Byung Chul Han: "El big data como instrumento psicopolítico" ~ Bloghemia Byung Chul Han: "El big data como instrumento psicopolítico"

Byung Chul Han: "El big data como instrumento psicopolítico"








"Hoy revelamos voluntariamente incluso datos personales íntimos...Permitimos que nos radiografíen por completo. La dominación se consuma en el momento en que coincide con la libertad." Byung Chul Han 
 



Artículo del filósofo Byung Chul Han que analiza cómo la democracia liberal no es la única causante de la aparición del "último hombre", una figura que representa el conformismo y la búsqueda del confort sobre la libertad, siendo más bien un fenómeno de la Modernidad que se manifiesta tanto en regímenes liberales como totalitarios.



Por: Byung Chul Han
  
El libro de Francis Fukuyama El fin de la historia no es una apoteosis unilateral de la democracia liberal en vista del hundimiento del comunismo. Más bien todo el libro muestra una ambivalencia.





El capítulo final se titula «El último hombre». Según ese capítulo, la democracia liberal genera una sociedad paliativa que es encarnada por el «último hombre» de Nietzsche. Administra una anestesia permanente: 

“Un poco de veneno de vez en cuando: esto provoca sueños agradables. Y al final mucho veneno, para una muerte agradable. […] Hay un pequeño placer para el día y un pequeño placer para la noche: pero se honra la salud. «Hemos inventado la felicidad» —dicen los últimos hombres, y parpadean”

Fukuyama parte del supuesto antropológico de que al hombre le es esencial la megalothymia, un afán de superioridad, gloria y honor sublimado hasta lo heroico y que también constituye la fuerza motora de la historia. Pero en la democracia liberal la megalothymia se debilita, tanto por el fortalecimiento de la isothymia, que es la aspiración a la igualdad de derechos, como también por un afán intensificado de comodidad y seguridad. Con ello, la democracia liberal favorece la aparición del último hombre: «En la medida en que la democracia liberal consigue purgar la vida de megalothymia y sustituirla por el consumo racional nos convertimos en “últimos hombres”» 

Frente a esta tesis de Fukuyama, la aparición del último hombre no se vincula necesariamente con la democracia liberal. El último hombre es más bien un fenómeno genuino de la Modernidad. No prefiere el sistema liberal. Por eso es compatible sin más con un régimen totalitario. China está hoy tan poblada de últimos hombres como Estados Unidos. El heroísmo es desbancado en todas partes por el hedonismo. Por este motivo Jünger se vuelve resueltamente contra la Modernidad. En Sobre el dolor evoca el final de la época del último hombre: 

“Un signo de prosperidad es asimismo la extensión de la participación en los goces y bienes. […] El bienestar que en ellos se siente es un bienestar onírico, indoloro, extrañamente relajado, que llena el aire como un narcótico. […] La persona singular encuentra ante sí múltiples comodidades […] que impiden la posibilidad de fricciones. A lo anterior se añade que el fabuloso perfeccionamiento de los medios técnicos aún posee un puro carácter de confort —son cosas que parecen hechas únicamente, todas ellas, para proporcionar luz, calor, movimiento, diversión, y para aportar ríos de oro—. La profecía del «último hombre» se ha cumplido con rapidez. Es una profecía exacta —excepto en una sola frase, la que dice que el «último hombre» es el que más tiempo vive—. La edad del «último hombre» queda ya a nuestras espaldas”

Jünger pone la mirada en el año 2000 y escribe: 

“El «último hombre», profetizado por Nietzsche, es ya historia pasada; y si bien aún no hemos llegado al año 2000, parece cierto, sin embargo, que ese año ofrecerá un aspecto por completo diferente del que describió Bellamy en su utopía”

Jünger se refiere aquí a la sociedad que Edward Bellamy describe en su novela El año 2000. Una visión retrospectiva: una sociedad que no conoce el dolor. Jünger se equivocó con su pronóstico, pues el siglo es justamente la época del último hombre. La época heroica entre las guerras mundiales que evoca Jünger no fue más que un breve episodio. La sociedad paliativa del siglo XXI rechaza todo gesto heroico. 

También el pronóstico de Fukuyama ha resultado ser un error. La historia no termina con el triunfo del liberalismo. Precisamente el populismo de derechas y la autocracia gozan hoy de enorme aceptación. La sociedad paliativa como sociedad de la supervivencia no presupone forzosamente la democracia liberal. A raíz de la pandemia nos encaminamos hacia un régimen biopolítico de control policial. Está claro que el liberalismo occidental está fracasando con el virus. Se acabará imponiendo la evidencia de que, para combatir la pandemia, conviene centrar la mirada en el individuo particular. Pero esta vigilancia biopolítica del individuo es incompatible con los principios del liberalismo. No obstante, en vista de los dispositivos higiénicos la sociedad de la supervivencia se verá obligada a renunciar a los principios liberales. 

Ya el régimen de vigilancia digital, que entre tanto está asumiendo rasgos totalitarios, socava la idea liberal de libertad. La persona humana es degradada a un juego de datos que reporta beneficio. El capitalismo se está convirtiendo hoy en un capitalismo de la vigilancia. La vigilancia genera capital. Permanentemente somos vigilados y manipulados por plataformas digitales, que seleccionan y explotan nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones. El internet de las cosas extiende la vigilancia a la vida real. Los wearables o la «tecnología vestible» dejan también nuestro cuerpo a merced del acceso comercial. Somos manejados como marionetas movidas por hilos algorítmicos. El big data como instrumento psicopolítico hace pronosticable y manipulable la conducta humana. La psicopolítica digital nos precipita a una crisis de libertad 

En la época en que se elaboró el censo nacional hubo aún enérgicas protestas contra la recopilación de datos. Se suponía que detrás de la elaboración del censo estaba un Estado policial que amenazaba la libertad ciudadana. Pero se recababan informaciones que, desde la perspectiva actual, son más bien inofensivas, tales como el nivel de educación, la profesión o la confesión religiosa. Pese a ello, hasta los escolares salieron a la calle a protestar. Hoy revelamos voluntariamente incluso datos personales íntimos. Nos desnudamos no por obligación, sino por una necesidad interior. Permitimos que nos radiografíen por completo. La dominación se consuma en el momento en que coincide con la libertad. Aquí nos hallamos ante una dialéctica de la libertad. La comunicación ilimitada como expresión de la libertad se torna una vigilancia total. 

¿Por qué la enorme vigilancia digital, que de todos modos se produce y no topa con ninguna resistencia, habría de detenerse ante el virus? La pandemia se encargará de que desaparezca el umbral de inhibición, que hasta ahora había impedido extender biopolíticamente la vigilancia digital al individuo. Según Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio para establecer un nuevo sistema de gobierno. Al final el shock pandémico acabará provocando que se instaure globalmente un régimen policial biopolítico que autorice el acceso al cuerpo de las personas. Solo la biopolítica digital hará invulnerable al capitalismo frente a la pandemia. Cierra ese hueco en el sistema. Pero el régimen biopolítico de vigilancia significa el final del liberalismo. El liberalismo habrá sido un episodio. 

El último hombre no es ningún defensor de la democracia liberal. El confort representa para él un valor superior a la libertad. La psicopolítica digital, que hace fracasar la idea liberal de libertad, no perturba su bienestar. Y su histeria por la salud hace que constantemente se esté vigilando a sí mismo. Erige en sí una dictadura interior, un régimen de control interior. Cuando la dictadura interior se topa con la vigilancia biopolítica, esta última no se percibe como opresión, pues viene en nombre de la salud. Por eso el último hombre se siente libre en el régimen biopolítico. Dominación y libertad coinciden aquí de nuevo. 

Ya Nietzsche vio venir la sociedad paliativa hostil al dolor: 

“«Al fin llega la hora en que te envolverá la nube dorada de la ausencia de dolor: la hora en la que el alma goza de su cansancio y, feliz en el juego paciente con su paciencia, se parece a las ondas de un lago que, en un tranquilo día de verano, bajo el resplandor de un cielo vespertino multicolor, lamen y lamen la orilla, y vuelven a callarse —sin fin, sin objetivo, sin hastío, sin necesidad— solo una calma que goza del cambio, solo el flujo y reflujo del pulso de la naturaleza». Esto es lo que sienten y dicen todos los enfermos: cuando llega esa hora, experimentan, tras un breve goce, el aburrimiento”

Fukuyama sopesa la posibilidad de que el hombre, presa de un aburrimiento insoportable, pueda volver a poner en marcha la historia, de que la sociedad de los últimos hombres pueda dar paso a una sociedad de primeros hombres animalizados, donde impera una megalothymia desenfrenada. Pero esta regresión al pasado no se producirá. Lo que nos espera es un futuro totalmente distinto: la época poshumanista, en la que también el último hombre habrá sido superado junto con su aburrimiento. 

En su obra El Imperativo hedonista el transhumanista David Pearce anuncia un futuro libre de dolor: «En el curso de los próximos mil años habrán desaparecido del todo las bases biológicas del sufrimiento. La historia de la evolución hace que los “dolores corporales” y “psíquicos” estén destinados a desaparecer» . También deberían superarse las penas de amor, las «crueldades de las formas tradicionales del amor que destruyen el alma» (the soul-destroying cruelties of traditional modes of love). El objetivo del transhumanismo es una «sublime felicidad que todo lo penetra» (a sublime and all-pervasive happiness). El transhumanismo deja también atrás al último hombre, pues, como diría Pearce, este sigue siendo aún demasiado humano. No logra librarse de un aburrimiento total. El transhumanismo opina que con medios biotécnicos se podrá eliminar incluso el aburrimiento: 

“Aunque por el momento la humanidad todavía no sea capaz de imaginarlo, ya al cabo de unas pocas generaciones la experiencia del aburrimiento será neurofisiológicamente imposible. «Incluso los mismísimos dioses luchan en vano contra el aburrimiento», dijo Nietzsche, que sin embargo desconocía por completo las posibilidades de la biotecnología”

La vida indolora en una felicidad permanente habrá dejado de ser una vida humana. La vida que ahuyenta y proscribe su negatividad se suprime a sí misma. Muerte y dolor van juntos. En el dolor se anticipa la muerte. Quien pretenda erradicar todo dolor tendrá que eliminar también la muerte. Pero una vida sin muerte ni dolor ya no es una vida humana, sino una vida de muertos vivientes. El hombre abjura de sí mismo para sobrevivir. Posiblemente llegue a alcanzar la inmortalidad, pero habrá sido al precio de la vida. 
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