Abundancia y saciedad, en la sociedad actual | por Erich Fromm ~ Bloghemia Abundancia y saciedad, en la sociedad actual | por Erich Fromm

Abundancia y saciedad, en la sociedad actual | por Erich Fromm







"Hay hombres que comen o compran no por comer o comprar, sino para reprimir su estado de ánimo angustiado o deprimido. Aumentan su consumo para poder escapar a esa desagradable vivencia. El consumo les ofrece la curación, y de hecho se relaja un poco la disposición básica depresiva o angustiada cuando se satisface la avidez.." - Erich Fromm
                                 




 Texto del psicoanalista, psicólogo social y filósofo, Erich Fromm, publicado en su libro "Über die Liebe zum Leben" 





Por: Erich Fromm

Al abordar el tema "abundancia y saciedad", me parece oportuno comenzar formulando una observación sobre el sentido de ambas palabras. Y ello no sólo en este caso, sino también en general. Cuando se comprende el significado, el sentido auténtico de una palabra, es frecuente que ya se entiendan mejor ciertos problemas designados con esta palabra —precisamente a partir del significado de ese término y de su historia—.

Examinemos ambas palabras. Una de ellas tiene un doble sentido. Uno positivo —pues «abundancia» designa lo que excede lo absolutamente necesario: lo sobreabundante—. Quizás se piense en la representación bíblica de la "tierra en la que fluye leche y miel". O en cuanto queremos describir una buena reunión, una fiesta en la que hay en abundancia vino y todo lo que uno pueda desear. En ese caso nos referimos a algo muy placentero, en que no hay ninguna escasez, no falta nada, no se cuida que alguien coma demasiado. Ésta es la abundancia agradable, la superabundancia.

Pero «abundancia» puede tener también un significado negativo, y es el que se expresa con la palabra «superabundante», en el sentido de carente de objeto y derrochado. Cuando le decimos a un hombre: «Aquí estás totalmente demás», queremos decirle: «Mejor que te esfumes», y no: «Qué bueno que estés aquí» — como ocurre, por ejemplo, cuando hablamos de vino en abundancia—. Por lo tanto, la abundancia puede ser sobreabundancia o puede ser superfluidad, y debemos preguntarnos en qué sentido hablamos aquí de abundancia.

Ahora una palabra sobre la «saciedad» o «disgusto». En alemán «disgusto» (Verdruss) proviene del verbo «disgustar» (verdriessen), y esta palabra significa en alto alemán medio: «provocar fastidio, aburrimiento», y en gótico, por ejemplo, significa incluso: «provocar asco, repugnancia». Por consiguiente, «disgusto» es lo que se siente respecto de algo que provoca fastidio, asco y enojo. En francés tenemos una significación más de la palabra «fastidio»: el término ennui viene del latín innodiare, que significa «sentir odio hacia alguien o algo».

Ya podemos preguntarnos si el lenguaje no está señalándonos que la abundancia superflua lleva al fastidio, al asco y al odio. Luego tendríamos que preguntarnos: ¿Vivimos en la abundancia? —al decir «vivimos» me refiero a la sociedad industrial contemporánea, tal como se ha desarrollado en los Estados Unidos, Canadá y Europa occidental—. ¿Vivimos en la abundancia? ¿Quién vive en la abundancia en nuestra sociedad, y de qué clase de abundancia se trata, de sobreabundancia o de abundancia superflua —digámoslo en términos muy simples: de buena abundancia o de mala abundancia—? ¿Nuestra abundancia lleva a la saciedad? ¿La abundancia debe llevar a la saciedad?

Y ¿qué aspecto tiene entonces la abundancia buena en que rebosamos de bienes, la que no lleva a la saciedad? El objeto de la presente conferencia es debatir estas cuestiones.

Permítaseme, ante todo, formular una observación preliminar de índole psicológica. Como soy psicoanalista, en el curso de nuestra argumentación hablaremos reiteradamente de problemas psicológicos, y por ello querría advertir a los oyentes que parto de un determinado punto de vista, el de la psicología profunda o psicología analítica —términos que significan aproximadamente lo mismo—. Y querría mencionar brevemente lo que muchos conocen: hay dos caminos, dos posibilidades, de estudiar el problema del hombre desde el punto de vista psicológico. La psicología académica estudia actualmente al hombre ubicándose en general en el punto de vista de la investigación de la conducta, o —como también se dice— en el del Conductismo. Esto quiere decir que sólo se estudia lo que se puede ver y observar inmediatamente, lo que es directamente visible, y por lo tanto también medible y pesable, pues lo que no se puede ver y observar de un modo inmediato, no se puede naturalmente medir ni pesar, al menos con la suficiente exactitud.

El método de la psicología profunda, el método psicoanalítico, procede de otra manera. Se propone otro fin. Investiga una conducta, un comportamiento, no simplemente desde el punto de vista de lo que se puede ver. Pregunta más bien por la calidad de ese comportamiento, por la motivación subyacente del comportamiento. Daré un par de pequeños ejemplos. Podemos decir: un hombre sonríe. Éste es un modo de comportamiento que se puede fotografiar, describir desde el punto de vista muscular, etcétera. Pero sabemos que existe una diferencia entre la sonrisa de una vendedora de tienda, la de un hombre que es nuestro enemigo pero quiere ocultar su enemistad, y la de un amigo que se alegra de vernos. Sabemos que hay diferencia entre muchos centenares de maneras de sonreír, que provienen de distintos motivos anímicos: esto vale para toda sonrisa, pero lo que ésta expresa puede ser algo totalmente opuesto, que ningún aparato puede medir ni siquiera percibir, pues sólo puede hacerlo alguien que no es ningún aparato, y somos nosotros mismos. Nosotros realizamos nuestras observaciones no sólo con el cerebro, sino también —para decirlo de un modo un poco anticuado—, con el corazón. Captamos con toda nuestra persona lo que ocurre en ese caso, y tenemos una idea acerca de la clase de sonrisa de que se trata, y si no la tenemos, sufrimos naturalmente muchas desilusiones en nuestra vida.

O tomemos una descripción totalmente distinta de un comportamiento: un hombre come. Está perfectamente claro, come. Pero ¿cómo come? Uno devora. Otro lo hace de modo que se puede percibir que es muy puntilloso y adjudica mucha importancia a que todo marche en perfecto orden y el plato quede totalmente vacío. Y el siguiente come sin afanarse, sin avidez; siente gusto; come con sencillez, y le aprovecha.

O tomemos otro ejemplo: un hombre grita y se va poniendo todo rojo. Entonces decimos: está encolerizado. Seguro que está encolerizado. Luego lo observamos con un poco más de atención y nos preguntamos qué le ocurre a este hombre (quizás lo conocemos), y de repente observamos: claro, está asustado, tiene mucho miedo y su cólera es sólo una reacción ante el temor que siente. Y luego observamos quizás la cosa un poco más profundamente y afirmamos: éste es un hombre que se considera a sí mismo desamparado e impotente, que experimenta temor ante todas las cosas, ante la vida entera. Hemos hecho así tres observaciones: que el hombre está encolerizado, que tiene miedo, y que experimenta una profunda sensación de desamparo. Estas tres observaciones son correctas, pero se refieren a estratos distintos de su estructura. La observación referente al sentimiento de impotencia es la que describe con mayor profundidad lo que le ocurre a este hombre, y la que sólo registra la presencia de cólera, es la más superficial. Esto quiere decir que cuando también nosotros nos encolerizamos y sólo vemos en quien está frente a nosotros a un hombre encolerizado, se nos escapa lo esencial. En cambio, cuando por detrás de la fachada del hombre encolerizado y atemorizado vemos al que se siente impotente, entonces nos aproximamos a él de otra manera, y puede ocurrir que su cólera se calme, al no sentirse ya amenazado. 

Desde el punto de vista del psicoanálisis, en todo el proceso que hemos descripto no nos interesa en primera línea, y por cierto no exclusivamente, averiguar cómo se comporta un hombre desde un enfoque totalmente exterior, sino qué motivos, qué intenciones tiene, y si éstos son conscientes o inconscientes. Preguntamos por la calidad de su comportamiento. Un colega mío —Theodor Reik— acuñó en una oportunidad, esta frase: «El analista oye con la tercera oreja». Esto es totalmente correcto. O también se podría decir, con un giro expresivo ya antiguo: el analista lee entre líneas. No ve sólo lo que se le ofrece directamente, sino que en lo ofrecido y observable ve algo más, algo del núcleo de la personalidad que está actuando en ese caso y cuyas conductas constituyen sólo una de sus expresiones, una manifestación, siempre teñida, sin embargo, por la personalidad total. No hay ningún acto del comportamiento que no sea un gesto de lo más específico del hombre, y por eso nunca hay en última instancia dos actos de comportamiento que sean idénticos, como no hay dos hombres que sean idénticos. Uno puede parecerse a otro, sentirse muy cercano a otro, pero nunca los dos son lo mismo. No hay nunca dos hombres que levanten la mano exactamente de la misma manera, que caminen de la misma manera, que muevan la cabeza de la misma manera. Por este motivo podemos reconocer muchas veces a un hombre con sólo verlo caminar, aunque no le veamos la cara. El modo de andar es tan característico de un hombre como su rostro, y en ocasiones aun más: en efecto, el rostro puede cambiarlo, pero eso es mucho más difícil en el caso de la marcha. Con el rostro se puede mentir, ésa es la peculiaridad del hombre, que le da ventaja sobre el animal. Mentir con el andar es mucho más difícil, aunque también eso se puede aprender.

Luego de estas observaciones preliminares, querría referirme ahora al consumir como un problema psicológico, o mejor dicho, como un problema psicopatológico. Surge la pregunta: ¿qué significa eso? Consumir, eso tenemos que hacerlo todos. Cada hombre debe comer y beber, tener vestidos, una vivienda, en suma, necesita y gasta muchas cosas, y eso se llama «consumir». Entonces, ¿en qué sentido puede verse en ello un problema psicológico? Es sólo la naturaleza de las cosas: para vivir se debe consumir. Pero aquí ya estoy en el punto esencial: un consumir y otro consumir no son lo mismo. Hay un consumir que es compulsivo y producto de la avidez. Se trata de una tendencia a comer cada vez más, a comprar cada vez más, a poseer cada vez más, a utilizar cada vez más cosas.

Quizás se objete: ¿no es eso normal? En última instancia a todos nos gusta ampliar y aumentar lo que tenemos. El problema consiste, a lo sumo, en que uno no tiene suficiente dinero, y no en que haya algo incorrecto en el deseo de ampliar y aumentar sus posesiones… Comprendo muy bien que la mayoría de la gente piensa así. Pero querría mostrar con un ejemplo que la cosa no es tan simple. Aludo a un ejemplo del que seguramente todo el mundo ya ha oído hablar, de un mal que ojalá afectara al menor número posible de personas. Tomemos el caso de un hombre que padece de obesidad, que simplemente está excedido de peso. Eso puede obedecer a desequilibrios endocrinos, pero los excluimos en nuestro ejemplo. A menudo el hecho se debe sencillamente a que come demasiado. Pica un poco aquí, otro poco allá, sobre todo golosinas, continuamente se regodea con algo. Y cuando lo observamos más atentamente, comprobamos que no sólo come ininterrumpidamente, sino que una avidez lo impulsa a ello. Tiene que comer, no puede dejar de hacerlo, tal como a muchas personas les es imposible dejar de fumar. Y sabemos que hay hombres que al dejar de fumar comienzan de repente a comer más. Y nos disculpamos entonces con la aclaración de que también se engorda cuando se deja de fumar. Ésa es una de las más perfectas racionalizaciones para no tener que abandonar el cigarrillo. ¿Por qué? Porque se expresa la misma avidez de llevarse algo a la boca, de tragar algo, tanto en el acto de comer como en el de fumar o beber, o también en el de comprar cosas.

Si un hombre que come, bebe y fuma ávida y compulsivamente, sigue la advertencia de su médico, de que no siga haciéndolo si no quiere morir de un ataque cardíaco, es posible observar en general que se vuelve repentinamente angustiado, inseguro, nervioso, deprimido. Se observa entonces una curiosa circunstancia: el no comer, el no beber, el no fumar, pueden provocar angustia. Hay hombres que comen o compran no por comer o comprar, sino para reprimir su estado de ánimo angustiado o deprimido. Aumentan su consumo para poder escapar a esa desagradable vivencia. El consumo les ofrece la curación, y de hecho se relaja un poco la disposición básica depresiva o angustiada cuando se satisface la avidez. La mayoría de nosotros podemos confirmar que cuando nos sentimos angustiados o deprimidos, recurrimos con facilidad a la refrigeradora y aun sin especial apetito comemos o bebemos algo y con eso aparentemente nos aplacamos. En otras palabras: el comer y beber pueden asumir con frecuencia la función de una droga, de una píldora tranquilizante, tanto más agradable porque además eso tiene buen gusto.

El hombre deprimido siente dentro de sí una especie de vacío, como si estuviera tullido, como si le faltara algo para la actividad, como si no pudiera moverse correctamente por carencia de algo que lo mueva. Entonces, cuando incorpora algo, puede evitar por un rato el sentimiento de vacío, de invalidez, de debilidad, y siente: pero soy alguien, tengo algo, no soy una nada. Uno se llena de cosas para desplazar el vacío interno. Eso es el hombre pasivo, que sospecha que él es poco, y que borra esa sospecha mientras consume y se vuelve homo consumens.




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