Sobre Michel Foucault | por Pierre Bourdieu ~ Bloghemia Sobre Michel Foucault | por Pierre Bourdieu

Sobre Michel Foucault | por Pierre Bourdieu







Texto del sociólogo francés Pierre Bourdieu, en homenaje a Michel Foucault, a raiz de su muerte el 25 de junio de 1984.




Por: Pierre Bourdieu

Luego de la muerte de Roland Barthes, Michel Foucault decía: «He perdido a un amigo, a un colega». Hoy yo puedo decir lo mismo. Es lo único que me autoriza a hablar de él y de su obra. Quisiera intentar decir lo que sin duda era lo menos visible: la constancia y la coherencia, el rigor teórico y práctico. Constancia de un proyecto intelectual, constancia de una manera de vivir la vida intelectual. Al comienzo, con una voluntad de romper (lo que explica y excusa algunos de sus célebres apotegmas sobre la muerte del hombre): romper con la ambición totalizante de lo que él llamaba «intelectual universal», a menudo identificado con el proyecto filosófico; pero escapando a la alternativa de la nada sobre el todo y del todo sobre la nada. En efecto, para inventar lo que llamaba «intelectual específico» era necesario abdicar «del derecho de hablar en cuanto maestro de verdad y de justicia», al estatus de «conciencia moral y política», de portavoz y de intermediario. Y de hecho no ha dejado de afirmar que en materia de pensamiento no hay delegación, aunque sin sucumbir al culto —ilusorio— del pensamiento en primera persona. Sabía mejor que nadie que los juegos de verdad son juegos de poder, y que el poder y el privilegio residen en el origen de cualquier esfuerzo por descubrir la verdad acerca de los poderes y los privilegios. Michel Foucault quería sustituir el pensamiento del absolutismo del intelectual universal por los trabajos específicos, que abrevan en las fuentes mismas —y le debemos el haber exhumado regiones enteras de la documentación histórica ignoradas por los historiadores—, pero sin por eso abdicar a las mayores ambiciones del pensamiento. 

Si bien exigía rechazar los aires de grandeza de la gran conciencia moral —blanco favorito de su risa—, igualmente siempre se ha involucrado en el rechazo por la división, tan común y tan cómoda, de las inversiones intelectuales y de los compromisos políticos. Los actos políticos que realizaba con pasión y rigor, a veces con una suerte de furor racional, no debían nada a una sensación de poseer las verdades y los valores últimos, que genera a los fariseos de la política y de otras partes. En él, la visión crítica se aplicaba en primer lugar a su propia práctica y, en ese sentido, era el más puro representante de este nuevo tipo de intelectuales que no tiene necesidad de engañarse acerca de los móviles y motivos de los actos intelectuales, ni acerca de su eficacia para llevarlos a cabo, con pleno conocimiento de causa. 

Nada es más peligroso que reducir una filosofía —sobre todo tan sutil, compleja, perversa—, a una fórmula de manual. Diré de todas formas que la obra de Foucault es una larga exploración de la transgresión del franqueamiento del límite social, que necesariamente está involucrado con el conocimiento y con el poder. De allí sin duda  su interés, desde su origen, con su Historia de la locura en la época clásica para la génesis social de la separación —materializada en el asilo— entre lo normal y lo patológico. Ese estudio de una de las fronteras sociales más decisivas que fundan el estado de razón es, al mismo tiempo, una transgresión de la frontera que delimita lo impensado de Marx (a menudo Foucault —quien solía decir que la mejor manera de pensar un pensador del pasado consiste en valerse de él, incluso para superarlo— mata así dos pájaros de un solo tiro). 

Mientras sería fácil detectar varias afirmaciones típicamente marxistas en Historia de la locura o en El nacimiento de la clínica, Foucault observa que indudablemente el hospital psiquiátrico, la normalización psicológica de los individuos y las instituciones penales no tienen más que una importancia limitada para quien tome en consideración sólo su función económica. Eso no impide que cumplan un rol esencial en la maquinaria del poder. De allí nacerán los análisis de Vigilar y castigar respecto de la omnipresencia del poder: las relaciones de fuerza también están presentes en las relaciones de producción, en las familias, los pequeños grupos, las relaciones sexuales, las instituciones. Y sobre todo quizá en los cerebros. Volvemos así a la transgresión propiamente filosófica como esfuerzo para pensar lo impensado, lo impensable, el tabú, es decir, lo que limita el pensamiento y prohíbe el más allá. 

Explorar lo impensado es, en primer lugar, hacer la historia de las categorías de pensamiento y del conocimiento que ellas permiten y, al mismo tiempo, de aquel que prohíben. Esta intención crítica, en el sentido de Kant, se plasma en una historia social que no tiene mucho que ver con la historia usual de los historiadores —aunque ¿quién no pensará en esas excepciones ejemplares que son los trabajos de Dumézil, uno de los modelos de Foucault, o del Duby de Los tres órdenes…?—. Evidente en Las palabras y las cosas, esta intención está presente en El nacimiento de la clínica, historia social de la visión clínica, del conocimiento médico, y en la Historia de la sexualidad. Cercano aquí a Bachelard y a Canguilhem —una de sus fidelidades más absolutas—, y también al Cassirer de Substancia y función o de Individuo y cosmos…, que se apegan a la verdad en estado naciente, es decir, al error fecundo, Foucault transgrede el límite de lo impensado por ellos, y trabaja para hacer una historia materialista de las estructuras ideales. Pero sobre todo al llevar al límite el interés por el error, al estudiar prioritariamente las ciencias en que la frontera entre el error y la verdad es más frágil, aquellas que están más contaminadas por la ideología como la medicina clínica o la psicopatología, Foucault se propone develar lo impensado de la ciencia, el inconsciente de las ciencias del pensamiento. 

Como la historia del conocimiento remite sin cesar al error y al fracaso —por ejemplo, en Historia de la clínica, el error en las observaciones corporales realizadas en ausencia de un verdadero análisis de los tejidos—, la hermenéutica del sujeto que propone la historia de la sexualidad es una historia del error y de la violencia, que www.lectulandia.com - Página 156 paradójicamente nunca es tan visible como en las disciplinas —en todos los sentidos del término— que el entendimiento esclarecido del reformismo liberal ha inventado para controlar el comportamiento humano: psicología, clínica, ciencias de la vida. La disciplina, reunión del saber y del poder, se realiza en primer lugar en un lenguaje. Y la transgresión, aquí, debe encontrar sus armas fuera de la tradición, fuera del universo de los maestros canónicos, del lado de los heréticos, Nietzsche, por supuesto, pero también Sade, Artaud, Bataille, Roussel, Blanchot y Deleuze. 

La filología en Nietzsche conducía a la sociología. La crítica social de la razón conduce a una crítica social del lenguaje, principal límite del pensamiento humano. El tabú verbal, desde luego, pero sobre todo quizá la transgresión impuesta de lo prohibido, el deber de libertad, la confesión arrancada que recuerda que el poder está en el saber, pero que el saber está en el poder; el conocimiento, incluido el conocimiento de sí, está expuesto a los efectos de poder. La moral está acechada por la política. 

Hubiera querido expresar mejor este pensamiento encarnizado en conquistar el dominio de sí, es decir, el dominio de su historia, historia de las categorías de pensamiento, historia de la voluntad y de los deseos. Y también esa preocupación por el rigor, ese rechazo del oportunismo, en la conocimiento como en la práctica, en las técnicas de vida como en las opciones políticas, que hacen de Foucault una figura irremplazable.

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