De un consumo que crece y un planeta que mengua | por Zygmunt Bauman ~ Bloghemia De un consumo que crece y un planeta que mengua | por Zygmunt Bauman

De un consumo que crece y un planeta que mengua | por Zygmunt Bauman


Imagen: Steve Cutts




"Todas las medidas emprendidas en nombre del 'rescate de la economía' se convierten, como tocadas por una varita mágica, en medidas que sirven para enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres."
-Zygmunt Bauman
                                    


Texto del sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, publicado por primera vez en el libro "This is not a diary" 





Por: Zygmunt Bauman

El «estado social» es insostenible en la actualidad, pero por una razón que no tiene nada que ver con la especificidad de la «socialidad» del estado sino más bien con el debilitamiento generalizado del estado como «organismo». Repito lo que antes he dicho muchas veces: este es, después de todo, el eje de todos los otros problemas que el resto del «estado del bienestar» necesita afrontar.

Nuestros ancestros se preocupaban y peleaban a propósito de «qué había que hacer»; nosotros estamos preocupados, aunque rara vez peleamos (el asunto parece vano), acerca de «quién lo hará»; aspecto que para nuestros ancestros no era motivo de disputa y que era objeto de un completo acuerdo. «¡El estado, por supuesto!». Una vez nos apoderemos del estado, haremos lo que creamos que deba hacerse; el estado, esa unión de poder (es decir, la capacidad para llevar a cabo acciones) y política (es decir, la capacidad de decidir qué acciones hay que llevar a cabo) es cuanto necesitamos para que la palabra se haga carne, independientemente de la palabra elegida. Pues bien, ya no parece que esta respuesta sea evidente. Los políticos no nos dejan duda alguna, repitiendo monótonamente a Margaret Thatcher: «TINA» («There is no alternative», «No hay alternativa»). Lo que quiere decir: tomamos nuestras decisiones en condiciones que no podemos elegir. Soy propenso a estar de acuerdo con este último punto, aunque por razones un tanto diferentes. Las condiciones «no las podemos elegir» en el sentido de que los políticos aceptan plácidamente esas condiciones y permanecen resueltos a no intentar otras opciones: «TINA» es una profecía autocumplida o más bien una glosa a una práctica cumplida de buen grado y realizada con entusiasmo.

El estado es «capitalista», como señaló Habermas hace treinta años, escribiendo en la época de una menguante sociedad de productores, mientras procura asegurar un encuentro regular y efectivo entre el capital y el trabajo (es decir, que el capital compre trabajo). Para que ese encuentro tenga éxito, el capital debe poder permitirse pagar el precio del trabajo y el trabajo debe estar en buena forma para tentar al capital a comprarlo. De ahí que podríamos decir que el «estado social» es concebido como indispensable para la supervivencia «tanto por la izquierda como por la derecha». Sin embargo, ya no… Hoy, en la sociedad de consumidores, lo que define el estado «capitalista» es propiciar el encuentro entre el producto y el consumidor (como se mostró gráficamente en la reacción gubernamental universal ante el colapso de la banca y el crédito: cientos de miles de millones fueron hallados en las mismas arcas que la opinión gubernamental decía desprovistas de los pocos millones necesarios para salvar los servicios sociales). Con ese fin, el «estado social» no está ni aquí ni allí y, por tanto, el asunto de su debilitamiento y el reciclaje de sus residuos en una cuestión de «ley y orden» y no en una cuestión social están en el presente «más allá de la izquierda y la derecha»…

Al margen de la globalización, ¿podemos medir indefinidamente el aumento de la felicidad por el incremento del producto nacional bruto y menos aún extender esa costumbre al resto del planeta y elevar sus niveles de consumo a alturas consideradas indispensables en los países más ricos? Hay que considerar el impacto del consumismo en la sostenibilidad de nuestro hogar común, la Tierra. Ahora sabemos demasiado bien que los recursos del planeta son limitados y no pueden dilatarse infinitamente. También sabemos que los limitados recursos son demasiado modestos para asumir un aumento global de los niveles de consumo de acuerdo con los estándares actualmente vigentes en las zonas más ricas del planeta, los mismos estándares a partir de los cuales el resto del mundo tiende a medir sus sueños y posibilidades, ambiciones y postulados en la era de las autopistas de la información (según algunos cálculos, semejante hazaña requeriría que los recursos de nuestro planeta se multiplicaran por cinco: necesitaríamos cinco planetas en lugar del único del que disponemos).

Y, sin embargo, la invasión y la anexión del ámbito de la moralidad por los mercados ha lastrado al consumo con funciones adicionales que sólo podrá realizar elevando los niveles de consumo a una cota aún más alta. Esta es la principal razón por la que el «crecimiento cero», tal como lo mide el PIB, la estadística de la cantidad de dinero que ha cambiado de manos al comprar y vender transacciones, se considera algo que no dista mucho de una catástrofe no sólo económica sino también política y social. Debido en gran medida a esas funciones extra —que no están ligadas al consumo ni por la naturaleza ni por una «afinidad natural»—, la perspectiva que impone un límite al aumento del consumo, por no mencionar el decrecimiento hasta un nivel ecológicamente sostenible, parece a un tiempo nebulosa y aborrecible, de manera que ninguna fuerza política «responsable» (léase, ningún partido con los ojos fijos en las siguientes elecciones) incluirá tal perspectiva en su agenda política. Puede conjeturarse que la mercantilización de las responsabilidades éticas, las herramientas y los materiales básicos de construcción de la camaradería humana, combinada con la gradual pero incesante decadencia de las vías alternativas y al margen del mercado, es un obstáculo mucho más formidable a la contención y moderación del ansia de consumo que los prerrequisitos no negociables de la supervivencia biológica y social.

De hecho, si el nivel de consumo determinado por la supervivencia biológica y social es por naturaleza inflexible, fijado y relativamente estable, los niveles exigidos para satisfacer las otras necesidades que el consumo promete, espera y pide colmar son, una vez más en virtud de la naturaleza de esas necesidades, inherentemente crecientes y orientadas al alza; la satisfacción de estas necesidades añadidas no depende del mantenimiento de estándares estables sino de la velocidad y el grado de su crecimiento. Los consumidores que se vuelven hacia el mercado de productos buscando satisfacer sus impulsos morales y colmar su deber de autoidentificación (léase automercantilización) están obligados a perseguir diferencias en valor y volumen; por tanto, este tipo de «demanda del consumidor» constituye un abrumador e irresistible factor en el empuje al alza. Así como la responsabilidad ética por el Otro no tolera límites, el consumo, investido con la tarea de desahogar y satisfacer los  impulsos morales, resiste todo tipo de restricción impuesta a su proliferación. Tras haberlos enjaezado a la economía consumista, los impulsos morales y las responsabilidades éticas son reciclados, irónicamente, en un imponente obstáculo cuando la humanidad afronta la que probablemente constituya la amenaza más formidable para su supervivencia: una amenaza que sólo puede ser combatida a partir de una gran dosis, tal vez sin precedentes, de voluntaria autolimitación y predisposición para el autosacrificio.

Una vez establecida y puesta en marcha por la energía moral, la economía consumista sólo tiene el cielo como límite. Para ser eficaz en el trabajo que ha asumido, no puede permitirse reducir la velocidad y menos aún detenerse y permanecer inmóvil. En consecuencia, debe asumir el supuesto, contrario a los hechos, tácitamente o con muchas palabras, de la ilimitada durabilidad del planeta y la infinidad de sus recursos. Desde el principio de la era consumista, alargar la barra de pan se fomentaba como un remedio patentado, un anticonceptivo infalible, contra los conflictos y las riñas que pudieran surgir en torno a la redistribución de esa barra de pan. Eficaz o no para suspender las hostilidades, esa estrategia tenía que asumir que existe un infinito suministro de harina y levadura. Nos acercamos al momento en que probablemente se expondrá la falsedad de ese supuesto y los peligros que entraña aferrarse a él. Podría ser el momento de reconducir la responsabilidad moral hacia su manifiesta vocación: la garantía mutua de la supervivencia. Entre las condiciones necesarias para este proceso, la desmercantilización del impulso moral parece ser primordial.

El momento de la verdad podría estar más cerca de lo que pensamos cuando miramos las atestadas estanterías de los supermercados y las páginas web inundadas de anuncios y coros de asesores y expertos en autosuperación que nos dicen cómo hacer amigos e influir en la gente. El caso es cómo adelantarse o prevenir su llegada en el impulso de un despertar colectivo. Sin duda no es una tarea fácil que, ni más ni menos que toda la humanidad, con su dignidad y bienestar, junto a la supervivencia del planeta, su hogar compartido, se deje abrazar por el universo de las obligaciones morales.



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