Zizek vs. Foucault: ¿Somos víctimas del control o cómplices de nuestra propia sumisión?





"El poder no solo disciplina cuerpos, también moldea deseos y significados en un juego constante de imposición y resistencia"


Žižek y Foucault difieren en su visión del poder: ¿es una red dispersa o un aparato ideológico centralizado? Un debate clave en la filosofía contemporánea.

Por: José Daniel Figuera

Michel Foucault y Slavoj Žižek son dos de los pensadores más influyentes de la filosofía contemporánea, pero sus interpretaciones del poder no podrían ser más opuestas. Mientras Foucault (autor de Vigilar y castigar) ve el poder como una red descentralizada que moldea cuerpos y subjetividades a través de instituciones y discursos, Žižek (quien en El sublime objeto de la ideología reformula el marxismo a la luz del psicoanálisis) insiste en que el poder opera principalmente a través de la ideología, una estructura simbólica que define lo que consideramos real. 

Este enfrentamiento no es solo teórico, sino que define dos formas distintas de comprender cómo funciona la dominación en el mundo moderno. ¿Es el poder un mecanismo difuso y descentralizado que nos disciplina sutilmente, como sugiere Foucault? ¿O es una maquinaria ideológica que nos engaña para aceptar nuestra propia opresión, como afirma Žižek?.



Para Foucault, el poder no es una fuerza que desciende desde una autoridad central, sino un flujo de relaciones que atraviesan la sociedad. No hay un solo opresor, sino múltiples formas de disciplinamiento que actúan en hospitales, cárceles, escuelas y discursos normativos. En Historia de la sexualidad, muestra cómo el Estado moderno no solo impone reglas, sino que administra la vida misma, regulando cuerpos y poblaciones en un ejercicio constante de normalización. Desde su perspectiva, el poder no se impone con violencia evidente, sino que nos hace creer que ciertos comportamientos son "naturales" o "correctos", llevándonos a interiorizar las normas sin necesidad de que alguien nos fuerce directamente. La verdadera genialidad del poder, según Foucault, radica en que consigue que la gente se discipline a sí misma sin necesidad de un gran dictador que dicte las órdenes. 

Žižek, en cambio, argumenta que el verdadero poder se encuentra en la estructura ideológica que determina lo que podemos pensar y percibir. Para él, la ideología no es solo un conjunto de creencias impuestas por los dominantes, sino la forma misma en la que experimentamos la realidad. En Bienvenidos al desierto de lo real, Žižek analiza cómo los sistemas de poder logran que sus sujetos participen en su propia dominación sin siquiera cuestionarla. No basta con que existan mecanismos de vigilancia y disciplina, como dice Foucault, sino que las personas deben aceptar y hasta desear esos mecanismos. La ideología nos vende la ilusión de que somos libres mientras seguimos atrapados en un marco de pensamiento que impide cualquier cambio real. Como él mismo ironiza, la ideología más peligrosa no es la que se nos impone con violencia, sino aquella que ni siquiera reconocemos como ideología.
 

La diferencia clave entre ambos pensadores radica en la forma en que conceptualizan la resistencia. Para Foucault, como explica en Defender la sociedad, el poder nunca es total: siempre hay fisuras y espacios donde los sujetos pueden subvertirlo. La resistencia no se da en un acto revolucionario definitivo, sino en pequeñas rupturas dentro del sistema, en prácticas marginales que desafían la normalización. Pero Žižek ve la resistencia como un proceso mucho más complejo, ya que la ideología es capaz de apropiarse incluso de las formas de disidencia. Un sistema puede tolerar la protesta, e incluso promoverla, sin que ello suponga un cambio estructural real. La rebeldía muchas veces es absorbida por el propio sistema y transformada en mercancía, volviéndose funcional al mismo poder que intenta desafiar. Este contraste se vuelve crucial cuando analizamos la era digital. 

Foucault nos permitiría ver cómo el control se fragmenta en redes de vigilancia, desde algoritmos hasta normas implícitas de comportamiento en redes sociales. Hoy en día, no es solo el Estado el que vigila y regula, sino que nosotros mismos nos exponemos voluntariamente a la observación y el juicio de los demás. Pero Žižek nos advertiría que el problema no es solo quién nos vigila, sino cómo hemos aprendido a desear esa vigilancia, participando activamente en nuestra propia exposición. No solo estamos vigilados, sino que hemos interiorizado el deseo de ser vistos, aprobados y validados dentro del sistema.

¿Quién tiene razón? La evidencia sugiere que ambos ofrecen una parte de la verdad. Si bien las relaciones de poder son múltiples y descentralizadas como afirma Foucault, Žižek acierta al señalar que el poder no solo disciplina cuerpos, también moldea deseos y significados en un juego constante de imposición y resistencia. La biopolítica puede administrar la vida, pero sin una ideología que legitime sus prácticas, difícilmente funcionaría. La clave del control moderno no está solo en la vigilancia externa, sino en la forma en que nos han enseñado a aceptar e incluso justificar la normalización del poder en nuestra propia existencia. El debate sigue abierto. Mientras que Foucault nos enseñó a buscar el poder en lo cotidiano, Žižek nos obliga a preguntarnos si esa cotidianidad es, en sí misma, una construcción ideológica. 

En tiempos de hiperconectividad y vigilancia algorítmica, tal vez la pregunta no sea quién controla el poder, sino cómo hemos aprendido a convivir con él sin percibirlo. Quizás, al final, la mayor trampa del poder no es su represión, sino su capacidad para hacernos creer que somos libres mientras seguimos atrapados en sus redes invisibles.
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