Artículo publicado el 19 de Marzo del 2020
Por: Slavoj Zizek*
Lo imposible ha ocurrido y el mundo que conocíamos ha dejado de girar. Pero, ¿qué orden mundial emergerá tras la pandemia de coronavirus?, ¿socialismo para ricos, capitalismo del desastre o algo completamente nuevo?
Estos días a veces me descubro a mí mismo deseando contagiarme del virus, de esta manera, al menos se terminaría la agotadora incertidumbre. Un síntoma claro de la evolución de mi ansiedad es mi relación con el sueño. Hasta hace más o menos una semana esperaba el amanecer con impaciencia; finalmente, pude abandonarme al sueño y olvidarme de los miedos de mi vida diaria. Ahora, es prácticamente al contrario: tengo miedo de dormirme y de caer en las garras de las pesadillas que me atormentan por la noche y que me hacen despertarme aterrorizado. Son las pesadillas de la realidad que me espera.
¿Qué realidad? Alenka Zupancic lo ha formulado perfectamente, y me gustaría resumir su línea de pensamiento. Estos días suele oírse que, si queremos lidiar con la actual epidemia, necesitamos cambios sociales radicales (yo mismo soy una de las voces que abogan por esto); pero los cambios radicales ya están ocurriendo.
La epidemia de coronavirus nos confronta con lo que considerábamos imposible, no podíamos ni imaginar que algo así pudiese ocurrir en nuestros tiempos: el mundo que conocíamos ha dejado de girar, países enteros han sido cerrados y muchos de nosotros nos encontramos confinados en nuestros apartamentos (¿qué hay de aquellos que no pueden permitirse siquiera esta mínima precaución?) frente a un futuro incierto en el que, incluso si la mayoría de nosotros conseguimos sobrevivir, nos espera una gigantesca crisis económica.
Esto significa que nuestra reacción debe ser también hacer lo imposible: lo que parece imposible dentro de las coordenadas del orden mundial existente.
Lo imposible ha ocurrido, nuestro mundo se ha detenido, y ahora debemos hacer lo imposible para evitar lo peor. ¿Pero qué es lo imposible?
No creo que la mayor amenaza que plantee el coronavirus sea una regresión a la simple barbarie, a la violencia brutal por la supervivencia, con sus desórdenes públicos, sus linchamientos derivados del pánico, etc. (aunque, con el posible colapso de la sanidad y de otros servicios públicos, esto es también bastante posible). Más que a la mera barbarie, temo a la barbarie con rostro humano: medidas despiadadas de supervivencia impuestas con arrepentimiento e incluso compasión, pero legitimadas por las opiniones de los expertos.
La supervivencia del más apto
Un observador atento se habrá dado cuenta del cambio de tono en la forma que tienen de dirigirse a nosotros aquellos que están en el poder: no están simplemente tratando de mostrar calma y confianza, también suelen lanzar predicciones directas –es probable que la pandemia dure unos dos años, que infecte al 60-70% de la población mundial y que se lleve por delante a millones–.
En resumen, su verdadero mensaje es que tenemos que restringir la premisa básica de nuestra ética social: la preocupación por los débiles y los ancianos. En Italia, por ejemplo, ya se ha propuesto que, si la crisis del virus empeora, los pacientes de más de 80 años o aquellos que padezcan otras enfermedades graves serán abandonados a su suerte para que mueran.
Debería notarse cómo aceptar esta lógica de la “supervivencia del más apto” viola incluso el principio más básico de la ética militar, que nos dice que tras la batalla hay que ocuparse primero de los gravemente heridos, incluso cuando las posibilidades de salvarlos son mínimas. De todas formas, si se mira de cerca, nada de esto debería sorprendernos, puesto que los hospitales ya están haciendo básicamente lo mismo con pacientes de cáncer.
Para evitar malentendidos, aquí estoy siendo completamente materialista: es necesario planificar incluso la medicación que permita una muerte indolora en caso de enfermedad terminal. Pero nuestra principal prioridad debería ser, no obstante, no economizar, sino ayudar incondicionalmente e independientemente de los costes a aquellos que lo necesitan para permitir su supervivencia.
Así que disiento respetuosamente con el filósofo italiano Giorgio Agamben, que ve en la actual crisis un síntoma de que “nuestra sociedad ya no cree en nada sino en la vida desnuda. Es obvio que los italianos están dispuestos a sacrificarlo prácticamente todo (las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo o incluso las amistades, el afecto y las convicciones religiosas y políticas) por el peligro de enfermar. La vida desnuda, y el peligro de perderla, no es algo que nos una, sino algo que nos ciega y nos separa”.
Las cosas son mucho más ambiguas, pues esto TAMBIÉN une a la gente: mantener una distancia corporal es una señal de respeto hacia los otros, en tanto yo también podría ser un portador del virus. Mis hijos me evitan porque temen poder contaminarme, ya que lo que es para ellos una enfermedad pasajera podría ser mortal para mí.
Responsabilidad personal
En estos días, oímos una y otra vez que cada uno de nosotros es personalmente responsable y debe seguir las nuevas reglas. Los medios de comunicación están llenos de noticias sobre gente que no respeta las normas y que se pone en peligro a sí misma y a otros (alguien entra en una tienda y empieza a toser, etc.), lo cual es la misma manera problemática de gestionar la cuestión ecológica (¿has reciclado los periódicos usados?, etc.).
Semejante énfasis en la responsabilidad individual, sin duda necesaria, funciona como ideología en el momento en que sirve para sepultar la gran pregunta de cómo cambiar completamente nuestro sistema social y económico. La batalla contra el coronavirus solo puede ser combatida en conjunto con la batalla contra las mistificaciones ideológicas, a la vez que formando parte del conflicto ecológico general. Como dice Kate Jones, profesora de ecología y biodiversidad en University College de Londres, la transmisión de una enfermedad de la naturaleza a los humanos tiene “un coste oculto de desarrollo económico humano”.
“Simplemente hay demasiados de nosotros en cada entorno natural. Estamos yendo a lugares imperturbados exponiéndonos cada vez más y más, creando hábitats donde las enfermedades se transmiten más fácilmente para luego sorprendernos cuando nos contagiamos de nuevos virus”, dice Jones.
Así que no es suficiente crear alguna clase de red sanitaria global para humanos, la naturaleza debería ser incluida, ya que, por ejemplo, los virus también atacan a las plantas, que son la fuente principal de nuestra alimentación (patatas, trigo, aceitunas, etc.). Debemos tener siempre en mente la imagen global del mundo en que vivimos, con todas las paradojas que ello implica.
Por ejemplo, es bueno saber que, al menos si creemos en las estadísticas oficiales, el cierre de China debido al coronavirus ha salvado más vidas que aquellas que se ha llevado la enfermedad. El economista de recursos ambientales Marshall Burke afirma que hay una relación demostrada entre la baja calidad del aire y las muertes prematuras asociadas a respirar dicho aire. “Con esto en mente”, ha dicho “una pregunta natural, aunque extraña, es la de si las vidas salvadas por la reducción en la polución debida al parón económico provocado por el Covid-19 excede la tasa de muertes provocadas por el mismo virus. Incluso partiendo de supuestos muy conservadores, creo que la respuesta es un claro sí”. En tan solo dos meses, comenta Burke, la reducción en los niveles de contaminación ha salvado las vidas de 4.000 niños menores de cinco años y de 73.000 mayores de 70, y eso únicamente en China.
Crisis triple: médica, económica, mental
Estamos atrapados en una crisis triple: médica (la epidemia en sí misma), económica (que será grave independientemente de cómo acabe la epidemia) y (algo a no subestimar) de salud mental. Las coordenadas básicas de la vida de millones y millones de personas se están desintegrando, y el cambio lo trastocará todo, desde volar en vacaciones hasta el contacto físico diario; debemos aprender a pensar más allá de las coordenadas del mercado de valores y del beneficio, y simplemente encontrar otra manera de producir y distribuir los recursos necesarios. Por ejemplo, cuando las autoridades descubren que una empresa guarda millones de mascarillas esperando al momento adecuado para venderlas, no debería haber negociaciones con la compañía, las mascarillas deberían ser requisadas.
Los medios de comunicaciones han informado de que Trump ofreció mil millones de dólares a la compañía biofarmacéutica CureVac, afincada en Tubinga, para asegurar la vacuna “solo a los Estados Unidos”; por suerte, el ministro de Sanidad alemán, Jens Spahn, dijo que la propuesta de la administración Trump estaba “completamente descartada”: CureVac solo desarrollaría una vacuna “para el mundo entero, no para países concretos”. Aquí tenemos un caso ejemplar del conflicto entre barbarie y civilización, pero fue el mismo Trump el que tuvo que invocar la Ley de Producción de Defensa para permitir que el gobierno se asegurase de que el sector privado aumentase la producción de suministros médicos de emergencia.
Hace unos pocos días, Trump anunció la propuesta de nacionalizar el sector privado. Dijo que apelaría a las leyes federales que permiten que el gobierno dirigiese el sector privado en respuesta a la pandemia, añadiendo que firmaría un acta para otorgar autoridad directa a la producción industrial nacional “por si acaso lo necesitamos”.
Cuando usé la palabra “comunismo” hace ya unas semanas fui ridiculizado, pero ahora “Trump anuncia propuestas de nacionalizar el sector privado” y nadie podría haberse imaginado semejante titular hace tan solo una semana.
Y esto es meramente el comienzo; seguirán muchas más medidas como estas. Aparte de que la autoorganización local de las comunidades será completamente necesaria si el sistema sanitario estatal se encuentra al borde del colapso. No es suficiente con, simplemente, aislarse y sobrevivir. Para que algunos de nosotros podamos hacer esto, deben funcionar los servicios públicos básicos: electricidad, comida, medicamentos… (Pronto necesitaremos una lista de aquellos que se hayan recuperado y sean inmunes, al menos durante algún tiempo, para que puedan ser movilizados para realizar servicios sociales de urgencia).
Esto no es una visión comunista utópica, es un comunismo impuesto por las necesidades de la mera supervivencia, una versión, por desgracia, de lo que fue llamado en la Unión Soviética en 1918 “comunismo de guerra”.
Como dice el dicho, en una crisis todos somos socialistas: incluso la administración Trump se está planteando una forma de renta básica universal: un cheque de mil dólares a cada ciudadano adulto. Billones serán invertidos violando todas las leyes del mercado (pero ¿cómo?, ¿dónde?, para quién?). ¿Será esta forma de socialismo forzoso un socialismo para los ricos? (Recuérdese el rescate a la banca en 2008, mientras millones de personas perdían sus escasos ahorros). ¿Será la epidemia meramente un capítulo más de lo que la autora y activista canadiense Naomi Klein llama “capitalismo del desastre”? ¿O un nuevo mundo (más modesto, quizá, pero también más justo) emergerá de ella?
(*) Es un filósofo cultural. Es investigador sénior en el Instituto de Sociología y Filosofía de la Universidad de Ljubljana, profesor distinguido global de alemán en la Universidad de Nueva York y director internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades de la Universidad de Londres.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en RT
Traducción de Marco Silvano.
Fuente: CTXT 31 de marzo
Libros recomendados de Slavoj Zikek (Amazon)
Slavoj Zizek
Mao. Sobre la práctica y la contradicción -Slavoj Zizek
El sublime objeto de la ideología -Slavoj Zizek
Problemas en el paraíso -Slavoj Zizek