Debate sobre la Posmodernidad | por Paulo Freire ~ Bloghemia Debate sobre la Posmodernidad | por Paulo Freire

Debate sobre la Posmodernidad | por Paulo Freire







"A lo largo de la historia se impuso a mujeres y hombres, por ejemplo, la necesidad de tener certezas respecto del mundo. Certezas contrarrestadas por dudas" Paulo Freire 
 




Artículo del filósofo y educador brasileño Paulo Freire, que forma parte de un Manuscrito enviado en ocasión de una conferencia en Malasia en 1993. 




  
Por: Paulo Freire 

Mis primeras palabras son para decir cuánto lamento la imposibilidad de estar presente en esta conferencia, de intercambiar ideas con sus participantes, de experimentar la comunicación con ellos y ellas aprendiendo y enseñando, puesto que es imposible aprender sin enseñar. 





En verdad me gustaría estar allí y oír con atención lo que mujeres y hombres de otras tierras, de otras culturas, tienen para decir de sus sueños o contra el acto de soñar, de las utopías o de su negación. No sólo me gustaría; necesito saber cómo caracterizan y definen la modernidad los participantes en la conferencia, porque de lo contrario no será posible hablar de la posmodernidad. Qué notas me hacen decir que alguien es un pensador posmoderno o puramente moderno de la educación. Me gustaría acompañar de forma activa los debates sobre si la posmodernidad es una provincia histórica en sí misma, una especie de momento sui generis dentro de la historia que inaugura una nueva historia, casi sin continuidad con lo que fue y lo que vendrá, sin ideología, sin utopías, sin sueño, sin clases sociales, sin lucha. Si efectivamente es un «tiempo redondo», «gordo», «liso», sin «aristas» en el que mujeres y hombres, experimentándose en él, acabarán por descubrir que su marca fundamental es la neutralidad. 

Sin clases sociales, sin lucha, sin sueños por los que pelear, sin necesidad de opción y por lo tanto sin ruptura, sin el juego de las ideologías que se chocan… seria el imperio de la neutralidad. Sería la negación de la historia. O por el contrario, si la posmodernidad —como la modernidad, como la tradicionalidad—, pese a su conjunto sustantivo de connotaciones, implica una necesaria continuidad que caracteriza a la historia misma en tanto experiencia humana cuya forma de ser se escurre de una provincia de tiempo a la otra. En este sentido cada provincia se caracteriza por la preponderancia, no por la exclusividad, de sus connotaciones. A mi entender la posmodernidad —como antes la modernidad y anteayer la antigüedad tradicional—, al condicionar a hombres y mujeres en ella insertos e involucrados, no mata ni mató lo que llamamos su naturaleza, que sin ser un a priori de la historia se constituye socialmente en ella y sólo en ella. 

Tal vez pueda decir, valiéndome de mi propio argumento, que la fuerza de la historia en cuya experiencia se constituyó o viene constituyéndose y reconstituyéndose la naturaleza humana es suficiente para rehacerla por completo, de modo tal que algún día los hombres y las mujeres ya no se reconozcan en líneas generales como seres siquiera remotamente parecidos a sus antepasados. 

Sin embargo, parece indiscutible que ciertas expresiones o ciertas formas de ser nosotros componentes de la naturaleza humana se exteriorizan en el tiempo y en el espacio de manera diferente. Sin embargo, esa manera diferente en que se manifiestan no las niega. 

A lo largo de la historia se impuso a mujeres y hombres, por ejemplo, la necesidad de tener certezas respecto del mundo. Certezas contrarrestadas por dudas.

A tal punto se impuso esta necesidad a los seres humanos que su ausencia era un obstáculo a la convivencia humana. Una de las características de la modernidad, proveniente de la cientificidad que se prolongó en cientificismo, fue la mistificación de la certeza. 

El pensamiento científico instauró dogmáticamente la certeza demasiado firme en la certeza. Exactamente como, antes de eso, la religiosidad había dogmatizado su certeza. 

Los métodos rigurosos para la aproximación y aprehensión del objeto mistificaron la certeza —antes de cualidad diferente— a falta de rigurosidad metódica. Fue esta rigurosidad metódica o su mistificación, o también la mistificación de la mayor exactitud de los hallazgos en la modernidad, la que negó la importancia de los sentidos, de los deseos, de las emociones, de la pasión en los procedimientos o en la práctica del conocer. 

Entiendo, por otra parte, que así como hubo progresistas y retrógrados en la antigüedad y en la modernidad, también los hay en la posmodernidad. Hay una forma reaccionaria de ser posmoderno, así como hay una forma progresista de serlo.

La posmodernidad no está exenta de conflictos y, por consiguiente, de opciones, de rupturas, de decisiones. 

A mi entender, la práctica educativa progresistamente posmoderna — siempre me inscribí en ella, desde mi tímida aparición en los años cincuenta — es la que se funda en el respeto democrático hacia el educador como uno de los sujetos del proceso y tiene en el acto de enseñar-aprender una instancia curiosa y creadora en la que los educadores reconocen y rehacen conocimientos ya sabidos y los educandos se apropian y producen lo aún no sabido. Es la que desoculta verdades en lugar de esconderlas. Es la que estimula la belleza de la pureza como virtud y se bate a duelo contra el puritanismo en tanto negación de la virtud. 

Es la que, humilde, aprende del liderazgo y rechaza la arrogancia. Con mi abrazo fraterno. 


Artículo Anterior Artículo Siguiente