"Es evidente que Europa ha abandonado todo en lo que durante siglos creyó —o, al menos, creyó creer: su Dios, la libertad, la igualdad, la democracia, la justicia."
Artículo del filósofo italiano Giorgio Agamben, publicado el 31 de Mayo del 2024, en su columna de la editorial Quodlibet, bajo el título "L’invenzione del nemico". Traducción: Bloghemia.
Por: Giorgio Agamben
Creo que muchos se han preguntado por qué Occidente, y en particular los países europeos, cambiando radicalmente la política que habían seguido en las últimas décadas, han decidido de repente convertir a Rusia en su enemigo mortal.
Una respuesta es, en realidad, sin duda posible. La historia muestra que cuando, por alguna razón, se pierden los principios que aseguran su propia identidad, la invención de un enemigo es el dispositivo que permite —aunque de manera precaria y en última instancia destructiva— hacer frente a ello. Es precisamente esto lo que está ocurriendo ante nuestros ojos.
Es evidente que Europa ha abandonado todo en lo que durante siglos creyó —o, al menos, creyó creer: su Dios, la libertad, la igualdad, la democracia, la justicia. Si en la religión —con la que Europa se identificaba— ni siquiera los sacerdotes creen ya, la política ha perdido hace tiempo la capacidad de orientar la vida de los individuos y los pueblos. La economía y la ciencia, que han ocupado su lugar, no son capaces de ninguna manera de garantizar una identidad que no tenga la forma de un algoritmo. La invención de un enemigo contra el que luchar con todos los medios es, en este punto, la única manera de llenar la angustia creciente frente a todo en lo que ya no se cree. Y no es ciertamente prueba de imaginación haber elegido como enemigo a aquel que durante cuarenta años, desde la fundación de la OTAN (1949) hasta la caída del muro de Berlín (1989), permitió llevar a cabo en todo el planeta la llamada guerra fría, que parecía, al menos en Europa, definitivamente desaparecida.
Contra aquellos que estúpidamente buscan encontrar de este modo algo en lo que creer, hay que recordar que el nihilismo —la pérdida de toda fe— es el más inquietante de los huéspedes, que no solo no se deja domesticar con mentiras, sino que solo puede llevar a la destrucción a quien lo ha acogido en su casa.