El fracaso de la religión | por Erich Fromm ~ Bloghemia El fracaso de la religión | por Erich Fromm

El fracaso de la religión | por Erich Fromm







"El hombre ha sentido siempre la necesidad, incluso en los tiempos más primitivos, de hacerse una imagen del mundo y de su origen." - Erich Fromm 

                                 




Texto de Erich Fromm, publicado originalmente en su libro"Über die Liebe zum Leben"




Por: Erich Fromm

Aunque la mayoría de los hombres, si se les preguntara, responderían con seguridad que creen en un Dios, y aunque la asistencia a la iglesia sigue siendo considerable y el reconocimiento de la condición de ateos es más bien una rareza, no se puede pasar por alto el hecho de que la religión se ha visto afectada por la crisis de la estructura patriarcal autoritaria de nuestra sociedad. Incluso teólogos han reconocido y expresado claramente que la religión tal como nosotros la conocemos se encuentra en agonía. Este proceso se ha prolongado durante siglos, pero se va acentuando a medida que nos acercamos a la actualidad.

Como la religión tenía una doble función, también un fracaso es doble. La religión de la que somos depositarios, apoyada esencialmente en la tradición judeocristiana, tiene tanto la función de explicar el mundo de la Naturaleza como la de impartir principios morales, es decir, una ética. Estas dos funciones no tienen nada que ver una con otra, pues explicar la Naturaleza es una cosa, y otra totalmente distinta es qué principios morales, qué valores sostenemos. Sin embargo, al principio ambas funciones no estaban separadas. Se dan de ello muchas razones. Para comenzar, en un tiempo la idea de la creación del mundo por Dios que representaba la más alta inteligencia, la máxima sabiduría, el máximo de poderío, era una hipótesis que realmente se consideraba esclarecedora y racional. Y aun cuando hoy, como darwinistas convencidos, nos representamos el desarrollo del mundo y del hombre como consecuencia de la selección natural o la mutación, nos sigue pareciendo como si la tesis de un Dios creador fuera mucho más simple de captar y de admitir que el hombre, en su estado actual, es el producto de principios que vienen desarrollándose por sí mismos desde hace centenares de millones de años, y que en cierta manera están sometidos al azar o, por lo menos, a las leyes de la selección natural. La explicación que da Darwin respecto de la Naturaleza parece totalmente lógica y plausible, y sin embargo se ha mantenido ajena a nuestra conciencia.

El hombre ha sentido siempre la necesidad, incluso en los tiempos más primitivos, de hacerse una imagen del mundo y de su origen. Por ejemplo, la siguiente es una antiquísima imagen del origen del mundo: alguien fue asesinado, fluyó su sangre y de esa sangre se hicieron los hombres; no, no los hombres, sino sólo los valientes. Y los cobardes y las mujeres, ésos no se hicieron de la sangre, sino de la carne de las dos piernas. Ésta es la antigua versión de la teoría de Konrad Lorenz, cuando afirma que el instinto de matar, el placer de la sangre, es innato en el hombre. Sólo que quienes creían en este mito, excluían con mucho gusto a las mujeres de ese placer por el derramamiento de sangre. En verdad, el hombre siempre las ha metido en el mismo saco junto con los cobardes. Esto no ha cambiado mucho hasta hoy. Según el prejuicio de la sociedad patriarcal, las mujeres tienen menos sensatez, son más vanidosas, más cobardes y menos realistas que los hombres. Esto es evidentemente falso. En muchos casos, se podrían invertir estas cualidades. La mayoría de las mujeres saben que cuando un hombre está enfermo, se muestra temeroso, directamente quejoso y más inseguro que una mujer. Pero esto no se dice para mantener el mito. Aquí ocurre en el fondo lo mismo que en la propaganda racista: lo que los blancos dicen sobre los negros tiene a menudo el mismo nivel que lo que los hombres dicen de las mujeres. Y hasta Freud afirmó que las mujeres tenían menos sensatez que los hombres. Ahora bien, cómo se puede ser aun menos sensato que los hombres, es por cierto difícil de imaginar. Naturalmente, eso no es sino una manifestación propagandista sobre la minusvalía del enemigo, que siempre se encuentra en los casos en que un grupo domina a otro y debe preocuparse de que la autoimagen de los dominados se mantenga deprimida, de modo que no ocurra ninguna rebelión.

Lo dicho fue sólo una nota al pie respecto de una de las funciones de la religión, que es la de proporcionar una explicación de la Naturaleza. Esto también se venía haciendo muy bien hasta la época de Darwin, pero entonces se descubrió que con un enfoque racional y científico se puede explicar el origen del mundo y del hombre sin apelar a la idea de un creador, valiéndose simplemente de las leyes de la evolución. Ya dije que para los legos esto era aun más difícil de imaginar que la idea de Dios, pero para la ciencia el origen del mundo ya no puede constituir un enigma. Desde el punto de vista de la Teoría de la Evolución, «Dios» se convierte en una hipótesis de trabajo y el relato de la creación del mundo y del hombre se transforma en un mito, en un poema, en un símbolo que por cierto expresa algo, pero que no constituye ninguna verdad científica.

Cuando los hombres ya no se sintieron impresionados por la pretensión de la religión de explicar el mundo natural, perdieron, por así decirlo, una de sus piernas. A la religión le quedó la función de enunciar postulados morales. «Ama a tu prójimo», «ama al extranjero», como dice el Antiguo Testamento; «Dale al pobre tu última camisa» —claro, si uno tomara en serio tales indicaciones, ¿cómo podría llegar un hombre a triunfar en nuestra sociedad?—. Sería un idiota, no ascendería de nivel, sino que bajaría. La ética de la Biblia se predica, pero no se practica. Estamos moviéndonos por dos carriles. Se elogia el altruismo, hay que amar a los hombres, pero al mismo tiempo la compulsión al éxito obstaculiza la práctica de estas virtudes. (Debo en realidad limitar esta afirmación agregando que en mi opinión alguien puede ser un buen cristiano o un buen judío, es decir, un hombre que ama a los demás, sin que por ello tenga que morirse de hambre dentro de nuestra sociedad. Se trata de la capacidad de cada uno y del coraje civil que se necesita para mantenerse en la verdad y en el amor, en lugar de sacrificar su propio yo por la ambición de progreso).

En todo caso, es un hecho que la moral del cristianismo o del judaísmo es inconciliable con la moral del éxito, de la falta de escrúpulos, del lucro egoísta, del no brindarse, del no compartir. No necesito hablar demasiado de esta cuestión. Esto lo sabe cualquiera, cuando se plantea el problema. Además, esta duplicidad ha sido descrita y criticada muchas veces. En síntesis: con la «ética» que practica el capitalismo actual, la religión se ha visto privada de la otra pierna. No puede seguir siendo la representante de los valores, porque tampoco en esta función inspira ya confianza. Por ende, Dios ha sido dado de baja como creador del mundo y también como anunciador de los valores del amor al prójimo y de la superación de la avaricia. Sin embargo, el hombre no parece poder o querer vivir totalmente sin religión, el hombre no vive sólo de pan, sino que debe tener una perspectiva, una creencia que despierte su interés y lo eleve por encima de una existencia puramente animal. Una recaída en el viejo paganismo con su adoración a los ídolos no podría resultar actualmente atractiva. Pero me parece que podemos decir que en nuestro siglo se está desarrollando una nueva religión, que yo llamaría la «religión de la técnica».

La religión de la técnica tiene dos aspectos. El primer aspecto es el del país de Jauja, es decir, la imagen de una ilimitada y no obstaculizada satisfacción de las necesidades. Las necesidades siguen siempre produciéndose y por lo tanto no existe ningún término, y el hombre espera como un perpetuo lactante con la boca abierta a que lo alimenten, más y más y más. El paraíso es la vivencia del goce absoluto, de la falsa abundancia que vuelve al hombre pasivo y desidioso. El fin de la técnica es la eliminación del esfuerzo.

El otro aspecto de esta religión de la técnica es más complicado. Desde el Renacimiento el hombre ha concentrado su pensamiento en desentrañar y comprender los misterios de la Naturaleza. Pero esos misterios eran a la vez, por lo menos en parte, los misterios de su creador. El hombre ha dedicado por cuatrocientos años su energía a conocer los misterios de la Naturaleza, para poder dominarla. La intención más profunda era la de no limitarse a contemplar la Naturaleza, el mundo, sino a poder construirlo por sí mismo. Para condensarlo en una sola frase (aunque resulte muy difícil encontrar en este caso la fórmula correcta): el hombre quería ser Dios él mismo. Lo que Dios había logrado, también él lo podía lograr. Creo que la representación a la que todos hemos asistido, el entusiasmo que se produjo en el momento en que los astronautas pisaron con sus botas el suelo de la Luna, fue un acontecimiento religioso pagano, un primer paso por el camino en que el hombre se vuelve Dios y osa sobrepasar sus límites. También en los diarios del cristianismo se podía leer: éste es el suceso más grande desde la creación del mundo. Ahora bien, a los cristianos les resulta un poco imprudente afirmar que después de la creación del mundo haya ocurrido algo más importante que la encarnación de Dios. Pero eso se olvidó en el momento en que se vivenció subjetivamente como verdad que el hombre había superado las leyes que lo limitaban, había dejado atrás las leyes de la gravedad y caminaba por el infinito.

Cuando digo esto puede parecer exagerado, pero deseaba poner de relieve tendencias que se van abriendo paso aun bajo la superficie. Esa exaltación histérica por el vuelo a la Luna, ¿es quizás sólo un aplauso al éxito de la ciencia? Difícilmente sea sólo eso. Han sucedido descubrimientos científicos mucho más fantásticos con lo que no se hizo ningún ruido. No, en este caso ocurrió algo nuevo, se inició una nueva forma de oficio en que el nuevo Dios es la técnica o en el que el hombre mismo se vuelve Dios, y los astronautas vienen a ser los sumos sacerdotes de esa religión. Esto nos asombra pero no lo confesamos, porque uno es cristiano, o judío, o por lo menos no es ningún pagano. Y entonces hay que encubrir las cosas, racionalizarlas. Pero creo que por detrás de todos estos subterfugios se va esbozando una nueva religión en la cual la técnica es la Gran Madre que nutre y satisface a todos sus hijos. Sé que todo esto es muy difícil; los motivos a partir de los cuales se va esbozando esta nueva religión también se entremezclan y confunden, pero en todo caso la nueva religión no anuncia ningún principio moral, aparte de éste: ¡se debe hacer lo que sea técnicamente posible! La posibilidad técnica se convierte en obligación moral, en fuente de la moral misma.

Dostoievski ha dicho: «si Dios está muerto, todo está permitido». La moral se había basado hasta entonces —así lo suponía con sus palabras— en el reconocimiento de Dios. Si el hombre ya no cree en Dios, si Dios ya no es una realidad que imprima su sello en su pensamiento y en su conducta, hay en verdad que preguntarse si el hombre se ha vuelto total y directamente amoral, si ya no se orienta por ningún principio moral. En realidad, hay que tomar muy en serio esta pregunta. Y si uno es pesimista, puede querer significar con ello que eso es lo que ha ocurrido y que nuestra moral se va hundiendo cada vez más. Existen significativas diferencias entre nuestra época y las anteriores. Por ejemplo, en 1914 aún se respetaban dos reglas internacionales válidas: en la guerra no se mataban civiles y no se torturaban personas. Hoy se da como cosa natural que en todas las guerras se maten civiles, porque ya no se reconoce ninguna limitación al uso de la fuerza. Tampoco la técnica podría admitir tales distinciones. Mata en forma anónima, oprimiendo botones. Como ya no se ve al enemigo, no surgen sentimientos de piedad, de compasión. Y en segundo lugar: se tortura. Por supuesto, todos lo niegan, pero todos lo saben. La tortura es un instrumento ampliamente difundido par arrancar informaciones. Nos quedaríamos pasmados supiéramos en cuántos países se emplea la tortura.

Quizás no haya que afirmar que la crueldad va en aumento, pero no se podría negar que el sentimiento de humanidad va decreciendo, y con ello se van borrando los escrúpulos morales. Esto ha traído consigo un gran cambio en todo el mundo. Por otro lado, vemos que han adquirido validez otros principios, sobre todo en la nueva generación, por ejemplo en la lucha por la paz, por la vida, contra la destrucción y contra la guerra. Éstas no son sólo frases, sino la percepción que de otros valores y fines mejores tienen muchos jóvenes (pero no exclusivamente los jóvenes). Millones de hombres se han vuelto insensibles a la múltiple aniquilación de la vida, a la inhumanidad de las guerras, que ni siquiera sirven al instinto de conservación. Ya apunta, quizás un poco confusa aquí y allá, una nueva moral del amor, por oposición a la del consumo, pero también, de modo significativo, como protesta contra formas y fórmulas vacías. También en los casos de autoinmolación en el terreno político encontramos ejemplos de una nueva moral: en las numerosas luchas de liberación y esfuerzos a favor de la autodeterminación.

Hay entonces desarrollos en curso que son alentadores, y por eso creo que Dostoievski no tenía razón al vincular los principios morales con la creencia en Dios. El Budismo constituye un excelente ejemplo de que en muchas culturas existen principios morales sin una base patriarcal autoritaria. Crecen, si se quiere, sobre un terreno simplemente humano. Esto significa que el hombre no puede vivir en absoluto, se encuentra confundido y se siente desdichado si no conoce un principio que para él y para su medio pueda valer como principio rector de la vida. Ese principio no le debe ser impuesto desde afuera, sino que debe resultarle evidente en su intimidad. No puedo entrar ahora en los múltiples aspectos de este problema, pero querría mostrar, como dije al comienzo, que el hombre siente en la profundidad de sí mismo la necesidad de comportarse moralmente. Lo inmoral le hace perder su armonía, su equilibrio. Y es inmoral que bajo el pretexto de la moralidad se le diga que debe matar, que debe obedecer, que sólo debe atender a sus propios intereses, que la compasión sólo es para él un obstáculo, etcétera. Si estas voces se vuelven demasiado altas, se puede llegar a que ya no se oigan las voces íntimas de la conciencia humana. Así alguien puede llegar a la idea de que si Dios está muerto, todo está permitido.




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