el proletariado debe estar alerta para que no sufra aún más opresión, como ya ha sufrido tanta.