La crisis de la Verdad | por Byung Chul-Han ~ Bloghemia La crisis de la Verdad | por Byung Chul-Han

La crisis de la Verdad | por Byung Chul-Han


 

"Las teorías de la conspiración prosperan especialmente en situaciones de crisis. Hoy no solo existe una crisis económica y pandémica, sino también una crisis narrativa. Los relatos crean sentido e identidad. Por eso, la crisis narrativa conduce a un vacío de sentido, a una crisis de identidad y a una falta de orientación." Byung Chul-Han 
 



Artículo del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro "Infokratie. Digitalisierung und die Krise der Demokratie" y que  explora cómo el nuevo nihilismo en el siglo XXI, surgido de la distorsión de la información en la era digital, ha erosionado la creencia en la verdad y la facticidad, llevando a una crisis social y democrática. 



Por: Byung Chul-Han  
  
Un nuevo nihilismo se extiende en nuestros días. No se debe a que las creencias religiosas o los valores tradicionales estén perdiendo su validez. Ya hemos superado ese nihilismo de los valores que Nietzsche anunció con expresiones como «Dios ha muerto» o la «transvaloración de todos los valores».  





El nuevo nihilismo es un fenómeno del siglo XXI. Es fruto de las distorsiones patológicas de la sociedad de la información. Se alza cuando perdemos la fe en la propia verdad. En la era de las fake news, la desinformación y la teoría de la conspiración, la realidad y las verdades fácticas se han esfumado. La información circula ahora, completamente desconectada de la realidad, en un espacio hiperreal. Se pierde la creencia en la facticidad. Vivimos en un universo desfactificado. Junto con las verdades fácticas desaparece también el mundo común al que podríamos referirnos en nuestras acciones. 

A pesar de su radicalismo, la crítica de Nietzsche a la verdad no pretende su destrucción, pues no niega la propia verdad. Solo expone su origen moral. La verdad se deconstruye, es decir, se reconstruye genealógicamente. La verdad es, según Nietzsche, una construcción social que sirve para hacer posible la convivencia humana. La dota de un fundamento existencial: «El impulso a la verdad comienza con la observación intensa de cómo se contrapone el mundo verdadero y el de la mentira, y cómo toda vida humana es insegura cuando la verdad-convención no tiene validez en absoluto: es una convicción moral de la necesidad de una convención fija para que pueda existir una sociedad humana. Si el estado de guerra debe cesar en cualquier parte, entonces debe comenzar con la fijación de la verdad, es decir, con una designación válida y vinculante de las cosas. El mentiroso usa las palabras para hacer que lo irreal aparezca como real, es decir, hace un uso impropio del fundamento sólido» . La verdad impide que las diferentes pretensiones de validez conduzcan a un bellum omnium contra omnes, a la división total de la sociedad. Como convención necesaria, mantiene unida a la sociedad. 

La crítica de Nietzsche a la sociedad sería hoy más radical. Nos corroboraría que entretanto hemos perdido por completo el impulso a la verdad, la voluntad de verdad. Solo una sociedad intacta desarrolla el impulso a la verdad. La disminución de este impulso y la disgregación de la sociedad están interconectados. La crisis de la verdad se extiende cuando la sociedad se desintegra en agrupaciones o tribus entre las cuales ya no es posible ningún entendimiento, ninguna designación vinculante de las cosas. En la crisis de la verdad, se pierde el mundo común, incluso el lenguaje común. La verdad es un regulador social, una idea reguladora de la sociedad. 

El nuevo nihilismo es un síntoma de la sociedad de la información. La verdad ejerce una fuerza centrípeta que mantiene unida a una sociedad. Y la fuerza centrífuga inherente a la información tiene un efecto destructivo sobre la cohesión social. El nuevo nihilismo se gesta dentro del proceso destructivo en el que el discurso se desintegra en información, lo que conduce a la crisis de la democracia.

El nuevo nihilismo no supone que la mentira se haga pasar por verdad o que la verdad sea difamada como mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y mentira. Paradójicamente, quien miente de forma consciente y se opone a la verdad la reconoce. La mentira solo es posible cuando la distinción entre la verdad y la mentira permanece intacta. El mentiroso no pierde su conexión con la verdad. Su fe en la realidad no se tambalea. El mentiroso no es un nihilista. No cuestiona la verdad en sí misma. Cuanto más decididamente miente, más se reafirma la verdad. 

Las noticias falsas no son mentiras. Atacan a la propia facticidad. Desfactifican la realidad. Cuando Donald Trump afirma sin tapujos cualquier cosa que le convenga, no es el clásico mentiroso que tergiversa de manera deliberada las cosas. Más bien es indiferente a la verdad de los hechos. Quien es ciego ante los hechos y la realidad es un peligro mayor para la verdad que el mentiroso. El filósofo estadounidense Harry Frankfurt calificaría hoy a Trump de bullshitter. El bullshitter, el charlatán, no se opone a la verdad. Más bien es del todo indiferente ante la verdad. Sin embargo, la explicación de Frankfurt de por qué hay tanta bullshit hoy resulta inadecuada: «La bullshit es inevitable cuando las circunstancias obligan a la gente a hablar de cosas de las que no saben nada. Así, la producción de bullshit se ve estimulada cuando una persona se ve en la tesitura, o en la obligación, de tener que hablar de un tema que excede su nivel de conocimiento de los hechos relevantes sobre él. […] En la misma dirección va la creencia generalizada de que en una democracia los ciudadanos están obligados a formarse opiniones sobre todos los temas imaginables, o al menos sobre todas aquellas cuestiones que son relevantes para los asuntos públicos» . Si la bullshit se debe a un conocimiento insuficiente de los hechos, Trump no es un bullshitter. Al parecer, Harry Frankfurt no reconoce la crisis actual de la verdad. Esta no puede atribuirse a la discrepancia entre los conocimientos y los hechos o al escaso conocimiento de la realidad. La crisis de la verdad hace que la fe en los propios hechos se tambalee. Las opiniones pueden ser muy dispares; pero son legítimas, siempre que «respeten la verdad factual» . La libertad de expresión, en cambio, degenera en farsa cuando pierde toda referencia a los hechos y a las verdades fácticas. 

La erosión de la verdad comenzó mucho antes de la política de fake news de Trump. En 2005, The New York Times recurrió al neologismo truthiness como una de esas palabras que captan el espíritu de la época. La truthiness refleja la crisis de la verdad. Se refiere a la verdad como impresión subjetiva que carece de toda objetividad, de toda solidez factual. La arbitrariedad subjetiva que la constituye suprime la verdad. En ella se expresa la actitud nihilista hacia la realidad. Es un fenómeno patológico de la digitalización. No pertenece a la cultura de los libros. Es justo la digitalidad la que erosiona lo fáctico. El presentador de televisión Stephen Colbert, que acuñó la palabra truthiness, comentó en una ocasión: «I don’t trust books. They’re all fact, no heart». Trump sería así un presidente del corazón que hace poco uso de la mente. El corazón no es un órgano de la democracia. Cuando las emociones y los afectos dominan el discurso político, la propia democracia está en peligro. 

En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt decía que «Hitler difundió en millones de ejemplares que las mentiras solo pueden tener éxito si son enormes, es decir, si no se contentan con negar determinados hechos dentro de un contexto fáctico que se deja intacto, en cuyo caso la facticidad intacta siempre saca a la luz las mentiras, sino si mienten sobre la entera facticidad, de tal manera que todos los hechos concretos sobre los que se miente en un contexto coherente sustituyen el mundo real por otro ficticio». Hitler no era, según Arendt, un mentiroso corriente. Era capaz de esas mentiras que, en su enormidad y totalidad, producen una nueva realidad. Quien inventa una nueva realidad no miente en el sentido ordinario. 

Sin embargo, la relación entre ideología y verdad es mucho más compleja de lo que piensa Arendt. La ideología se viste de verdad. Así, Hitler también reivindicaba decididamente la verdad. No se abandona la verdad como instancia. Hitler difundía su ideología racista precisamente en nombre de la verdad. Siempre hacía que su propaganda apareciese bajo la luz de la verdad. Hay verdades, escribía Hitler, que están tan en la calle que por eso mismo no son vistas, o al menos no son reconocidas, en el mundo ordinario. Este pasa ante ellas a ciegas y se asombra cuando alguien descubre de repente lo que todo el mundo debería saber. Hitler utilizaba profusamente en Mi lucha la palabra «verdad». Se consideraba «guardián de una verdad superior» o de la «verdad radical» . Se distanciaba del «representante de la mentira y la calumnia » y se presentaba como el heraldo de la verdad. Calificaba a los judíos en particular de «artistas de la mentira». Les acusaba de ser difusores de una mentira total, pues su existencia se basaba en «una sola gran mentira» 

Incluso en el Estado totalitario de Orwell, la verdad persiste como instancia. Se basa en una enorme mentira que se presenta como verdad. El protagonista, Winston Smith, dice: «Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la historia y se convertía en verdad» . El partido miente, pero la enormidad de la mentira la convierte en verdad. Sigue haciendo uso de la instancia de la verdad. Así, el Ministerio de la Verdad desempeña un papel central en la distopía de Orwell. Tiene su sede en un enorme edificio piramidal escalonado de reluciente hormigón blanco que se eleva trescientos metros hacia el cielo. Ese edificio domina el paisaje urbano. Contiene tres mil habitaciones. El Ministerio de la Verdad se ocupa de las noticias, el ocio, la educación y las artes. Suministra a la población periódicos, películas, música, teatro y libros. Distribuye periódicos de escaso valor que contienen casi exclusivamente historias de crímenes y deportes, novelas baratas y canciones sentimentales de moda. Así se pretende evitar el pensamiento independiente de la población. En el Ministerio de la Verdad hay incluso todo un departamento que produce pornografía en enormes cantidades. Utiliza la pornografía como herramienta de dominación. Los adictos al porno o al juego no se rebelan contra el poder. 

La función capital del Ministerio de la Verdad es anular las verdades de hecho. La facticidad de los hechos queda anulada. Al ponerlo continuamente en consonancia con el presente, el pasado se desdibuja. Todos los documentos de los archivos se revisan sin cesar para ajustarlos a la línea actual del partido. Así, todos los registros existentes dan la razón al partido. El Ministerio de la Verdad practica la mentira total del modo más radical. No se limita a difundir fake news aisladas. Más bien mantiene a toda costa una realidad ficticia. Los hechos se desvirtúan o falsean hasta hacerlos encajar en el relato constructor de la realidad que el partido difunde. 

En el Ministerio de la Verdad, Winston se encarga de llevar a cabo falsificaciones. Sustituye los hechos del pasado que son desfavorables para el partido por otros inventados. Después de inventar a una persona ficticia, llamada Ogilvy, mientras reescribe un artículo de periódico, se dice a sí mismo: «El camarada Ogilvy, que nunca había existido en el presente, era ya una realidad en el pasado, y cuando quedara olvidado en el acto de la falsificación, seguiría existiendo con la misma autenticidad, con pruebas de la misma fuerza que Carlomagno o Julio César» . 

El fraude universal, la mentira total, también invade el lenguaje. Allí se inventa una neolengua (newspeak) que afianza la mentira total. El vocabulario se reduce de forma radical, y los matices lingüísticos se eliminan para impedir el pensamiento diferenciado. Los individuos quedan privados de la capacidad de reflejar en el pensamiento una realidad, un mundo, que no sea el del partido. En la mentira total, el propio lenguaje se retuerce y se adapta a la mentira. Las distinciones conceptuales claras se tornan imposibles. Así, los tres lemas del partido son: «La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza».

Las fake news de Trump están lejos de las enormes mentiras que crean una nueva realidad. Trump apenas usa la palabra «verdad». No miente en nombre de la verdad. Sus hechos alternativos no se condensan en un relato, un relato ideológico. Les falta continuidad y coherencia narrativas. La política de fake news de Trump solo es posible en un régimen informativo desideologizado. 

Hannah Arendt estaba todavía convencida de que los hechos, a pesar de su índole frágil, son «obstinados», de que tienen una «[extraña] resistencia», «resultado de algún desarrollo necesario que los hombres no pueden evitar — y por tanto no pueden hacer nada con respecto a ellos» . La obstinación y la resistencia de los hechos son ahora cosa del pasado.

El orden digital suprime generalmente la firmeza de lo fáctico, incluso la firmeza del ser, al totalizar la productibilidad. En la productibilidad total no hay nada que no pueda evitarse. El mundo digitalizado, es decir, informatizado, es todo menos obstinado y resistente. Más bien se deja moldear y manipular a voluntad. La digitalidad es diametralmente opuesta a la facticidad. La digitalización debilita la conciencia de los hechos y de la facticidad, incluso la conciencia de la propia realidad. La total productibilidad es también la esencia de la fotografía digital. La fotografía analógica certifica al espectador el ser de lo que realmente existe. Da testimonio de la facticidad del «Esto ha sido»  . Nos muestra lo que realmente existe. El «Esto ha sido» o el «Esto es ahora» es la verdad de la fotografía. La fotografía digital destruye la facticidad como verdad. Produce una nueva realidad que no existe al eliminar la realidad como referente. 

La información por sí sola no explica el mundo. A partir de un punto crítico, incluso oscurece el mundo. Recibimos la información con la sospecha de que su contenido podría ser diferente. La información se acompaña de una desconfianza básica. Cuantas más informaciones distintas recibimos, mayor es la desconfianza. En la sociedad de la información perdemos esta confianza básica. Es una sociedad de la desconfianza. 

La sociedad de la información refuerza la experiencia de la contingencia. La información carece de la firmeza del ser: «Su cosmología no es una cosmología del ser, sino de la contingencia». La información es un concepto con dos caras. Una cabeza de Jano. Como antiguamente lo sagrado, tiene «un lado benéfico y otro aterrador». Conduce a una «comunicación paradójica», porque «reproduce la seguridad y la inseguridad». La información crea una ambigüedad estructural básica. Como señala Luhmann, «el patrón básico de ambivalencia adopta nuevas formas de un momento a otro, pero la ambivalencia sigue siendo la misma. ¿Es acaso esto lo que se entiende por “sociedad de la información?”» 

La información es aditiva y acumulativa. La verdad, en cambio, es narrativa y exclusiva. Existen cúmulos de información o basura informativa. La verdad, en cambio, no forma ningún cúmulo. La verdad no es frecuente. En muchos sentidos se opone a la información. Elimina la contingencia y la ambivalencia. Elevada a la categoría de relato, proporciona sentido y orientación. La sociedad de la información, en cambio, está vacía de sentido. Solo el vacío es transparente. Hoy estamos bien informados, pero desorientados. La información no tiene capacidad orientativa. Incluso una comprobación en toda regla de los hechos no puede establecer la verdad, ya que es algo más que la corrección o exactitud de una información. La verdad es, en última instancia, una promesa, como se expresa en las palabras bíblicas: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» 

Incluso la verdad discursiva en el sentido de Habermas tiene una dimensión teleológica. Es la «promesa de alcanzar un consenso razonable en lo que se dice»  Como el «discurrir de la argumentación» que es, el discurso decide sobre el contenido de verdad de las afirmaciones. La idea de la verdad se funda en que la pretensión de validez de las afirmaciones sea discursivamente admisible. Es decir, las afirmaciones deben resistir frente a posibles contraargumentos y encontrar el asentimiento de todos los posibles participantes en el discurso. La verdad discursiva como entendimiento y consenso garantiza la cohesión social. Estabiliza la sociedad al eliminar la contingencia y la ambivalencia. 

La crisis de la verdad es siempre una crisis de la sociedad. Sin la verdad, la sociedad se desintegra internamente. Entonces se mantiene unida solo por relaciones económicas externas e instrumentales. Las evaluaciones mutuas, por ejemplo, que se practican hoy en todas partes, destruyen las relaciones humanas al someterlas a una absoluta comercialización. Todos los valores humanos se han vuelto en la actualidad económicos y comerciales. La sociedad y la cultura se están mercantilizando. La mercancía sustituye a la verdad. La información o los datos por sí solos no iluminan el mundo. Su esencia es la transparencia. La luz y la oscuridad no son propiedades de la información. Se dan, como el bien y el mal, o la verdad y la mentira, en el espacio narrativo. La verdad en sentido enfático tiene un carácter narrativo. De ahí que, en la sociedad de la información desnarrativizada, pierda radicalmente su significado. 

El fin de los grandes relatos, que da paso a la posmodernidad, se consuma en la sociedad de la información. Las narraciones se desintegran y acaban en informaciones. La información es lo contrario de la narración. El big data se opone al gran relato. No narra nada. «Digital» significa en francés numérique. Lo numérico y lo narrativo, lo contable y lo narrable, pertenecen a dos órdenes del todo diferentes. 

Las teorías de la conspiración prosperan especialmente en situaciones de crisis. Hoy no solo existe una crisis económica y pandémica, sino también una crisis narrativa. Los relatos crean sentido e identidad. Por eso, la crisis narrativa conduce a un vacío de sentido, a una crisis de identidad y a una falta de orientación. Las teorías de la conspiración como microrrelatos proporcionan aquí un remedio. Se asumen como recursos de identidad y significado. Por eso se extienden sobre todo en el campo de la derecha, donde la necesidad de identidad es muy pronunciada. 

Las teorías de la conspiración resisten a la verificación por los hechos porque son narraciones que, a pesar de su carácter ficticio, fundamentan la percepción de la realidad. Por tanto, son una narración de hechos. En ellas, la ficcionalidad se convierte en facticidad. Lo decisivo no es la facticidad, la verdad de los hechos, sino la coherencia narrativa que la hace creíble. Dentro de una teoría de la conspiración, que es un relato, la contingencia desaparece. Los relatos de la conspiración suprimen la contingencia y la complejidad, que son especialmente agobiantes en una situación de crisis. En la crisis pandémica, las meras cifras, como el «número de casos» o la «incidencia», acrecientan la incertidumbre porque no explican nada. El mero recuento despierta la necesidad de narraciones. De ahí que la crisis pandémica sea un caldo de cultivo para las teorías conspirativas. Con su explicación total o su mentira total, suprimen de golpe la agobiante incertidumbre y la inseguridad. 

La democracia no es compatible con el nuevo nihilismo. Presupone un discurso de la verdad. Sin embargo, la infocracia puede prescindir de la verdad. En su última conferencia, que pronunció poco antes de morir, Foucault habló del «coraje de decir la verdad» (parresía) como si previera la próxima crisis de la verdad, en la que perderíamos la voluntad de verdad. La «verdadera democracia» se guía (Foucault se refiere al historiador griego Polibio) por dos principios, la isegoría y la parresía. La isegoría se funda en el derecho que tiene todo ciudadano a expresarse libremente. La parresía, decir la verdad, presupone la isegoría, pero va más allá del derecho constitucional a tomar la palabra. Permite a algunos individuos «[al dirigirse a los otros,] decirles lo que piensan, lo que consideran cierto, lo que estiman verdaderamente cierto» . La parresía obliga a las personas que actúan políticamente a decir lo que es verdad, a preocuparse por la comunidad, utilizando el «discurso racional, el discurso de verdad»  . Quienes se manifiestan con valentía, a pesar de todos los riesgos que ello comporta, están ejerciendo la parresía. La parresía crea comunidad. Es esencial para la democracia. Decir la verdad es un acto genuinamente político. La democracia está viva mientras se ejerce la parresía: «En primer lugar, creo que hay que tener presente que esa parresía […] está ante todo profundamente ligada a la democracia. Y podemos decir que hay una especie de circularidad entre democracia y parresía […]. Para que haya democracia, es preciso que haya parresía. Pero a la inversa, […] la parresía es uno de los rasgos característicos de la democracia. Es una de sus dimensiones internas» . La parresía como valor para decir la verdad, la «parresía valerosa» es la acción política por excelencia. A la verdadera democracia le es inherente algo heroico. Requiere de aquellas personas que se atreven a decir la verdad, a pesar del riesgo que ello supone. La llamada «libertad de expresión», en cambio, solo concierne a la isegoría. Solo la libertad de decir la verdad crea una verdadera democracia. Sin ella, la democracia se aproxima a la infocracia. 

La política es también un juego de poder. La palabra dynasteia designa el ejercicio del poder, el «juego mediante el cual el poder se ejerce efectivamente en una democracia». Sin embargo, en la democracia la dynasteia no es ciega. No es un fin en sí mismo. El juego del poder debe mantenerse en el marco de la parresía. Esta lo limita y lo abriga. Cuando el juego del poder cobra vida propia, la democracia está en peligro. Donald Trump, por ejemplo, encarna el poder político que ha perdido toda relación con la parresía. Como oportunista, está orientado únicamente a conseguir el poder. Las fake news se utilizan como un medio para conseguir poder. 

Hoy la parresía degenera en una libertad concedida a todo el mundo para decir cualquier cosa; de hecho, cualquier cosa que a uno le guste o que le beneficie. Se hacen sin el menor escrúpulo afirmaciones que ni siquiera guardan relación con los hechos. La crítica de Platón a la democracia se dirige precisamente a esta forma de parresía. Según Platón, la democracia acaba produciendo una «ciudad llena de libertad y hablar franco (eleutheria y parresía)», una «ciudad abigarrada y variopinta», una «ciudad sin unidad en la cual cada uno da su opinión, sigue sus propias decisiones y se gobierna como quiere» . La democracia actual se encuentra en esta situación. Todo se puede afirmar sin más. Ello pone en peligro la unidad de la propia sociedad.

A la parresía entendida como libertad peligrosa de decir cualquier cosa, Platón opone la parresía buena y valerosa. El parresiasta se diferencia de todos aquellos oradores y políticos que, como populistas, buscan halagar al pueblo. Decir la verdad no está exento de peligro. Sócrates, en particular, encarnaba la parresía valerosa. En su discurso únicamente le preocupaba la verdad. Decir la verdad era su misión, de la que nunca se apartó hasta la muerte. Esto concordaba con su existencia como filósofo. Asumía el riesgo de morir. Foucault subraya enfáticamente el papel de Sócrates como parresiasta: «Tenemos aquí un ejemplo que prueba a las claras que, en democracia, uno se arriesga a morir si quiere decir la verdad en favor de la justicia y la ley. […] Es cierto que la parresía es peligrosa, pero también es cierto que Sócrates tuvo el coraje de afrontar sus riesgos» 

La filosofía se despide hoy de la verdad, de la preocupación por la verdad. Cuando Foucault describe la filosofía como «una especie de periodismo radical»  y se ve a sí mismo como «periodista», la compromete, y se compromete él, a decir la verdad. La filosofía es una forma de decir la verdad. Los filósofos, según Foucault, se ocupan ineludiblemente del «hoy». Ejercen la parresía en relación con lo que hoy acontece. Cuando Hegel considera que la tarea de la filosofía es captar su época en conceptos, se ve a sí mismo como un periodista. La preocupación por el presente como preocupación por la verdad lo es, en última instancia, por el futuro: «Creo que somos nosotros [los filósofos] los que hacemos el futuro. El futuro es la forma en que respondemos a lo que está sucediendo, es la forma en que hacemos un movimiento consistente en convertir la duda en verdad»  . La filosofía actual carece por completo de referencias a la verdad. Se aparta de la actualidad. Por eso es también una filosofía sin futuro. 

Platón representa el régimen de la verdad. En su alegoría de la caverna, uno de los prisioneros es conducido fuera de esta última. El hombre liberado ve la luz de la verdad en el exterior y vuelve a la cueva para convencer a los demás prisioneros de la verdadera realidad. Aparece como un parresiasta, como un filósofo. Los prisioneros, sin embargo, no le creen y tratan de matarlo. La alegoría de la caverna concluye con estas palabras: «[Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz,] ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?» 

Hoy vivimos presos en una caverna digital, aunque creamos que estamos en libertad. Nos encontramos encadenados a la pantalla digital. Los prisioneros de la caverna platónica se hallan intoxicados por imágenes narrativas míticas. La caverna digital, en cambio, nos mantiene atrapados en la información. La luz de la verdad se apaga por completo. No existe un exterior de la caverna de la información. Un fuerte ruido de información difumina los contornos del ser. La verdad no hace ruido. 

La verdad posee una temporalidad muy diferente de la de la información. Mientras que esta tiene una actualidad muy exigua, la duración caracteriza a la verdad. Por eso estabiliza la vida. Hannah Arendt subraya explícitamente el significado existencial de la verdad. La verdad nos proporciona un sostén. Es «el espacio en el que estamos y el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas» . La tierra y el cielo pertenecen al orden terreno, que en la actualidad va siendo sustituido por el orden digital. Hannah Arendt habita todavía el orden terreno. Para Arendt, la verdad posee la firmeza del ser. En el orden digital, la verdad deja paso a la fugacidad de la información. Hoy vamos a tener que conformarnos con la información. Es evidente que la época de la verdad ha terminado. El régimen de la información está desplazando al régimen de la verdad. 

En el Estado totalitario construido sobre una mentira total, decir la verdad es un acto revolucionario. El coraje de decir la verdad distingue al parresiasta. Sin embargo, en la sociedad de la información posfactual, el pathos de la verdad no va a ninguna parte. Se pierde en el ruido de la información. La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital. La verdad habrá sido un episodio breve. 
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