La riqueza es el SÍ mismo | por Slavoj Zizek ~ Bloghemia La riqueza es el SÍ mismo | por Slavoj Zizek

La riqueza es el SÍ mismo | por Slavoj Zizek






"Desde que uno empieza a hablar, la verdad está del lado de lo universal, de lo que se «dice efectivamente» y la «sinceridad» de nuestros sentimientos íntimos se vuelve algo «patológico» en el sentido kantiano, algo radicalmente no ético, que corresponde a la esfera del principio del placer." Slavoj Zizek 
 



Artículo del filosofo slovevo Slavoj Zizek, publicado en su libro "El mas sublime de los histericos:Hegel vs Lacan" (2011). 




  
Por: Slavoj Zizek 

Cuando en la Fenomenología del espíritu se habla de una «figura de la conciencia», la pregunta que uno debe hacerse siempre es: ¿dónde se repite, cuál es la figura ulterior, más rica, más «concreta» que, en la medida en que repite la figura originaria, nos ofrece quizá su clave? (Labarrière, 1968). En lo tocante al paso de la fisiognomía a la frenología, Hegel lo retoma en el capítulo sobre el Espíritu alienado, al hablar del paso del «lenguaje del halago» a la Riqueza.





El «lenguaje del halago» es el término intermedio de la tríada Conciencia noble —Lenguaje del halago— Riqueza. La conciencia noble presenta una posición de alienación extremada: sitúa todo su contenido en el Bien común cuya encarnación es el Estado; la conciencia noble sirve al Estado con devoción sincera y total como lo atestiguan sus actos. No habla: su lenguaje se limita a algunos «consejos» referentes al Bien común. Ese Bien es aquí una entidad enteramente sustancial, mientras que con el paso a la próxima etapa del desarrollo, se subjetiva: en lugar del Estado sustancial, se obtiene el Monarca que puede decir: «El Estado soy yo». Esta subjetivación del Estado implica un cambio radical en el modo de servir al Estado: «el heroísmo del servicio silencioso deviene heroísmo del halago» (Hegel, 1975, II: 71). El medio de la actividad de la conciencia ya no es el acto sino el lenguaje, el halago dirigido a la persona del Monarca que encarna al Estado. 

El trasfondo histórico de ese paso no es difícil de detectar: se trata de la mudanza del feudalismo medieval, con sus nociones del honor, del servicio fiel, etcétera, a la monarquía absoluta. Ahora bien, aquí estamos lejos de una simple corrupción, de que el servicio silencioso y abnegado haya degenerado en adulación hipócrita: el sintagma paradójico «el heroísmo del halago» no debe tomarse como una combinación irónica de dos nociones opuestas, se trata realmente de heroísmo en el sentido pleno del término. El «heroísmo del halago» es un concepto que debemos interpretar en el mismo registro que el de la «servidumbre voluntaria», pues anuncia el mismo atolladero teórico: ¿cómo la adulación, el halago, habitualmente percibido como una actividad no ética por excelencia, una persecución de los intereses «patológicos» de la ganancia y el placer, puede alcanzar una jerarquía ética, la jerarquía de un deber que va «más allá del principio del placer»? 

Según Hegel, la clave de este enigma está en la función que cumple aquí el lenguaje: por supuesto, en la Fenomenología, el lenguaje es el medio mismo del camino de la conciencia, hasta tal punto que cada etapa de ese camino, cada «figura de la conciencia» puede definirse por una modalidad específica del lenguaje; ya al comienzo, en la «certeza sensible», el movimiento dialéctico se pone en marcha por la discordia entre lo que la conciencia «quiere decir» y lo que efectivamente dice. El «lenguaje del halago», presenta, sin embargo, una excepción en esta serie: no es que aquí el lenguaje se reduzca a ser el medio del proceso, pero, como tal, llega a ser, en su forma misma, lo que está en juego en la lucha, «[el lenguaje tiene por contenido la esencia y es la forma de esta; pero aquí] recibe la forma que es como su contenido y vale como lenguaje; es la fuerza del hablar como tal la que realiza lo que hay que realizar» (Hegel, 1975, II: 69). 

Es por ello que no debemos entender el «halago» en un nivel psicológico, en el sentido de una adulación hipócrita y ávida: lo que allí se anuncia es, antes bien, la dimensión de una alienación propia del lenguaje como tal: es la forma misma del lenguaje que introduce una alienación radical, la conciencia noble revela la sinceridad de su convicción interior desde el momento en que comienza a hablar. Desde que uno empieza a hablar, la verdad está del lado de lo universal, de lo que se «dice efectivamente» y la «sinceridad» de nuestros sentimientos íntimos se vuelve algo «patológico» en el sentido kantiano, algo radicalmente no ético, que corresponde a la esfera del principio del placer. El sujeto puede tomar su halago como una simple simulación, puede pensar que la adulación no es más que un rito exterior que nada tiene que ver con sus convicciones íntimas y sinceras: el problema estriba en que desde que pretende simular, ya está siendo víctima a su vez de su propia simulación, en la medida en que no advierte que su verdadero lugar está precisamente ahí, en esa exterioridad vacía y lo que él toma por su convicción íntima no es más que la vanidad de su subjetividad nula. En términos más «modernos»: la «verdad» de lo que uno dice depende del funcionamiento performativo de la palabra, de la manera en que esta asegura (crea) el vínculo social y no de la «sinceridad» psicológica de lo que uno dice. El «heroísmo del halago» lleva esta paradoja a su extremo; su mensaje es el siguiente: «por más que lo que yo diga desmienta totalmente mis convicciones íntimas, sé que esta forma vaciada de toda sinceridad es más verdadera que mis convicciones y, en ese sentido, soy sincero en mi voluntad de renunciar a mis convicciones». 

He aquí como «halagar al Monarca contra la propia convicción» puede llegar a ser un acto ético: uno se somete a una obligación que desestabiliza la homeostasis narcisista, se «exterioriza» totalmente, pronunciando frases vacías que niegan la convicción íntima; uno renuncia heroicamente a lo que considera más precioso, a su «sentido del honor», a su consistencia moral. El halago realiza un vaciado radical de la «personalidad»; lo que queda es la forma vacía del sujeto, el sujeto como esa forma vacía. Encontramos una lógica completamente homóloga en el paso de la conciencia revolucionaria leninista a la conciencia posrevolucionaria estalinista: también en este caso, después de la revolución, el servicio fiel a la Causa se transforma necesariamente en el «heroísmo del halago» dirigido al Jefe, al sujeto que supuestamente encarna el poder revolucionario; también en este caso, la dimensión propiamente heroica de esa adulación consiste en que, en nombre de la fidelidad a la Causa, la persona está dispuesta a sacrificar la honestidad, la sinceridad misma: con la coerción suplementaria de que hasta está dispuesta a confesar esa insinceridad misma y proclamarse «traidor»… Ernesto Laclau tenía mucha razón cuando hizo notar que no basta con decir que el estalinismo sería un fenómeno eminentemente lingüístico: es necesario llegar a invertir esta proposición y a decir que, en un sentido inaudito, el lenguaje mismo es ya un «fenómeno estalinista». En el rito estalinista, en el halago vacío que mantiene unida a la comunidad, en la voz neutra, totalmente despsicologizada, que pronuncia «confesiones», se realiza, en la forma hasta el presente más pura, una dimensión que quizá marque lo esencial del lenguaje. No hace falta remitirse a los fundamentos presocráticos para «penetrar hasta los orígenes del lenguaje»: con la Historia del Partido comunista bolchevique basta y sobra. 

Ese sujeto «vaciado» de tal manera, ¿dónde puede encontrar su correlativo objetal? La respuesta hegeliana: en la Riqueza, en el dinero que obtiene a cambio del halago que prodiga. La proposición «la riqueza es el Sí mismo» repite en este otro nivel la proposición «el espíritu es un hueso»: en los dos casos, estamos ante una proposición a primera vista absurda, insensata, ante una ecuación cuyos términos son incomparables; en los dos casos, la misma estructura lógica del paso; el sujeto, que se pierde totalmente en el medio lingüístico (el lenguaje de los gestos y de las muecas; el lenguaje del halago), encuentra su correlativo objetal en la inercia de un objeto no lingüístico (el cráneo, el dinero). La paradoja, el sinsentido evidente de que el dinero, ese objeto inerte, exterior, pasivo, que puedo sostener en la mano, sería la encarnación inmediata del sí mismo, esa paradoja, no es menos difícil de aceptar que la proposición de que el cráneo sería la efectividad inmediata del espíritu. Su diferencia estriba en el punto de partida diferente del movimiento dialéctico; si uno parte del lenguaje en el sentido de los gestos y los ademanes del cuerpo, lo correlativo objetal del sujeto es que, en ese nivel, presenta el punto de la inercia total, el hueso, el cráneo, mientras que, si partimos del lenguaje en el sentido del medio de las relaciones sociales de dominación, el correlativo objetal que se ofrece es evidentemente el dinero como la materialización del poder social. 

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