
"La angustia es el vértigo de la libertad." — Søren Kierkegaard
Por: José Daniel Figuera
El famoso cuadro El Grito de Edvard Munch no es solo una obra maestra del expresionismo, sino la manifestación visual perfecta de un concepto filosófico desarrollado décadas antes por Søren Kierkegaard. Ambos exploraron la angustia existencial, ese sentimiento profundo que surge cuando el ser humano enfrenta el abismo de su propia libertad en un universo sin significado predeterminado. Mientras Kierkegaard lo teorizó, Munch lo pintó con trazos que parecen sangrar.
Kierkegaard: el filósofo de la angustia
Søren Kierkegaard, en su obra El concepto de la angustia (1844), describió este sentimiento como fundamental para la existencia humana. No se trataba de miedo a algo concreto, sino de la conciencia ante las infinitas posibilidades de la libertad. "La angustia es el vértigo de la libertad", escribió, comparándola con el mareo que sentiría alguien mirando hacia un precipicio. Esta idea revolucionaria anticipó el existencialismo del siglo XX y encontró su equivalente visual en la obra de Munch.
El filósofo danés veía la angustia como una etapa necesaria en el camino hacia la auténtica existencia. A diferencia de la ansiedad patológica, la angustia kierkegaardiana era un signo de madurez espiritual, la señal de que el individuo había despertado a las profundas preguntas de la existencia. Este concepto filosófico encontraría su eco perfecto en la pintura de Munch medio siglo después.
Munch: el pintor de la desesperación
Edvard Munch, afectado por numerosas tragedias personales, creó El Grito en 1893 como parte de su serie El Friso de la Vida. La obra muestra una figura andrógina en un puente, con las manos en la cabeza y la boca abierta en un grito silencioso, mientras el paisaje parece derretirse a su alrededor. Munch escribió en su diario: "Sentí un gran grito en toda la naturaleza". Esta experiencia personal se convirtió en una de las imágenes más universales de la angustia humana.
Lo notable de El Grito es cómo logra transmitir visualmente lo que Kierkegaard había descrito con palabras. Los colores estridentes, las líneas sinuosas y la distorsión de la perspectiva crean una sensación de vértigo visual que corresponde perfectamente al "vértigo de la libertad" del que hablaba el filósofo. La figura central no grita por miedo a algo específico, sino por la angustia existencial pura, sin objeto definido.
El diálogo entre filosofía y arte
La conexión entre Kierkegaard y Munch no es directa - no hay evidencia de que Munch leyera al filósofo - pero muestra cómo ideas similares pueden emerger en diferentes disciplinas en momentos históricos particulares. Ambos captaron el espíritu de una época que comenzaba a cuestionar las certezas religiosas y metafísicas tradicionales. Mientras Kierkegaard lo hacía desde la reflexión teológica, Munch lo expresó a través de la experiencia sensorial directa.
Este paralelismo entre filosofía y arte nos recuerda que las grandes preguntas existenciales encuentran expresión en múltiples lenguajes. La angustia que Kierkegaard analizó con rigor conceptual, Munch la plasmó con una intensidad emocional que traspasa el tiempo. Juntos, filósofo y artista nos dejaron herramientas para comprender uno de los aspectos más profundos de la condición humana: nuestro terror y fascinación ante la libertad infinita.
En nuestra era de ansiedades globalizadas, donde la incertidumbre parece ser la única certeza, la obra de Munch y el pensamiento de Kierkegaard siguen ofreciendo un espejo inquietante pero necesario. ¿No será que, en el fondo, todos llevamos dentro nuestro propio grito existencial?