La Dualidad del Lenguaje en la Era Digital | por Byung Chul Han






 

"La hipercomunicación incrementa la entropía del sistema de comunicación. Genera basura comunicacional y lingüística." Byung Chul-Han 
 



Artículo del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro "Topologie der Gewalt" y que  explora cómo la hipercomunicación en la sociedad contemporánea genera una acumulación de basura lingüística y simbólica que resulta en una comunicación vacía y superficial. 



Por: Byung Chul-Han  
  
El lenguaje es un medio de comunicación. Como cualquier medio, se expresa tanto de un modo simbólico como diabólico. De ahí que se pueda hablar con propiedad de dos funciones del lenguaje, es decir, la simbólica y la diabólica.  





Quien establece el consenso como esencia del lenguaje pierde de vista lo diabólico de este. Quien, al contrario, lleva el lenguaje muy cerca de la violencia, ignora su dimensión simbólica, comunicativa. Symballein significa relacionar. Lo simbólico del lenguaje lo convierte en relacional, es decir, comunicativo. Pero con el symbolon se presenta, a su vez, el diabolon. Diaballein significa «separar y enemistar». El lenguaje no solo es relacional, sino también diabólico, lo que genera enemistad y ofensa. El lado constructivo, comunicativo del lenguaje le viene por el lado de lo symbolik. Los rasgos destructivos de este remiten a lo diabolik. 

El lenguaje es un medio de comunicación. Como cualquier medio, se expresa tanto de un modo simbólico como diabólico. De ahí que se pueda hablar con propiedad de dos funciones del lenguaje, es decir, la simbólica y la diabólica. Quien establece el consenso como esencia del lenguaje pierde de vista lo diabólico de este. Quien, al contrario, lleva el lenguaje muy cerca de la violencia, ignora su dimensión simbólica, comunicativa. Symballein significa relacionar. 

En la sociedad contemporánea, la hipercomuniación genera una spamización del lenguaje y la comunicación. Forma una masa informativa y comunicativa, que no es ni informativa ni comunicativa. No se trata únicamente de los spams en sentido estricto, que ensucian la comunicación cada vez más, sino también de la masa comunicativa, que surge de prácticas como el microblogging. La fórmula latina communicare significa «hacer algo conjuntamente, unir, dar o tener en común». La comunicación es un acto que origina una comunidad. Pero a partir de un punto determinado deja de ser comunicativa para ser solo acumulativa. La información, en este mismo sentido, es informativa porque genera una forma. A partir de un punto determinado, también la información deja de ser in-formativa, y pasa a ser deformativa. Aparece sin forma. La spamización del lenguaje viene de la mano de una hipertrofia del yo, que provoca un vacío comunicativo. Eso supone que se dé un giro poscartesiano. El yo cartesiano todavía es una figura frágil. Se funda en una duda radical. Nace como una suposición dudosa: 

“Por otra parte, mientras que rechazamos de este modo todo aquello de que podemos dudar, y aun fingimos que es falso, suponemos fácilmente que no hay Dios, ni Cielo, [ni Tierra], ni cuerpos, y que nosostros mismos no tenemos manos, ni pies, ni en fin, cuerpo; pero no podríamos suponer igualmente, que no somos, mientras dudamos de la verdad de todas estas cosas; pues es una contradicción concebir que lo que piensa no existe verdaderamente al mismo tiempo que piensa […]. «Pienso luego existo»”

El yo poscartesiano ya no es una suposición vacilante, sino una realidad masiva. Ya no es una deducción precavida, sino un posicionamiento primordial. El yo poscartesiano no tiene que negar al otro para urbicarse. En eso se distingue del sujeto de apropiación cartesiano, que se coloca, se define, se sitúa por medio de la negación del otro, que le fija su límite, su identidad, su territorio distinguiéndose del otro. La fórmula de Carl Schmitt ya no sirve para el yo poscartesiano, posinmunológico: «El enemigo es el cuestionamiento de nosotros como figuras». Según Schmitt, el yo debe su identidad a la «forma» del otro como enemigo, que sirve para negarlo. El sujeto poscartesiano carece de esta negatividad de la delimitación y la resistencia inmunológica. 

La postividad del yo poscartesiano supone una inversión absoluta de la enunciación cartesiana. Zygmunt Bauman, en su libro La vida como consumo, todavía utiliza la vieja fórmula cartesiana: «Compro, luego existo». Bauman ignora abiertamente la inversión poscartesiana de la fórmula, que tuvo lugar hace ya mucho tiempo. La fórmula cartesiana, «compro, luego existo», ya no funciona. Más bien debería rezar como sigue: «Soy, luego compro». «Soy, luego sueño, siento, amo, dudo, pienso; sum ergo cogito». Sum ergo dubito. Sum ergo credo, etcétera. Aquí se puede detectar la redundancia y recurrencia del yo-soy poscartesiano. Las prácticas como el microblogging también están dominadas por un yo hipertrofiado. Las tweets se reducen, al fin y al cabo, al yo-soy. Es posinmunológico. En el ilimitado espacio de la red se busca la atención del otro, en vez de defenderse o desmarcarse de este. 

Heidegger consideraría que el lenguaje poscartesiano del yo es un lenguaje poshermenéutico sin «mensaje». El «mensaje» o el «mensajero» de Heidegger sobresale en un espacio kerigmático oculto que escapa a la redundancia y la evidencia del yo-soy. En cambio, el lenguaje del yo-soy poscartesiano está despojado de toda ocultación, de todo secretismo. Habla una lengua poshermenéutica en su exposición desnuda sin secretos. Según Heidegger, hermenéutico significa estar «en la relación» con lo que está por encima del yo-soy autorreferencial.

A menudo, invocando a Lévinas, se piensa que el hecho de que yo hable ya es violencia . Al hacerme con la palabra, se la estoy quitando al otro. De ahí que el yo en sí sea violencia. Lévinas enfrenta este yo a una responsabilidad infinita que va más allá de «lo que le pueda o no haber hecho al otro», «de lo que podría haber sido o no mi gesto, como si yo estuviera condenado al otro». Me expone al otro. El otro, si no se da esta exposición radical, se resiste, según Lévinas, como un «coágulo» del yo. Del otro surge una «violencia» que me somete acusadoramente (accusatif) frente al acusado (accusé). Sin esta inclinación, el yo vuelve a dirigirse al rígido nominativo, el cual es violencia. La ética de Lévinas, al fin y al cabo, es una ética de la violencia. 

El yo poscartesiano no está «expuesto» al «otro» ni enredado en una relación de dominación de nominativo y acusativo. Aun así, no está libre de coacción. Se somete libremente a la coacción de exposición. Para Lévinas, la exposción al otro aumenta la «responsabilidad» frente al otro hasta «un desnudamiento más allá de la desnudez», «más allá de la piel». Aquí se trata de un sujeto ético en sentido estricto. El yo poscartesiano aparece, en cambio, como un sujeto estético, que se muestra hasta quedar despojado, pornográficamente desnudo. Su valor de exposición sirve para la explotación. El otro, para este yo despojado, aparece como espectador en tanto consumidor. El yo de Lévinas se sigue definiendo a partir de la negación del otro. Ocupa un lugar al excluir al otro. El sujeto poscartesiano, en cambio, no necesita la negación del otro para posicionarse. 

La hipercomunicación incrementa la entropía del sistema de comunicación. Genera basura comunicacional y lingüística. Michel Serres, en su ensayo El mal propio, remite la acumulación de basura y la contaminación del mundo a un furor apropiativo de origen animal. Los animales se apropian de su territorio marcándolo con su orina y excrementos apestosos. Hay quien escupe en la sopa para evitar que otros la disfruten. Los ruiseñores se apropian de su coto ahuyentando con su piar. Serres distingue dos tipos de basura. La dura se refiere a los restos materiales, como los vertederos gigantes, las sustancias contaminantes o los desechos industriales. La blanda, en cambio, está formada por basura lingüística, simbólica y comunicacional. El afán de apropiación asfixia al planeta con basura, con un tsunami de signos: 

“El planeta quedará completamente tomado por residuos y vallas publicitarias, mares repletos de basura, fosas oceánicas desbordadas, mares con cristales, restos y cáscaras… Cada uno de los peñascos, cada una de las hojas de los árboles, cada una de las parcelas de tierras agrícolas estarán llenos de publicidad; todas las plantas tendrán letras escritas […]. Como la catedral de la leyenda, todo quedará inundado por un tsunami de signos”

Los animales, para Serres, siguen siendo cartesianos, pues su apropiación territorial se guía por el esquema inmunológico. Se protegen de los otros cual enemigos con su orina y sus excrementos apestosos. En este sentido, Serres escribe: «Descartes, el pobre, confirma nuestras costumbres bestiales». Hoy en día, la acumulación de basura y contaminación del mundo va más allá de la apropiación «cartesiana». También ahí reside el giro poscartesiano. La basura poscartesiana no apesta como los excrementos cartesianos. Se envuelve de lo bello, de una hermosa publicidad que tiene como objetivo captar la atención. La basura apestosa de Serres solo sirve para la apropiación animal: «Veremos y escucharemos los signos, que rápidamente acabarán tan mugrientos como los excrementos antes mencionados, y que con su dura blandura prolongan el antiguo gesto de la apropiación» 

La contaminación y la acumulación de basura del mundo hoy no pueden explicarse únicamente a partir de la demarcación territorial y la apropiación. Tienen lugar en un espacio que ha superado las fronteras y está desterritorializado. Tampoco se trata de conquistar territorios donde expulsar al otro, sino de captar la atención. Así pues, en la actualidad también la basura se positiviza. La basura negativa de la apropiación, con su hedor y su ruido, se protege del otro. Lleva a cabo una delimitación. La basura positiva, en cambio, compite por la atención del otro. Quiere gustarle. La exclusión define la basura negativa. La intencionalidad de la basura positiva pasa por la inclusión. No repele. Pretende ser agradable y atractiva. Los ruiseñores contemporáneos no pían porque quieren expulsar de su territorio a los otros. Más bien twittean porque buscan atención. 

La comunicación genera una proximidad. Pero más comunicación no significa de manera automática más proximidad. La ultraproximidad se transforma en algún momento en una indiferencia sin distancia. En eso reside la dialéctica de la proximidad. La ultraproximidad destruye cualquier proximidad que pudiera estar más cerca que la falta de distancia. Se trata de una proximidad invervada por la lejanía. Pero esta desaparece en un exceso de proximidad positiva. La masificación, el exceso de positividad, conlleva un embrutecimiento y una dispersión, una queratinización de la percepción, que la hace ciega frente a las cosas modestas, titubeantes, tranquilas, discretas, sutiles. Michel Serres escribe: 

“Las imponentes letras e imágenes nos empujan a leer, mientras que las cosas del mundo nos imploran sentido y dotación de sentido. Últimos ruegos; primeras órdenes. Nuestros sentidos crean el sentido del mundo. Nuestros productos tienen un sentido —débil—, que es más fácil de percibir cuanto menos elaborado y más próximo a la retractación está. Imágenes, basura pintada, logos, basura escrita; spots de publicidad, restos de basura musical. Estos signos modestos y vulgares se imponen a la percepción y modifican el paisaje silencioso, discreto, mudo, que dejará de ser visto, puesto que es la percepción la que salva las cosas”

Serres remite la acumulación de basura del mundo a la voluntad de apropiación del sujeto cartesiano. Pero la mera apropiación no permite aclarar la hipercomunicación y la sobreproducción, que escapa a la racionalidad económica. Incluso la apropiación de las bestias está habitada por una necesidad económica. El animal, con sus excrementos, se asegura el espacio vital necesario. La actual sobreproducción e hiperacumulación, en cambio, es transeconómica. Trasciende el valor de uso y va más allá de la relación entre medios y fines. El medio ya no tiene como fin sus fronteras, su delimitación. Se vuelve autorreferencial y desmesurado. El crecimiento queda demonizado como excrecencia. Todo crece por encima de sus determinaciones, lo cual lleva a la adiposidad y a la obstrucción del sistema: «Se han producido y acumulado tantas cosas que ya no tendrán jamás ocasión de servir […]. Se han producido y difundido tantos mensajes y señales que ya no tendrán jamás ocasión de ser leídos». La hipercomunicación sería, pues, una ficción ininterrumpida de la pantalla, que compensa el hipertrofiamiento, un «escenario forzado» que intenta equilibrar la privación de ser con un exceso de positividad.

La masa de comunicación, información y signos genera una violencia particular, una violencia de la positividad, que ya no ilumina ni revela, sino que solo actúa masivamente. La masa positiva sin mensaje dispersa, embrutece y paraliza. El «medio es el mensaje» de McLuhan se adapta a la época de la masificación de lo positivo con un pequeño cambio: el medio es el mass-age.
Artículo Anterior Artículo Siguiente