La literatura y la izquierda | por George Orwell ~ Bloghemia La literatura y la izquierda | por George Orwell

La literatura y la izquierda | por George Orwell







"Que no nos guste la tendencia política de un escritor es una cosa, y que no nos guste porque nos obliga a pensar es otra, no necesariamente incompatible con la primera. " —George Orwell
 





Artículo del novelista, periodista, ensayista George Orwell, publicado en Tribune el 4 de Junio de 1943.


Por: George Orwell

Cuando aparece en el mundo un auténtico genio, lo reconoceréis por esta señal infalible: todos los necios se conjuran contra él. Así lo afirmó Jonathan Swift, doscientos años antes de la publicación de Ulises. Si consultamos cualquier manual deportivo o cualquier anuario, encontraremos muchas páginas dedicadas a la caza del zorro y de la liebre, pero ni una sola palabra sobre la caza del intelectual. Y, sin embargo, este es, más que ningún otro, el deporte británico característico; la temporada dura todo el año y disfrutan de él los ricos y los pobres por igual, sin complicaciones por lo que respecta al sentimiento de clases ni a la ideología política.

 

Y es que cabe destacar que, en esta actitud hacia los «intelectuales» — esto es, hacia todo escritor o artista que experimente con la técnica—, la izquierda no es menos hostil que la derecha. No es solo que el Daily Worker emplee «intelectual» como un insulto, en el sentido de «intelectualoide», casi tanto como lo hace la revista Punch, sino que son exactamente aquellos escritores que muestran originalidad y capacidad de perdurar en los que se centran los ataques de los doctrinarios marxistas. Podría enumerar una larga lista de ejemplos, pero estoy pensando especialmente en Joyce, Yeats, Lawrence y Eliot. A Eliot, en particular, la prensa de izquierdas lo machaca de un modo tan automático y rutinario como a Kipling, y esto por parte de críticos que hace apenas unos años caían extasiados ante las obras maestras, ya olvidadas, del Left Book Club.

Si le preguntamos a un «buen hombre de partido» (y esto sirve para casi todos los partidos de izquierdas) qué objeciones tiene contra Eliot, la respuesta que obtenemos se reduce en último término a lo siguiente: Eliot es un reaccionario (se ha declarado monárquico, anglocatólico, etcétera) y, además, es un «intelectual burgués» que ha perdido el contacto con el hombre común; por tanto, es un mal escritor. Esta afirmación contiene una confusión de ideas más o menos consciente que pervierte prácticamente toda la crítica político-literaria. 

Que no nos guste la tendencia política de un escritor es una cosa, y que no nos guste porque nos obliga a pensar es otra, no necesariamente incompatible con la primera. Pero tan pronto como empezamos a hablar de «buenos» y «malos» escritores, estamos apelando tácitamente a la tradición literaria y, por consiguiente, trayendo a colación un conjunto de valores totalmente diferentes. Porque ¿qué es un «buen» escritor? ¿Era «bueno» Shakespeare? La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que lo era. Sin embargo, Shakespeare es —tal vez incluso para los patrones de su época— un autor de tendencia reaccionaria, y también un escritor difícil, dudosamente accesible para el hombre común. ¿Dónde queda entonces eso de descalificar a Eliot por ser, por así decirlo, un monárquico anglocatólico aficionado a las citas latinas?

La crítica literaria de izquierdas no ha errado al insistir en la importancia del meollo de la cuestión. Puede que no haya errado siquiera, teniendo en cuenta la época en que vivimos, al exigir que la literatura sea por encima de todo propaganda. Donde ha errado ha sido al emitir lo que son juicios manifiestamente literarios con fines políticos. Por poner un ejemplo palmario, ¿qué comunista se atrevería a reconocer en público que Trotski es mejor escritor que Stalin, como por supuesto es? Afirmar que «X es un escritor de talento, pero es un enemigo político y tengo que hacer todo lo que esté en mi mano por silenciarlo» es bastante inofensivo. Incluso si acabamos silenciándolo con fusiles Thompson, no estamos pecando, en realidad, contra el intelecto. El pecado mortal consiste en decir que «X es un enemigo político; por tanto, es un mal escritor». Y si hay alguien que diga que estas cosas no ocurren, mi respuesta es, sencillamente, que busque en las páginas literarias de la prensa de izquierdas, desde el News Chronicle hasta el Labour Monthly, y a ver qué encuentra. 

Es imposible saber cuánto ha perdido el movimiento socialista mostrando su aversión por la intelligentsia literaria. Pero lo ha hecho, en parte confundiendo los panfletos con la literatura y, en parte, porque no hay espacio en él para la cultura humanista. Un escritor puede votar a los laboristas tan fácilmente como cualquier otro, pero lo tiene muy difícil para formar parte del movimiento socialista como escritor. Tanto al doctrinario educado en los libros como al político práctico lo tachan de «intelectual burgués», y no pierden la oportunidad de hacérselo saber. Tienen hacia su trabajo una actitud muy parecida a la que mostraría un corredor de bolsa aficionado al golf. La incultura de los políticos es un rasgo particular de nuestra época —como dice G. M. Trevelyan, «en el siglo XVII, los parlamentarios citaban la Biblia; en los siglos XVIII y XIX, los clásicos, y en el XX, nada»—, y su corolario es la impotencia literaria de los escritores. En los años posteriores a la última guerra, los mejores autores ingleses eran de tendencia reaccionaria, si bien la mayoría no participaban de forma directa en la política. Tras ellos, alrededor de 1930, llegó una generación de escritores que se esforzaron muchísimo por ser útiles de forma activa en el movimiento de izquierdas. Muchos de ellos se afiliaron al Partido Comunista, y allí tuvieron exactamente la misma acogida que habrían tenido en el Partido Conservador. Es decir, primero los trataron con paternalismo y recelo, y luego, al descubrir que los escritores no querían o no podían convertirse en discos de gramófono, los expulsaron. La mayoría se refugiaron en el individualismo. No cabe duda de que siguen votando a los laboristas, pero el movimiento ha desperdiciado su talento, y, lo que es peor, tras ellos llega una nueva generación de escritores que, sin ser estrictamente apolíticos, están ya de entrada fuera del movimiento socialista. De entre los jovencísimos escritores que inician ahora su carrera, los más dotados son pacifistas y unos pocos puede que tengan incluso una inclinación hacia el fascismo, pero no hay prácticamente ninguno para el que la mística del movimiento socialista parezca significar algo. La lucha de diez años contra el fascismo no tiene sentido ni interés para ellos, y así lo afirman abiertamente. Podríamos explicarlo de diversas maneras, pero es probable que la actitud desdeñosa de la izquierda hacia los «intelectuales burgueses» sea parte del motivo. 

Gilbert Murray explica en alguna parte que en una ocasión pronunció una conferencia sobre Shakespeare en un círculo de debate socialista. Al terminar pidió, como es habitual, si había alguna pregunta, y la única que le hicieron fue: «¿Shakespeare era capitalista?». Lo deprimente de esta historia es que bien pudiera ser cierta. Pensemos en sus implicaciones y tal vez vislumbremos los motivos por los que Céline escribió Mea culpa y Auden se está mirando el ombligo en Estados Unidos.


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