Vigilados y castigados: Las sociedades disciplinarias en la filosofía de Michel Foucault ~ Bloghemia Vigilados y castigados: Las sociedades disciplinarias en la filosofía de Michel Foucault

Vigilados y castigados: Las sociedades disciplinarias en la filosofía de Michel Foucault


Análisis sobre las sociedades disciplinarias, basado en el pensamiento de Michel Foucault.





Por Claudio Arriuex*

Vivimos, mal que nos pese, en sociedades a las que el filósofo francés Michel Foucault –en su genial libro Vigilar y castigar– denominó sociedades disciplinarias. Para Foucault la disciplina es ante todo una política de los cuerpos encaminada a instruirlos, a catalogarlos, a controlar sus fuerzas y, en último término, a utilizarlos. La sociedad disciplinaria es, pues, una sociedad racional que busca producir y reproducir individuos a los que después organiza en aparatos productivos para maximizar sus fuerzas. Bien podría decirse – y perdónenme el galimatías- que la maquinaria disciplinaria produce individuos a los que después incorpora a los aparatos productivos que a su vez reproducen al individuo productor.  Hablamos aquí de escuelas y colegios, de talleres, fábricas y oficinas, del ejército, de los hospitales, en fin, de toda una gama de instituciones que funcionan con variaciones de las mismas técnicas del poder disciplinario. Son técnicas que tienen el implícito propósito de fabricar un cuerpo dócil y sumiso. La disciplina produce individualidades funcionales, adaptables, intercambiables, útiles. Veíamos en dos entradas anteriores que la individualidad que fabrica la sociedad disciplinaria está dotada de cuatro características: 1) es celular (la disciplina realiza una distribución en el espacio); 2) es orgánica (pues controla al detalle su actividad); 3) es genética (pues segmenta el ciclo de vida en segmentos y acumula en tiempo en ella); 4) es combinatoria (pues compone las fuerzas). En otras palabras, estimado lector, ya seas estudiante, médico, soldado u oficinista, es muy probable que 1) estés confinado en un salón, cuartel u oficina, 2) tus actividades estén estrictamente codificadas, 3) se te haya “formado” desde pequeño para llegar al lugar en donde estás, y 4) pertenezcas a una maquinaria o conjunto mayor de individualidades como tú para componer sus fuerzas respectivas y lograr un efecto más enérgico.

El poder disciplinario tiene como función principal “enderezar conductas”. No encadena las fuerzas para dominarlas y reducirlas; lo hace de manera que a la vez pueda multiplicarlas y usarlas. “Encauza” -afirma Foucault- las multitudes móviles, confusas e inútiles de cuerpos y de fuerzas en una multiplicidad de elementos individuales útiles y sumisos. “[Es] un poder modesto, suspicaz, que funciona según el modelo de una economía calculada pero permanente […] El éxito del poder disciplinario se debe en efecto al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es propio: el examen”. Veremos a continuación las dos primeras.

La vigilancia Jerárquica

El empleo de la disciplina –sostiene Foucault- supone un dispositivo que coacciona mediante el juego de la mirada; un aparato en el que las técnicas que permiten ver inducen efectos de poder. Se trata de «pequeñas técnicas de vigilancia múltiples»; «miradas que deben ver sin ser vistas». Para el filósofo francés estos “observatorios” tienen como modelo el campamento militar, pues, ya se trate de ciudades obreras, asilos, prisiones o casas de educación, el principio subyacente es siempre el mismo: las vigilancias jerarquizadas (los subordinados son vigilados por sus superiores, que a su vez son vigilados por mandos más altos, etc.).

Para ello se desarrolla incluso una arquitectura que ya no está hecha simplemente para ser vista, sino que será una arquitectura que “habría de ser un operador para la transformación de los individuos: obrar sobre aquellos a quienes abriga, permitir apresar su conducta, conducir hasta ellos los efectos del poder, darlos a conocer, modificarlos. Las piedras pueden volver dócil y cognoscible”. Un ejemplo es la escuela-edificio, construcción arquitectónica que debe ser un «operador de encauzamiento de la conducta». Pero nosotros sabemos que la vigilancia no se limita a requerir de la arquitectura. En nuestras sociedades actuales existen infinidad de dispositivos de vigilancia, desde las cámaras colocadas en las esquinas, hasta los reportes semanales que nos solicita el jefe, pasando por todo tipo de evaluaciones, peritajes, auditorías, inspecciones, etc. Incluso el chismorreo informal jugaría un papel a veces decisivo en los sistemas de vigilancia de las instituciones disciplinarias. Y no hay que olvidar que con las nuevas tecnologías de información, la nueva capacidad que tienen los Estados para vigilarnos se ha vuelto casi omnímoda.

Para Foucault las instituciones disciplinarias han secretado, pues, una máquina de control que ha funcionado como un microscopio de la conducta, máquina que forma parte integrante del proceso de producción que se ha de vigilar:


A medida que el aparato de producción se va haciendo más importante, a medida que aumenta el número de los obreros y las divisiones del trabajo, las tareas de control se hacen más necesarias y más difíciles. Vigilar pasa a ser entonces una función definida, pero que debe formar parte integrante del proceso de producción; debe acompañarlo en toda su duración. Se hace indispensable un personal especializado, constantemente presente y distinto de los obreros […] La vigilancia pasa a ser un operador económico decisivo, en la medida en que es a la vez una pieza interna en el aparato de producción y un engranaje específico del poder disciplinario.

Así, el poder disciplinario vigilante es a la vez absolutamente indiscreto, ya que está por doquier y siempre alerta, y absolutamente discreto, ya que funciona permanentemente y en gran medida en silencio.

La sanción normalizadora

Pero, ¿qué fin último podría tener tanta vigilancia? ¿Qué es lo que nos espera cuando el vigilante nos sorprende en falta? En una palabra: la sanción.


En el corazón de todos los sistemas disciplinarios funciona un pequeño mecanismo penal. Goza de cierto privilegio de justicia, con sus propias leyes, sus delitos especificados, sus formas particulares de sanción, sus instancias de juicio. Las disciplinas establecen una “infrapenalidad”; reticulan un espacio que las leyes dejan vacío.

Sorprende constatar a qué grado nuestras sociedades disciplinarias están siempre vigilantes y prontas a sancionar cualquier falta:


En el taller, en la escuela, en el ejército, reina una verdadera micropenalidad del tiempo (retrasos, ausencias, interrupciones de tareas), de la actividad (falta de atención, descuido, falta de celo), de la manera de ser (descortesía, desobediencia), de la palabra (charla, insolencia), del cuerpo (actitudes “incorrectas”, gestos impertinentes, suciedad), de la sexualidad (falta de recato, indecencia). Al mismo tiempo se utiliza, a título de castigo, una serie de procedimientos sutiles, que van desde el castigo físico leve, a privaciones menores y a pequeñas humillaciones.

Pues lo que compete a la penalidad disciplinaria –afirma Foucault- es la inobservancia, todo lo que no se ajusta a la regla, todo lo que se aleja de ella, las desviaciones. “Es punible el dominio indefinido de lo no-conforme”. El castigo disciplinario tiene entonces por función reducir las desviaciones. Debe ser esencialmente correctivo, aunque se privilegian los castigos del orden del ejercicio, del aprendizaje intensificado, multiplicado, varias veces repetido (“Harás cien abdominales y diez vueltas a la cancha”; “Escribirás doscientas veces «No debo ser mentiroso»”; “Tu meta ahora será vender el doble”; etc.). Castigar es ejercitar.

Además, el castigo en la disciplina es un elemento de un sistema doble gratificación-sanción. ¿Y cómo recompensa la disciplina? Mediante el juego de los ascensos, permitiendo ganar rangos y puestos, subiendo en la jerarquía, ascensos que a su vez comportarán más vigilancia hacia los subordinados y menos de parte de los superiores (pues los más altos puestos “no tienen horario de entrada o salida”, por ejemplo).


Este es, en suma, el tipo de individuo que nuestras sociedades disciplinarias producen. Y aunque Michel Foucault pocas veces adelanta un juicio ético sobre estas conclusiones, se sabe cual fue siempre el objetivo de su empresa: pensar nuestra propia historia para que nos demos cuenta de la sociedad a la que pertenecemos con el único objetivo de liberar al pensamiento de los corsés que habita sin saberlo. Esta es la manera como Foucault pretendía abrirnos el camino de la única libertad que para él tenía sentido: la que lleva a «pensar de otra manera». Pues después de todo, las disciplinas no se nos imponen desde fuera, sino que en estricto sentido nos producen como sujetos. En pocas palabras, nosotros mismos somos la disciplina.




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