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Zygmunt Bauman: Si internet no existiera, habría que inventarla





“Además de tratarse de una economía del exceso y los desechos, el consumismo es también, y justamente por esa razón, una economía del engaño"
-Zygmunt Bauman
                                    


Texto del filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, publicado el 09 de febrero del 2011, en  el libro This is not a diary




Por: Zygmunt Bauman

Internet no toma partido. Internet es neutral. Es una herramienta y las herramientas pueden ser utilizadas por todos y con una gran variedad de propósitos. Internet puede utilizarse para llamar a los amantes de la democracia a la plaza de la Liberación y también para convocar a los amantes de la tiranía. 

Esto es bueno, algo de lo que estar orgullosos. Si internet no existiera, habría que inventarla, cosa que cualquier protagonista de la democracia liberal aceptaría de buen grado. La neutralidad de internet es otro pilar para soportar la igualdad de oportunidades, una causa tan cara a todos y cada uno de los corazones que laten por la libertad. Los tiranos y presuntos tiranos de todo tipo saben demasiado bien que esto es así. No importa que tiendan a considerar internet con profunda antipatía y sospecha, como un veneno subrepticiamente vertido en un pozo o una bomba de relojería. Tampoco importa que deseen fervientemente su desaparición, a la par que hacen todo lo posible para intentar que eso ocurra. Internet augura visibilidad para los invisibles, audibilidad para los sordos, acción para quienes no pueden actuar. Resumiendo: eliminando algunos abusos que podían y debían ser cortados de raíz, internet equivale a libertad. Quizá la libertad de los que no son libres. Al menos potencialmente puede llegar a ser más que eso: el poder de los impotentes. Más exactamente: mientras impone restricciones a la fuerza de quienes detentan el poder, internet refuerza las exigencias y los proyectos de quienes se encuentran en el polo receptor del poder. 


Todo esto es manifiestamente cierto: las pruebas de su verdad abundan y las que apuntan a lo contrario escasean y se dan sólo de vez en cuando. O más bien se creyó que esa verdad era evidente y había sido confirmada, un caso irrevocable, hasta hace poco… 

Casi inadvertida por la prensa, y por la opinión pública a la que la prensa ha de mantener supuestamente alerta y al día, Stuxnet ha llegado a conmocionar, y quizás incluso a destruir, esa creencia. «Stuxnet», tal como leo en el artículo del bien informado Richard A. Falkenrath del 26 de enero en el New York Times, es un nombre en clave para «el gusano informático que el año pasado inutilizó muchas de las centrifugadoras de gas esenciales para el programa nuclear de Irán». Bien, Stuxnet es, obvia y descaradamente, un arma, un arma de un enorme poder destructivo. Un arma muy eficaz, aunque sigilosa e inadvertida: del tamaño de medio megabyte, pero capaz de lograr en pocos segundos lo que años de esfuerzos diplomáticos internacionales son incapaces de conseguir. No pretende ser una réplica electrónicamente mejorada de la tribuna de oradores de Hyde Park Corner. Y no prueba de manera inmediata en qué sentido su aparición socava la creencia en internet como promotora no partidista de la libertad y la autonomía, y la convicción de que no tomar partido y estar disponible para todos, en cualquier lugar, es la principal razón que explica esta cuestión. Esto no sería una preocupación de no ser por el hecho de que «Stuxnet atacó el programa nuclear iraní, pero lo hizo manipulando nocivamente productos de software comercial que grandes empresas occidentales vendieron en todo el mundo. Quienquiera que lanzara el ataque también infectó a miles de ordenadores en muchos países, entre ellos Australia, Gran Bretaña, Indonesia y Estados Unidos». Déjenme explicarlo sencillamente: Stuxnet es un arma cuya eficacia (léase poder de destrucción) depende de la escala y el alcance de las bajas colaterales, indispensables y, por tanto, irrenunciables, debidas a su uso. Y las bajas colaterales, como todos sabemos, no pueden, por su naturaleza, depender de límites o fruslerías como pruebas de inocencia y declaraciones de neutralidad. Borran la distinción entre combatientes y no combatientes y entre tomar y no tomar partido. 

Debido a que las bajas colaterales constituyen su inseparable compañía, la entrada de Stuxnet en internet (e indudablemente Stuxnet no es más que la vanguardia, una unidad de reconocimiento, un ensayo, cuya función es abrir camino al grueso del ejército que vendrá después) también borra otra distinción: la que se establece entre armas defensivas y ofensivas. Podemos discutir interminablemente si el ataque a las centrales nucleares iraníes fue o no un acto defensivo, pero apenas hay dudas de que discutir, y menos aún demostrar, la intención defensiva o el sentido de los daños causados a Australia o Reino Unido sería mucho pedir. Y, además, como observa Falkenrath, «los conocimientos para defenderse de un ciberataque son esencialmente indistinguibles de los necesarios para perpetrarlo». Como la pericia requerida y su equipo técnico es idéntico en estos dos casos de otra manera opuestos, no hay diferencia entre la agresión y la autodefensa en internet; en todo caso, la neutralidad declarada y practicada por internet no está lejos de los traficantes de armas ilegales, que con ecuanimidad proporcionan herramientas de destrucción a los dos bandos de una guerra tribal sin preocuparse por las relativas ventajas y desventajas éticas o ideológicas. La misma empresa, Siemens, suministró los mismos programas de control de datos para su uso en las instalaciones nucleares (entre ellas las de Irán) y para los diseñadores de Stuxnet, ¡aparentemente para que estos últimos defendieran a Estados Unidos de los ciberataques! 

En general, la actitud y la práctica, así como el efecto el-medio-es-el-mensaje de la variedad internáutica de «no tomar partido» tiene como consecuencia primordial poner en duda la misma noción de «tomar partido», así como la de legítima defensa, o incluso, en un futuro no tan lejano, la distinción entre «guerras justas» y «guerras injustas». Creo que esta es la razón por la que Falkenrath admite que la guerra en internet «es mucho menos controlable que las tradicionales operaciones militares y de inteligencia»; se requiere una nueva y amplia legislación, interna y posiblemente también «internacional» (independientemente de lo que quiera decir esa idea tan notablemente inidentificable y espectral) a fin de mitigar la actual «ambigüedad legal», pero incluso esto «no responderá a todas las preguntas». 

Tras admitir todo esto, Falkenrath —fiel a su estatus como ex consejero adjunto de seguridad del presidente George W. Bush— acaba con una llamada no a la razón y la buena voluntad sino a las armas: «Una cosa es segura: por mala que sea esta carrera por las armas, perderla sería aún peor».




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