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España y el Quijotismo | por Albert Camus








"Es cierto que todos los españoles pueden apelar a Cervantes. Pero ninguna tiranía ha podido nunca apelar al genio. La tiranía mutila y simplifica lo que el genio reúne en la complejidad." Albert Camus 
 



Artículo del filosofo y premio nobel de Literatura Albert Camus, publicado por primera vez en Le Monde Libertaire, n.º 12, noviembre de 1955, pág. 4. 




  
Por: Albert Camus 

En el año 1085, durante las guerras de reconquista, Alfonso VI, un rey inquieto que tuvo cinco mujeres, tres de ellas francesas, arrebató la mezquita de Toledo a los árabes. Advertido de que esta victoria había sido posible mediante una traición, mandó devolver la mezquita a sus adversarios y después reconquistó por las armas Toledo y la mezquita. La tradición española está llena de hechos semejantes, que no solamente son hechos de honor, sino, más significativamente, testimonios sobre la locura del honor.





En el otro extremo de la historia española, Unamuno, ante los que deploraban las escasas contribuciones de España al descubrimiento científico, dio esta respuesta increíble de desdén y de humildad: «Que inventen ellos». Ellos eran las demás naciones. En cuanto a España, tenía su propio descubrimiento, que, sin traicionar a Unamuno, podemos llamar la locura de la inmortalidad. 

En estos dos ejemplos, tanto en el rey guerrero como en el filósofo trágico, encontramos en estado puro el genio paradójico de España. No es sorprendente que, en el apogeo de su historia, este genio paradójico se haya encarnado en una obra a su vez irónica, de una ambigüedad categórica, que se convertiría en el evangelio de España y, por una paradoja complementaria, en el gran libro de una Europa sin embargo intoxicada por su racionalismo. La renuncia altanera y leal a la victoria robada, el rechazo testarudo de las realidades del siglo y finalmente la falta de actualidad, erigida en filosofía, encontraron en don Quijote un ridículo y real portavoz. 

Pero es importante señalar que estos rechazos no son pasivos. Don Quijote lucha y nunca se resigna. «Ingenioso y temible», según la antigua traducción francesa, es el combate perpetuo. Esta falta de actualidad es, pues, activa, estrecha sin tregua al siglo que rechaza y deja en él sus marcas. Un rechazo que es lo contrario de una renuncia, un honor que dobla las rodillas ante la humildad, una caridad que toma las armas, he aquí lo que encarnó Cervantes en su personaje al burlarse de él con una burla a su vez ambigua, la de Molière con respecto a Alceste, y que convence mejor que un sermón exaltado. Porque es cierto que don Quijote fracasa en el siglo y los criados lo mantean. Pero cuando Sancho gobierna su isla, con el éxito que conocemos, lo hace recordando los preceptos de su maestro, entre los que los dos principales son de honor, «Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte», y de caridad: «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia». 

Nadie negará que estas palabras de honor y de misericordia tengan hoy un rostro patibulario. Se desconfía de ellas en los ambientes de ayer; y, en cuanto a los verdugos del mañana, hemos podido leer de la pluma de un poeta de turno un hermoso proceso a don Quijote considerado un manual del idealismo reaccionario. En verdad, esta falta de actualidad no ha dejado de aumentar y hoy hemos llegado a la cumbre de la paradoja española, a ese momento en que don Quijote entra en prisión y su España sale de España. 

Es cierto que todos los españoles pueden apelar a Cervantes. Pero ninguna tiranía ha podido nunca apelar al genio. La tiranía mutila y simplifica lo que el genio reúne en la complejidad. En materia de paradoja, prefiere Bouvard y Pécuchet a don Quijote, que, desde hace tres siglos, no ha dejado tampoco de estar exiliado entre nosotros. Pero este exiliado, por sí solo, es una patria que reivindicamos como nuestra. 

Celebramos, pues, esta mañana, trescientos cincuenta años de falta de actualidad. Y los celebramos con esta parte de España que, a los ojos de los poderosos y los estrategas, carece de actualidad. La ironía de la vida y la fidelidad de los hombres han conseguido que este solemne aniversario esté colocado entre nosotros en el espíritu mismo del quijotismo. Reúne, en las catacumbas del exilio, a los verdaderos fieles de la religión de don Quijote. Es un acto de fe en aquel a quien Unamuno llamaba nuestro señor don Quijote, patrón de los perseguidos y los humillados, a su vez perseguido en el reino de los comerciantes y los policías. Aquellos que, como yo, comparten desde siempre esta fe, y que ni siquiera tienen otra religión, saben que es una esperanza al mismo tiempo que una certeza. La certeza de que, con cierto grado de obstinación, la derrota culmina en victoria, la desgracia flamea alegremente y la propia falta de actualidad, mantenida e impulsada a su término, acaba por convertirse en actualidad. Pero es necesario llegar hasta el final, es necesario que don Quijote, como en los sueños del filósofo español, descienda hasta los infiernos para abrir las puertas a los últimos entre los desventurados. Quizá entonces, en ese día en que, según las palabras inquietantes del Quijote, el arado y la azada estarán de acuerdo con la andante caballería, los perseguidos y los exiliados finalmente se unirán, y el sueño zaherido y febril de la vida se transfigurará en esta realidad última que Cervantes y su pueblo inventaron y nos legaron para que la defendiéramos, sin descanso, hasta que la historia y los hombres se decidan a reconocerla y aclamarla. 

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