
"Gracias al desarrollo de la inteligencia artificial, además, las infraestructuras tienden a fundirse en el autómata global. La democracia no tiene ninguna posibilidad de defenderse de este sistema omnipotente y omnidestructivo. El Estado moderno ejerce el poder en nombre del gran capital nacional y para hacer frente a la fuerza de trabajo organizada debe plegarse a la democracia, alianza conflictiva entre la burguesía industrial y la clase obrera. "
Por: Franco Berardi
La subjetividad social está inervada por automatismos tecnolingüísticos: ésta es la sustancia del poder contemporáneo, que se basa en el formateo del lenguaje. Durante las últimas décadas, esta transformación del poder, que casi nada tiene que ver con el Estado, las leyes y la toma democrática de decisiones, ha sido objeto de la reflexión o de la imaginación de teóricos de formación marxista como Keller Easterling o tecnoliberal como Curtis Yarvin.
Sadoliberalismo del criptocódigo
Curtis Yarvin, también conocido como Mencius Moldbug, es uno de esos intelectuales que llevan hablando de Ilustración oscura (dark Enlightenment) desde principios de siglo. Sus tesis, que hoy se traducen en programa de gobierno, pueden resumirse así: la democracia es un experimento fallido, el igualitarismo es represión de la dinámica innovadora de la sociedad. Es deseable una forma de monarquía tecnocrática y para conseguirla hay que desmantelar las estructuras del Estado y sustituirlas por dispositivos de poder tecnofinanciero. En 2008 Yarvin público por entregas en su blog Unqualified Reservations un texto titulado «Patchwork» en el que proponía las líneas maestras de una filosofía ultrarreaccionaria, explícitamente genocida, que anticipaba las políticas del actual gobierno de Trump. El lenguaje es provocador, abiertamente racista, el tono sarcástico y despectivo. Pero no me interesa discutir el grado de cretinismo de este individuo. Me interesa entender hasta qué punto sus tesis van al corazón de la mutación contemporánea. Me interesa comprender las premisas conceptuales del tecnonazismo, que está tomando el poder en todo Occidente.
Yarvin escribe que el patchwork es «la sustitución completa del Estado por un sistema operativo [...]», que actúa en un gran número de territorios posestatales políticamente independientes, pero técnicamente regulados por el mismo algoritmo. Se trata de sustituir la ley por el código y de hacer accesible la propiedad encriptando los códigos puestos a disposición de los accionistas. El poder del reino está en manos de estos, que utilizan un algoritmo criptográfico para mantener el control de sus activos. El principio que regula estas unidades políticas posestatales que son los patch es el de la sociedad por acciones. En lugar de los ciudadanos del Estado democrático o los súbditos de la monarquía, los habitantes de estos patchs son los accionistas, cuyo poder es proporcional al número y al valor de las acciones que poseen y a las que pueden acceder gracias a claves cifradas. A estos accionistas no se les aplican los límites de la ley. Dice Yarvin: «Imponer la ley no significa estar limitados por la ley». Este es el sentido de la libertad presente en el corazón del sadismo liberal del patchwork.
Por supuesto, aquí surge inmediatamente un pequeño problema: no todos los humanos que habitan el planeta Tierra son propietarios de acciones encriptadas. Nuestro oscuro ilustrado se pregunta, pues, a quién se le permite vivir y a quién no. La respuesta es sencilla: cualquiera que no sea peligroso para los demás y pueda permitirse vivir en un determinado territorio tiene derecho a vivir. Muchos, sin embargo, no cumplen el segundo requisito, es decir, no tienen los medios para sobrevivir en ese territorio. ¿Qué hacemos con estos indeseables? La respuesta es contundente:
Primero vendemos las miserables viviendas en las que viven, lo sacamos todo a subasta y les rociamos con veneno para cucarachas, luego retiramos los escombros con una o dos excavadoras y, posiblemente, algún que otro bombardeo aéreo. En su lugar levantamos barrios residenciales para oligarcas rusos.
Por supuesto, el jovencito añade inmediatamente que está bromeando, tal es su magnanimidad. Sin embargo, eso es exactamente lo que están haciendo los oscuros ilustrados israelíes y lo que Trump ha propuesto como plan para el futuro de Gaza. Para los individuos sin propiedad ni poder, a los que podemos considerar como sujetos bajo tutela (Untermenschen) la mejor alternativa al genocidio es la virtualización, según el preclaro Yarvin.
Un individuo en confinamiento solitario permanente, encapsulado como una larva de abeja en una celda sellada se volvería loco, pero la celda contiene una realidad virtual inmersiva que le permite vivir una vida gratificante y rica en un mundo completamente imaginario [...]. Los mundos virtuales actuales ya son lo bastante excitantes como para distraer a mucha gente de su vida real. Y cada vez lo serán más. En este escenario no excluimos el empleo productivo y así, por ejemplo, estas personas tuteladas pueden trabajar en telepresencia. Como miembros de la sociedad, sin embargo, puede que ni siquiera existan. Como sus celdas están selladas y no necesitan guardias, la virtualización será mucho más barata que la detención actual.
A primera vista, uno podría considerar este proyecto el producto de un trastornado aquejado de psicosis sádica. Pero pensándolo bien, es una descripción de la sociedad neoliberal perfectamente concentracionaria, que se está implantando en la etapa actual. El trumpismo no hace más que correr el velo de esta realidad, que se está desplegando plenamente.
Infraestructuras extraestatales
El principio es el de la competitividad. Vence el más competitivo, cosa que nos vienen diciendo desde hace al menos cuarenta años. Ahora parece que los depredadores blancos lo han ganado todo, pero se trata de una impresión superficial. En realidad, el capitalismo desregulado ha destruido el planeta y el cerebro humano y ahora el peso de la devastación hace inmanejable el dominio de la civilización blanca por lo cual hay que recurrir a tácticas realmente fuertes. Una parte de la humanidad debe tomar resueltamente las riendas de la solución final: cierre del mundo blanco sobre sí mismo, inaccesibilidad de la fortaleza securitaria, genocidio. Conscientes de que lo han destruido todo, los vencedores lanzan el desafío terminal: eliminar a la mitad de la humanidad y convertir el Estado y el sistema internacional en un mosaico de empresas privadas.
Mientras el psicópata Yarvin habla de código encriptado que posibilita el acceso de unos pocos al poder y de células en las que encapsular a la masa de no propietarios, la arquitecta, urbanista y escritora Keller Easterling habla en su libro Extrastatecraft: The Power of Infrastructure Space (Verso, 2014) de las infraestructuras globales como plataformas de gobernanza técnica de las que depende la vida social y que funcionan como dispositivos que modelan las formas de interacción en función de finalidades que ya no pueden ser decididas por la política. El concepto de zonas infraestructurales permite a Easterling definir subconjuntos tecnológicos susceptibles de ser creados en cualquier lugar del mundo y que constituyen el software de un sistema operativo que se incrusta en las estructuras urbanas. Las infraestructuras son dispositivos en el sentido de formas que ordenan la relación entre elementos concretos:
Más que redes de tuberías y cables, las infraestructuras incluyen polos de microondas que parpadean desde los satélites y desde los innumerables dispositivos electrónicos atomizados que sostenemos en nuestras manos, los cuales reciben los impulsos de esas microondas, Extrastatecraft, cit., p. 11.
El poder que mueve las cosas, estructura las relaciones y gobierna los flujos, se encuentra cada vez menos en las instituciones políticas y cada vez más en estos dispositivos de telecomando de la acción colectiva, que no dependen del Estado, sino de las grandes corporaciones propietarias del hardware y sobre todo del software capaz de coordinar las infraestructuras y delimitar y guiar a través de ellas las acciones de los seres humanos. Gracias al desarrollo de la inteligencia artificial, además, las infraestructuras tienden a fundirse en el autómata global. La democracia no tiene ninguna posibilidad de defenderse de este sistema omnipotente y omnidestructivo. El Estado moderno ejerce el poder en nombre del gran capital nacional y para hacer frente a la fuerza de trabajo organizada debe plegarse a la democracia, alianza conflictiva entre la burguesía industrial y la clase obrera. La globalización ha destruido a la burguesía, sustituyéndola por la clase financiera desterritorializada y por la red de automatismos tecnolingüísticos.
Automatización del lenguaje
Tanto en el caso de Yarvin como en el de Easterling, yo diría que estamos hablando del hecho de que durante las últimas décadas se han ido creando las condiciones para una automatización cada vez más amplia e intensa del lenguaje humano. La gobernanza de las dinámicas caóticas es posible gracias a la automatización tecnolingüística. Los automatismos tecnofinancieros y tecnomilitares modelan el caos social y geopolítico sin pretender gobernarlo en el sentido político, voluntario y consensual. Lo que ha ocurrido en el siglo XX es la automatización del lenguaje humano a través de plataformas codificadas.