"El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social mediada por imágenes."
Guy Debord y la lógica del espectáculo en la era digital
Por: José Daniel Figuera
El espectáculo como sistema totalitario de representación
Debord define el espectáculo como "la afirmación omnipresente de la elección ya hecha en la producción y el consumo". En otras palabras, no es una simple colección de imágenes, sino una lógica de organización social que refuerza las relaciones capitalistas a través de la mediación visual. Esta perspectiva encuentra resonancia en los estudios culturales contemporáneos, como los de Jean Baudrillard, quien en Simulacra and Simulation (1981) amplía el concepto al sugerir que la realidad misma es sustituida por hiperrealidades construidas.
En las redes sociales, esta sustitución de la realidad por representaciones adquiere un carácter aún más penetrante. Las plataformas digitales no solo median las relaciones humanas, sino que las codifican en métricas de visibilidad: likes, seguidores y algoritmos determinan qué imágenes circulan y cuáles son marginadas. Así, el espectáculo se convierte en un mecanismo de control invisible que fomenta un sentido ilusorio de participación mientras perpetúa estructuras de poder preexistentes.
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La Sociedad del espectáculo, pelicula, 1988. |
La ilusión de conexión: alienación digital y consumo simbólico
La crítica de Debord se centra en cómo el espectáculo aliena al individuo al separar su vida de su representación. Este fenómeno, que en los años 60 se manifestaba principalmente en la televisión y la publicidad, ahora se multiplica en las redes sociales. Autores como Shoshana Zuboff, en The Age of Surveillance Capitalism (2019), explican cómo estas plataformas convierten cada interacción digital en datos comercializables, reforzando el carácter mercantil del espectáculo.
En este contexto, la promesa de conexión que ofrecen las redes sociales es paradójica. Mientras los usuarios se sienten "más conectados" que nunca, las relaciones auténticas se diluyen en un ciclo de autoexposición y consumo simbólico. La identidad se convierte en un producto diseñado para satisfacer las expectativas de un público anónimo, lo que Pierre Bourdieu denominaría un "capital simbólico" que se traduce en estatus dentro de las dinámicas del espectáculo digital.