"Un buen entretenimiento es uno de los medios que uno se procura para olvidar la ausencia de Dios"
Artículo del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro "Gute Unterhaltung. Eine Dekonstruktion der abendländischen Passionsgeschichte" (Buen entretenimiento Una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión).
Por: Byung Chul Han
George Steiner tiene un concepto enfático de arte: arte es trascendencia y metafísica. En su interior el arte es religioso. Nos pone en un «contacto sagrado» con lo que «trasciende». Es una «epifanía hecha forma». «Algo se deja entrever». Todo arte «de forzosa grandeza» —Steiner nombra expresamente a Kafka— «nos remite […] a una dimensión trascendente», «a lo que se experimenta, ya sea explícita —es decir, ritual, teológicamente, en virtud de una revelación— o implícitamente, como situado fuera del ámbito inmanente y puramente mundano». Un «hálito visionario de extrañeza» aviva el arte. El arte conlleva siempre una «alteridad», un «aura de horror». El arte nos hace sentir que «somos vecinos cercanos de lo desconocido». También para Steiner es cierto que el arte es una Pasión. Únicamente la Pasión tiene acceso a la trascendencia:
“Nos guste o no, las sobrecogedoras y universales cosas inexplicables y el imperativo de búsqueda y aspiración, que también constituye el núcleo del hombre, nos sitúan en una vecindad inmediata con la trascendencia. La poesía, el arte y la música son el medio de esta vecindad”
Los artistas son homines doloris. Las «percepciones y configuraciones cognoscitivas en el juego de la noción metafísica, en el poema y en la música», dice Steiner, nos hablan «del dolor y la esperanza», de la «carne que sabe a ceniza». El duelo de la ceniza es el motor del arte. Todas las formas expresivas del arte son formas de la Pasión. «Han surgido de una inconmensurabilidad de la espera y de la expectativa». El verdadero arte como Pasión tiene presente la muerte. Su «seriedad» se debe al ser para la muerte. Una resistencia heroica a la mortalidad caracteriza el arte como Pasión. Por el contrario, el entretenimiento es inmanencia. No está cargado de potencial metafísico. Por eso es efímero y está consagrado a morir.
En lo referente a la teologización del arte Adorno está muy cerca de Steiner, pero piensa de manera mucho más diferenciada que él. A pesar de su propensión a la Pasión absoluta reconoce un cierto punto de convergencia entre el arte y el entretenimiento. Citemos de nuevo sus palabras: «La diversión, totalmente desinhibida, no sería solo lo opuesto al arte, sino también el extremo que lo toca». Cuando el entretenimiento también se desinhibe por su parte hasta convertirse en una pasión llega a tocar el arte. No solo la sublimación teológica del arte, sino del mismo modo también la desinhibición teológica del entretenimiento carece de serenidad. El puro sentido y el puro sinsentido convergen en una histeria.
La historia del arte no es forzosamente una historia de la Pasión. El dolor, el miedo y la soledad no son las únicas fuerzas motrices para la producción de formas artísticas. El presente del arte no tiene por qué consistir en remitir a la trascendencia. El arte de la inmanencia o el arte de lo efímero no es una contradicción. También le es inherente una relación totalmente distinta con la muerte y la finitud. Su expresión no es ni el reflejo del cadáver iluminado ni la resistencia heroica a la muerte. La Pasión kafkiana que lleva a la muerte tiene que dejar paso a una inocencia consciente. Robert Rauschenberg explica en una conversación su relación con la muerte:
BARBARA ROSE: En tus cuadros no hay muerte. […] Es interesante que a lo largo de todos los años en los que continuamente has emprendido nuevas direcciones en tu trabajo artístico jamás hayas acabado haciendo cuadros sobre la muerte.
ROBERT RAUSCHENBERG: Siempre he dicho que la muerte no tiene nada que ver con la vida. Son dos cosas distintas, y así debe ser. Si eso es inocente, entonces así debe ser. E inocencia no significa virginidad. La virginidad solo se tiene una vez. La inocencia hay que conservarla cada día.
Para Rauschenberg el arte no se define fuera del mundo, «fuera del ámbito inmanente y puramente mundano». Su arte es un arte de la inmanencia. No se aparta del mundo. Su arte se caracteriza por una afabilidad serena, por una «ternura» con el mundo: «Cierto. El nivel siguiente es la ternura. Aunque esté pasada de moda, eso no me impide enamorarme de ella». El arte de la inmanencia de Rauschenberg habita, corona, sublima lo cotidiano, lo efímero, lo finito. Si su arte es en general religioso, entonces se trata de una religión de la inmanencia o de la cotidianidad. Se trata de descubrir la espiritualidad de lo cotidiano, de lo discreto y de lo efímero. El artista hurga en el mundo, se vuelve amorosamente a las cosas cotidianas y narra la historia de ellas:
“Me gusta la experiencia de que una camisa se altera cuando se la saca al sol o cuando uno nada con ella o cuando un perro duerme encima. Me gusta la historia de los objetos”
Rauschenberg se distancia continuamente del arte de la trascendencia y de su pathos metafísico y religioso. También le resultaría muy chocante aquella Pasión de la verdad que es típica de Barnett Newman. Según Newman, la tarea del arte consiste en «sonsacarle la verdad a la nada». Arte significa vida. Vivir significa, y en eso Kafka sin duda tiene razón, renunciar al «autodeleite». Se trata por tanto de evitar la repetición del yo:
“No quiero que mi personalidad se vuelva nítida en la imagen. Por eso siempre tengo puesta la televisión. Y las ventanas abiertas ”
Rauschenberg deja las ventanas abiertas para que ninguna interioridad monádica obstruya su mirada al mundo. La televisión des-interioriza el yo, lo desvía hacia el mundo. Des-apasiona el yo. Es, por así decirlo, un instrumento para una distracción original. Uno es distraído de sí mismo y su atención es desviada al mundo. Evidentemente Rauschenberg hace un uso espiritual de la televisión. El arte es una distracción que desvía nuestra atención expresamente hacia el mundo. Las ventanas abiertas deben contrarrestar el hundimiento monádico en la interioridad sin mundo. El arte no tiene por qué surgir necesariamente de una vida que no se distraiga y que tenga presente la muerte. Rauschenberg comenta contra los artistas que solo pintan sus pesadillas, que solo habitan y enguirnaldan su interioridad:
"Opino que cuando trabajo miro a mi alrededor y absorbo lo que me rodea. Si he absorbido algo, si he tocado algo, si he movido algo, entonces comienza algo"
Se trata de desviar la atención del yo a las cosas que hay ahí afuera. Esta distracción penetra también el cuerpo: «Quiero liberar mi cuerpo, mi cabeza y mis pensamientos de mi ego». Precisamente esta liberación es la que no consiguió Kafka: «Escribir no me ha servido para rescatarme. Toda mi vida he estado muriendo y ahora moriré de verdad». También el miedo a la muerte en el que cayó Kafka guarda relación con una hipertrofia del yo:
“Además tengo que liberarme de mis miedos. Así es como podría mover libremente toda la energía que surge de la corporalidad. Creo que los miedos son lo mismo que el ego. Quizá ambas cosas estén emparentadas”
Menos ego significa más mundo. Y menos miedo significa más serenidad. La relajada relación que Rauschenberg tiene con el entretenimiento se basa también en la serenidad con el mundo:
“Me gusta la televisión y siempre la tengo puesta. No me gusta cuando la gente cambia constantemente de canal e interrumpen los programas. Prefiero tragarme entero un programa malo”
Rauschenberg señalaría que el entretenimiento también forma parte del mundo, que el televisor es también una ventana al mundo y que por eso lo deja puesto, igual que deja abierta la ventana, para que pueda dar su aprobación al entretenimiento sin ya por ello sucumbir a él. Su lema es no excluir nada:
BARBARA ROSE: Realmente tienes la necesidad de verlo todo e incluirlo todo.
ROBERT RAUSCHENBERG: Creo que se trata exactamente de eso.
BARBARA ROSE: Pero también está la necesidad de no excluir nada. Hay que meterlo todo. Incluir en lugar de excluir
Ser afable significa también «incluirlo todo». El lema del arte de Rauschenberg es: preparar una afable recepción al mundo y sus cosas. Por el contrario, el arte como Pasión es muy selectivo o excluyente. La afabilidad no es propia de él. El arte de la afabilidad de Rauschenberg explora un mundo distinto, una cotidianidad distinta, que es inasequible tanto al arte de la Pasión como al entretenimiento. Ni la Pasión ni el entretenimiento conocen el echar una mirada afable alrededor. Están aquejados de una ceguera. No conocen la serena afabilidad hacia el mundo
El arte de la afabilidad de Rauschenberg participa del mundo. Es uno de los posibles accesos al mundo. En este sentido no existiría una prioridad absoluta del arte. También la televisión es un acceso, una ventana al mundo, que por eso Rauschenberg deja siempre abierta. Los programas de televisión también contienen mundo. Rauschenberg objetaría a Heidegger que la televisión no significa forzosamente pobreza de mundo, que el mundo de Heidegger tiene su propia pobreza, que excluye muchas cosas, que al pensamiento de Heidegger le es inherente una peculiar distancia al mundo y que Heidegger no conoce ninguna serenidad con el mundo. Tampoco al cabo de quince años ha cambiado fundamentalmente su relación con el televisor. Lo único que le provoca desasosiego es la muerte, que desde entonces tiene más próxima:
“«Casi en cada habitación hay una televisión que está puesta veinticuatro horas al día. […] Simplemente las necesito. Si se estropearan todas, eso vendría a ser como la muerte. Me quedaría aislado de todo. Entonces ya solo me quedaría el arte»”