"¿Cuál será el andar del futuro? La época del peregrino o de la marcha ha quedado atrás para siempre. ¿Volverá el hombre a marchar sobre la Tierra tras una breve fase de merodeo? ¿O abandonará definitivamente el peso de la Tierra y del trabajo y descubrirá la ligereza del deambular, el vagabundear flotante en el ocio, es decir, el aroma de un tiempo flotante?"Byung-Chul Han.
Artículo del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, sobre el ser humano y la libertad.
Por: Byung Chul Han
Según Zygmunt Bauman, el hombre moderno es un peregrino que recorre el mundo como si se tratara de un desierto, dando forma a lo informe, prestando continuidad a lo episódico y haciendo un todo de lo fragmentario.
El peregrino moderno practica una «vida hacia». Su mundo está «determinado». La idea del «peregrino» de Bauman no se corresponde con el hombre moderno, pues el peregrinus se siente extranjero en esta tierra. No se siente en casa aquí. Por eso siempre está en camino hacia algún lugar. Para la modernidad desaparece la diferencia entre aquí y allí. El hombre moderno no avanza hacia un lugar, sino hacia un aquí mejor o distinto. En cambio, el peregrinus no conoce ningún progreso en el aquí. Su camino está lejos de ser «claro» o «seguro». La incertidumbre y la inseguridad forman parte del desierto. En contraposición al peregrino, que sigue un camino marcado, el hombre moderno se abre su propio camino. Más bien es un soldado, o un obrero, que marcha hacia una meta. El peregrinus está arrojado a su facticidad. El hombre moderno, en cambio, es libre.
La modernidad es una época desfactización (Defaktizierung) y libertad. Se libera del estar arrojado, y de aquel que la arroja o la proyecta, es decir, Dios. La desfactizacion y la secularización se basan en la misma hipótesis. El hombre se erige en sujeto de la historia, y se enfrenta al mundo como si este fuera un objeto que pudiera construirse. La producción ocupa el lugar de la repetición. La libertad ya no está definida por la facticidad. Antes de la modernidad, en cambio, el hombre seguía una trayectoria dada, que se repetía eternamente, como las órbitas de los cuerpos celestes. El hombre premoderno está arrojado a las cosas dadas, que acepta o sufre. Es un hombre de facticidad y repetición
La modernidad ya no se sostiene sobre una narración teológica. Sin embargo, la secularización no comporta una desnarrativización (Denarrativisierung) del mundo. La modernidad sigue siendo narrativa. Es una época de la historia, de una historia del progreso y de la evolución. Se espera que llegue una salvación futura dirigida al mundo interior. La narración del progreso o de la libertad otorga al tiempo un sentido y una significación. La aceleración resulta sensata y deseable en virtud de un objetivo que se espera que tenga lugar en el futuro. Se deja integrar en la narración sin problemas. De ahí que los progresos técnicos vayan acompañados de una narración prácticamente religiosa. Estos deben acelerar la llegada de la salvación futura. En este sentido, el ferrocarril se sacralizará como máquina del tiempo capaz de alcanzar más rápido el ansiado futuro en el presente.
“Nuestro siglo avanza sobre los raíles de hierro hacia un objetivo espléndido y grandioso. ¡Sobrevolaremos el camino espiritual que tenemos por delante a más velocidad que los espacios físicos! Y del mismo modo que estos bramantes colosos de vapor arrasan con cualquier obstáculo externo que, impertinente u osado, se cruza en su camino, nosotros también esperamos que, con su inmensa fuerza, aplaste cualquier obstáculo espiritual que intente oponer sus reproches y hostilidades. ¡El vagón de vapor triunfal todavía se encuentra al principio de su camino, y por eso avanza lentamente! Con ello se despierta la falsa esperanza de que se puede frenar; pero a medida que avance aumentará el vigor de su velocidad, y ¡superará a todos aquellos que quieran frenarlo poniendo palos a las ruedas de su destino!"
El autor de esta entrada de la enciclopedia Brockhaus relaciona el telos de una «humanidad que se determina a sí misma» con el progreso técnico. El ferrocarril es una máquina de aceleración que sirve para hacer realidad con más rapidez el sagrado objetivo de la humanidad. «La historia se ha dirigido desde siempre a este objetivo verdaderamente divino, pero gracias a las ruedas del ferrocarril, que avanzan embaladas, llegará unos siglos antes». La historia, como historia de salvación, sobrevive a la secularización en forma de una historia del progreso mundano. La esperanza de salvación religiosa deja lugar a la esperanza mundana de la felicidad y la libertad.
La intencionalidad de la modernidad es un proyectarse. Se dirige a un objetivo. Se mueve como si se encaminara hacia una meta. No se caracteriza por su paso tranquilo o un deambular sin rumbo. El hombre moderno solo tiene en común con el peregrino su determinación. El paso decidido es elemental para la sincronización y la aceleración. Precisamente la teleología del progreso, es decir, la diferencia entre el presente y el futuro, genera una presión aceleradora. Visto así, la aceleración es una manifestación típica de la modernidad. Presupone un proceso lineal. La aceleración no agrega ninguna cualidad nueva a los movimientos que no siguen una dirección ni tienen unos objetivos claros.
Tras la modernidad, o en la posmodernidad, la falta de teleología genera formas de movimiento y andares muy distintos. No hay un horizonte universal, una meta rectora hacia la cual marchar. De ahí que Zygmunt Bauman caracterice el callejear y el vagabundear como formas típicas del andar de la posmodernidad. Los sucesores de los peregrinos modernos son los paseantes y los vagabundos. Pero la sociedad actual no solo está privada del andar sosegado del flâneur, sino también de la ligereza flotante del vagabundear. Las prisas, el ajetreo, la inquietud, los nervios y una angustia difusa caracterizan la vida actual. En vez de pasear tranquilamente, la gente se apremia de un acontecimiento a otro, de una información a otra, de una imagen a otra. Esta premura y este desasosiego no son propios del callejear ni del vagabundear. Bauman hace un uso problemático y casi idéntico del callejear y del zapping. Estos expresarían la falta de lazo y compromiso posmodernos: «La libertad total se encuentra bajo la dirección de una pantalla, se vive en compañías de superficie y se llama zapping». El concepto de libertad resulta muy problemático. Ser libre no significa tan solo ser independiente o no tener compromisos. La ausencia de lazos y la falta de radicación no nos hacen libres, sino los vínculos y la integración. La carencia absoluta de relaciones genera miedo e inquietud. La raíz indogermánica fri, de la que derivan las formas libre, paz y amigo (frei, Friede, Freund) significa «amar» (lieben). Así pues, originariamente, «libre» significaba «perteneciente a los amigos o los amantes». Uno se siente libre en una relación de amor y amistad. El compromiso, y no la ausencia de este, es lo que hace libre. La libertad es una palabra relacional par excellance. La libertad no es posible sin un sostén.
Pero al faltar este apoyo, la vida actual no encuentra fácilmente el paso. La dispersión temporal no le permite mantener el equilibrio. Se tambalea. Ya no hay ritmos ni ciclos sociales estables que puedan aliviar la asignación temporal individual. No todo el mundo es capaz de definir su tiempo por sí mismo. La cada vez mayor pluralidad de los transcursos temporales desborda y sobreexcita al individuo. La ausencia de pautas temporales no comporta un aumento de la libertad, sino desorientación. En la posmodernidad, la dispersión temporal es una consecuencia del cambio de paradigma, que no puede atribuirse solo a la intensificación de la aceleración de los procesos vitales y productivos. La aceleración, en sentido estricto, es un fenómeno genuinamente moderno. Presupone un proceso de desarrollo lineal, teleológico. La teoría de la modernidad, partiendo de falsos supuestos, erige la aceleración en la fuerza motriz principal de la transformación de todas las estructuras sociales, a la vez que intenta explicar el cambio de estructura en la posmodernidad a partir de la lógica de la aceleración. El drama de la aceleración es un fenómeno de los últimos siglos. Se puede decir que se trata de un drama, puesto que la aceleración va acompañada de una narración. La desnarrativización (entnarrativisierung) desdramatiza la trayectoria acelerada y la convierte en un zumbido (schwirren) sin rumbo. Al fin y al cabo, el drama de la aceleración tampoco llegará a su fin cuando la velocidad de transmisión de los acontecimientos y las informaciones alcance la velocidad de la luz.
Se considera equivocadamente que las formas de organización características de la modernidad, que llevaron a la aceleración de los procesos de producción e intercambio, han desaparecido de las formas de organización posmodernas porque frenan la aceleración:
“Parece que las fuerzas dinámicas de la aceleración, siguiendo las exigencias de su propio desarrollo, crean por sí mismas las instituciones y prácticas que requieren para, tras alcanzar los límites de velocidad creados por ellas mismas, volver a superarlos. Desde esta perspectiva […] el aumento de la velocidad aparece como el momento motriz de la historia (moderna)."
Según la tesis, la identidad personal estable, que en la modernidad sirvió para dinamizar el proceso de intercambio, a partir de una determinada velocidad, y a causa de su falta de flexibilidad, volverá a perderse. Por tanto, todos los cambios de las estructuras sociales tras la modernidad o en la posmodernidad, como la erosión de las instituciones y la atomización de las estructuras sociales, son una consecuencia directa del intenso proceso de aceleración de la modernidad. Según este punto de vista, «la modernidad, por motivos de estructura temporal, se encuentra en transición, en sentido específico, hacia una fase pos-histórica y de igual modo pospolítica». La desnarrativización posmoderna, según esta problemática tesis, únicamente responde a una aceleración forzada de los procesos vitales y productivos. Pero en realidad, por el contrario, es la falta de gravitación temporal la que provoca el desequilibrio de la vida. Si la vida pierde el ritmo por completo, se generan alteraciones temporales. Uno de los síntomas de esta desnarrativización es el vago sentimiento de que la vida se acelera, cuando en realidad no hay nada que lo haga. Si se observa con detenimiento, se verá que se trata de una sensación de atolondramiento (Gehetztseins). La verdadera aceleración presupone un proceso con una dirección. La desnarrativización, sin embargo, genera un movimiento sin guía alguna, sin dirección, un zumbido indiferente a la aceleración. La supresión de la tensión narrativa comporta que los acontecimientos, al no estar ya encauzados en una trayectoria narrativa, deambulen sin rumbo.
Si uno tiene que estar constantemente empezando de nuevo, eligiendo una nueva opción o versión, es normal que se tenga la impresión de que la vida se acelera. En realidad, sin embargo, tiene que ver con la falta de una experiencia de la duración. Si un proceso, que sigue un curso continuado y se rige por una lógica narrativa, se acelera, esta aceleración no se impone a la percepción en cuanto tal. Será absorbida por la significatividad narrativa del proceso y no se considerará explícitamente una distorsión o una molestia. También la sensación de que el tiempo pasa mucho más rápido que antes tiene su origen en que la gente, hoy en día, ya no es capaz de demorarse, en que la experiencia de la duración es cada vez más insólita. Se considera, de manera equivocada, que el sentimiento de atolondramiento responde al miedo de «perderse algo»:
“El miedo a perderse cosas (valiosas), y el consecuente deseo de intensificar el ritmo vital, […] son el resultado de un programa cultural desarrollado en la modernidad, que consiste, a partir de la aceleración del «disfrute de las opciones del mundo», es decir, el aumento de la cuota de vivencias, en hacer que la propia vida sea más plena y rica en vivencias e incluso de este modo alcanzar una «buena vida». La promesa cultural de la aceleración se fundamenta en esta idea, y tiene como consecuencia que los sujetos quieran vivir más rápido”
Pero en realidad nos encontramos ante el caso contrario. Quien intenta vivir con más rapidez, también acaba muriendo más rápido. La experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena. Una sucesión veloz de acontecimientos no da lugar a ninguna duración. La satisfacción y el sentido no se dejan fundamentar en un cuerpo teórico. Una vida a toda velocidad, sin perdurabilidad ni lentitud, marcada por vivencias fugaces, repentinas y pasajeras, por más alta que sea la «cuota de vivencias», seguirá siendo una vida corta. ¿Cuál será el andar del futuro? La época del peregrino o de la marcha ha quedado atrás para siempre. ¿Volverá el hombre a marchar sobre la Tierra tras una breve fase de merodeo? ¿O abandonará definitivamente el peso de la Tierra y del trabajo y descubrirá la ligereza del deambular, el vagabundear flotante en el ocio, es decir, el aroma de un tiempo flotante?