La semántica del genocidio | por Martín Arias Goldestein

Entrevista a Yuk Hui sobre la relación íntima entre filosofía y tecnología
"El mayor afán discursivo (casi el único) va enfocado a negar que los horrores cometidos día tras día constituyan un "genocidio". Va enfocado a negar la palabra."


Por: Martín Arias Goldestein

La palabra ‘genocidio’ está definida en el artículo dos de la Convención de Ginebra como delitos perpetrados con la intención de eliminar a un grupo étnico, racial o religioso, y es obvio que Israel no ha eliminado a los 2.000.000 de palestinos que viven en Israel, ni quiere eliminar a los que viven en Cisjordania. Puedo aceptar que Israel haya cometido delitos de lesa humanidad. Otra cosa es que la violencia que está empleando sea integral, pero no es un genocidio", afirmaba en mayo de 2025 el ex eurodiputado del Partido Popular, José Manuel María Margallo.

"No hay intención genocida aquí; esto no es un genocidio", afirmaba ante la Corte Internacional de Justicia el abogado israelí Malcolm Shaw en enero de 2024.

"En contra de las acusaciones vertidas contra Israel en la Corte Internacional de Justicia, lo que está ocurriendo en Gaza no es un genocidio", sostenía el entonces presidente estadounidense Joe Biden en mayo de 2024.

"Es posible que algunos miembros del gobierno israelí hayan realizado declaraciones con retórica genocida, pero esto no es de ninguna manera un genocidio. No, de ninguna manera", respondía con rotundidad el historiador israelí Benny Morris en el programa televisivo de Piers Morgan a principios de junio de 2025.

Por supuesto que esto no es lo único que han rebatido los defensores de las acciones de Israel. Las cifras de asesinados en Gaza (que se incrementan sin pausa cada día) y las listas con nombres y documentación sobre los muertos palestinos (a las que numerosos organismos internacionales como la ONU han otorgado credibilidad) fueron también desmentidas de forma tajante por los medios afines, que se las atribuyen a Hamas, mientras que Israel se ha limitado a ofrecer una cifra muy exigua en la que todos, o prácticamente todos los caídos son "combatientes". Los ataques a hospitales, escuelas y demás infraestructuras civiles se han justificado con la asumida presencia de túneles de Hamas situados debajo de las mismas, y como a la larga se ha bombardeado prácticamente la totalidad de la franja, se ha afirmado que la red de túneles existente en Gaza era más extensa que la del metro de Nueva York. Esta última comparación, que vaya a saber de qué mente brillante ha salido (evidentemente de la de alguien que no se ha tomado el trabajo de constatar que la longitud del metro de Nueva York es de 1361 kilómetros, mientras que Gaza mide, en el más generoso de los cálculos, 41 kilómetros de largo y unos 12 kilómetros de ancho, a ver cómo podría realizarse esa hazaña arquitectónica), ha sido repetida hasta el hartazgo como argumentario por las voces más disímiles y con palabras casi calcadas.

Múltiples representantes del gobierno israelí, por otra parte, han realizado sin pudor declaraciones públicas en las que alientan a una limpieza étnica de los palestinos que habitan en Gaza. Esto no es, por cierto, nada nuevo. Avigdor Lieberman, ministro de defensa de Israel entre 2016 y 2018, y ministro de finanzas entre 2021 y diciembre de 2022, había afirmado, por ejemplo, en abril de 2018 (es decir más de cinco años antes del atentado del 7 de octubre de 2023) que "en Gaza no hay gente inocente y todo el mundo está afiliado a Hamás". Poco después de los atentados, el entonces ministro de Defensa israelí Yoav Gallant abogaba por un asedio completo a la Franja de Gaza y sostenía: "Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia". "Debéis recordar lo que Amalek os ha hecho, dice nuestra Santa Biblia. Nosotros lo recordamos y estamos luchando", predicaba Benjamin Netanyahu el 28 de octubre de 2023, comparando a los palestinos en su conjunto con un pueblo cuyo exterminio dicta Dios en un pasaje de la Biblia. En debates recientes de la televisión pública israelí, diversos tertulianos se permitían afirmar que en Gaza había que matar a todos los palestinos, incluso a los bebés, porque si crecían se convertirían en enemigos de Israel. Y aunque alguna voz se alzara de forma tímida para contradecirlos, nadie parecía tampoco realmente escandalizado por esa prédica. Que la matanza se está llevando a cabo, nadie en Israel parece interesado en desmentirlo. Han circulado, eso sí, múltiples excusas a modo de atenuantes: que el ejército israelí es el único que les advierte a las víctimas antes de lanzar bombardeos (como si los gazatíes tuviesen algún sitio hacia donde escapar en cuestión de minutos); que los miembros de Hamas utilizan a la población palestina como escudos humanos y por lo tanto es menester bombardearlo todo; que Israel se limita a actuar en defensa propia. Pero, en la práctica, aunque se discutan las cifras de muertos, nadie se molesta en negar lo que muestran diariamente los cientos de vídeos procedentes de Gaza: la matanza es una realidad irrefutable. De hecho, cuando el presidente estadounidense Donald Trump lanzó a las redes sociales un grotesco vídeo realizado con inteligencia artificial donde se mostraba al propio Trump, a Netanyahu y a Elon Musk disfrutando de un resort veraniego en una hipotética Gaza futura, nadie en el gobierno israelí puso el grito en el cielo. Ninguna voz se alzó para decir al menos: "quizás apuntemos a esto, quizás ese sea nuestro objetivo, pero no es el momento de decirlo; quizás ahora mismo, cuando Gaza es todavía una selva de escombros y cadáveres sin sepultura, mostrar algo así no sea en realidad lo más apropiado." Lejos de eso, Netanyahu declaraba abiertamente el 22 de mayo su intención de hacer realidad el plan de Trump para expulsar a los gazatíes de su tierra y convertir la Franja en la Riviera Maya de Oriente Medio.

Por tanto, aunque se maquillen las cifras, nadie niega a los muertos. Y la intención de provocar la desesperación más absoluta en los gazatíes de modo que, o bien mueran como consecuencia de los bombardeos, el hambre o las enfermedades sin atención médica, o bien decidan marcharse a donde puedan (si alguien les abre las fronteras), en realidad tampoco ha sido desmentida con convicción.

Lo único que coinciden en negar absolutamente todos los defensores del gobierno de Israel, lo único que parece remover algo en su interior, no es el sufrimiento ocasionado de forma deliberada a un pueblo, no son las imágenes de niños mutilados o asesinados.

No, lo que todos se preocupan por negar al unísono es esa palabra, "genocidio", que al parecer se les atraganta y les perturba. Esa palabra, cuando aparece relacionada con las acciones israelíes sobre Gaza, es desmentida, aborrecida, les resulta intolerable. Y eso sucede porque, aunque dado su uso tan generalizado hoy nos lo pudiera parecer, "genocidio" no es un término genérico ni una palabra cualquiera cuyo origen se pierda en los confines de la historia. Por el contrario, su origen es muy cercano y preciso.

Lejos de ser antigua o recuperada de algún vetusto rincón del diccionario, la palabra "genocidio" fue acuñada hacia 1943 por el abogado judío polaco Raphael Lemkin a partir del vocablo griego "genos", que significa "raza" o "pueblo", y del sufijo latino "caedo", es decir "acto de matar". La primera mención a un "genocidio" apareció en 1944 en el libro de Lemkin "Axis Rule in Occupied Europe", justo cuando las masacres en masa cometidas por el nazismo empezaban a salir a la luz.

Nacido en 1900, Lemkin estudió lingüística (hablaba fluidamente nueve idiomas y era capaz de leer catorce) y luego abogacía. En una Europa en la que la ola de antisemitismo era cada vez más perceptible, Lemkin profundizó en el análisis de matanzas como la sufrida por el pueblo armenio entre 1915 y 1923 por parte de los turcos, la de Simele, perpetrada en 1933 por las fuerzas armadas del Reino de Irak en contra de la población asiria, o la hambruna de Holodomor, de ese mismo año, presumiblemente favorecida por Stalin para acabar con la población independentista ucraniana.

Lemkin, que veía con espanto cómo las medidas represivas de los nazis contra los judíos se volvían cada vez más cruentas, denunció ya en fecha temprana, y considerando los precedentes antes citados, la absoluta inexistencia de medidas de acción internacionales dirigidas a impedir o detener masacres similares. Cuando la Alemania nazi invadió Polonia, dando inicio a la Segunda Guerra Mundial, Lemkin consiguió a duras penas huir hacia Suecia y, en 1941, consiguió un visado para instalarse en Estados Unidos. Aunque estando allí consiguió ayudar a huir a uno de sus hermanos junto con la mujer y los dos hijos de éste, 49 miembros de su familia fueron asesinados en los años subsiguientes como consecuencia del Holocausto nazi.

Una vez en Estados Unidos, Lemkin trabajó en la facultad de Derecho de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, donde dio conferencias, y acabó de preparar el libro antes mencionado, donde se incluían análisis jurídicos sobre el dominio alemán en Europa y la definición de "genocidio". A la luz del Holocausto y de los posteriores juicios de Nuremberg, en los que Lemkin participó en calidad asistente del juez principal, Robert H. Jackson, el término logró amplia difusión. La idea base de "genocidio" según Lamkin consistía en la "destrucción de una nación o de un grupo étnico en la que sus integrantes no son atacados en calidad de individuos, sino como integrantes del grupo". El objetivo del genocidio sería lograr "la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, la lengua, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de los grupos nacionales". En sus escritos, Lamkin, quien daba cuenta de que habían existido genocidios desde tiempos inmemoriales, se preocupó por hacer su definición lo suficientemente amplia como para abarcar a cualquier colectividad humana, y mencionaba a los frailes españoles Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas como algunas de las primeras voces empeñadas en denunciar matanzas semejantes que, en opinión de Lamkin, a menudo venían asociadas a procesos coloniales.

Su intención al acuñar el término no se limitaba a intentar impedir matanzas en masa, sino que deseaba por sobre todo favorecer el establecimiento de leyes que promoviesen sociedades más tolerantes y pluralistas, y la creación de herramientas internacionales que impidiesen la llegada de un nuevo Hitler y tuviesen la capacidad de castigar a los instigadores del Holocausto por sus persecuciones a grupos étnicos o religiosos.

La "Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio" fue aprobada por las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948, incluyendo muchas de las proposiciones de Lemkin. Allí se establecen las siguientes condiciones para determinar si se está cometiendo un Genocidio: a) Matanza de miembros de un grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que acarreen su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

La propia página oficial de Naciones Unidas deja en evidencia el hueco legal de esta definición cuando aclara que, por un lado están los hechos y, por otro, la intención, y que "la intención es el elemento más difícil de identificar". "Para constituir un genocidio,", prosigue el texto, "debe demostrarse que la parte de los perpetradores tenía la intención de destruir físicamente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. La destrucción cultural o la intención de simplemente dispersar a un grupo son insuficientes, aunque puedan constituir un delito contra la humanidad en virtud del Estatuto de Roma. Es la intención especial, o dolus specialis, lo que hace que el delito de genocidio sea único. Para constituir un genocidio, también debe determinarse que las víctimas han sido atacadas de forma deliberada (no de forma aleatoria) por su pertenencia real o percibida a alguno de los cuatro grupos protegidos por la Convención. Esto supone que el objetivo de la destrucción debe ser el grupo, como tal, o incluso una parte de él, pero no sus miembros como individuos."

Como suele decirse, hecha la ley, hecha la trampa.

Y volvemos a las declaraciones de García Margallo: el actual no sería genocidio porque "Israel no ha eliminado a los 2.000.000 de palestinos que viven en Israel, ni quiere eliminar a los que viven en Cisjordania". Por supuesto que esta argumentación es falaz. Como bien explicaba el escritor y experto en ciencia política Norman Finkelstein, cuyos padre y madre fueron supervivientes del Holocausto nazi, Hitler no empezó matando a todos los judíos europeos, sino que se trató de un proceso gradual, y el hecho de que la tarea no fuese culminada con éxito (que quedasen judíos europeos vivos, o que sus acciones no intentasen abarcar a los judíos residentes en el continente americano) no implica que no haya habido genocidio. A la luz de las matanzas diarias, la negación a permitir el ingreso de alimentos o agua en Gaza, los desplazamientos inverosímiles a los que la población palestina se ha visto forzada para luego ser bombardeada en zonas publicitadas como "seguras", y la destrucción masiva de cualquier infraestructura en la zona, a lo que se suman declaraciones de los dirigentes del país como las antes citadas, establecer la intencionalidad de Israel no parecen requerir un esfuerzo sobrehumano. Las múltiples voces empeñadas en negar la pertinencia de la palabra "genocidio" caminan al hacerlo por una cuerda floja argumentativa. Y, aún así, no deja de resultar llamativo que ante la múltiple e inocultable evidencia del horror que está siendo cometido, ante la práctica admisión de que Gaza es ya una tierra arrasada de la cual Israel y Estados Unidos desean apropiarse sin más, lo que se sigue impugnando sin denuedo no son la matanza o la destrucción en sí mismas, sino la mera utilización de la palabra "genocidio" para describirlas.

Quizás esto se deba a que, si bien Lamkin se preocupó por aclarar desde el principio que ese término definía a cualquier masacre de tales características (e incluso él mismo la aplicó retrospectivamente, entre otros, al genocidio armenio), en la práctica, habiendo sido acuñada por un judío durante el Holocausto nazi, la palabra "genocidio" se ha empleado mayoritariamente en medios gráficos o audiovisuales para referirse a los horrores del nazismo.

Por supuesto que Israel no objetó que se clasificase como "genocidios" a masacres como las ocurridas en Ruanda o Camboya, que no involucraban a Israel de forma directa. Pero a nivel general, quedaba claro que, si se hablaba de genocidio, la mayor parte de la población occidental tendía a pensar primero en el Holocausto. En su primera aparición en el programa de Piers Morgan, el comediante egipcio-estadounidense Bassem Youssef era interrumpido una vez tras otra cuando pronunciaba la palabra "genocidio" para referirse a Gaza, hasta el punto de que acabó replicando irónicamente: "Muy bien, no digáis 'genocidio', llamadlo como queráis, ¿quizás 'demasiada matanza' (too much killing) os parece bien?"

Es verdad que la admisión del genocidio como tal podría acarrearle a Israel sanciones y que tanto sobre Netanyahu como sobre Yoav Gallant pesan órdenes de captura internacional. Pero dado el poder económico y militar que sustenta a Israel, dado el apoyo activo o tácito que ha recibido por parte de Estados Unidos y de Europa, difícilmente cualquier sanción acabe convirtiéndose en una medida real o eficaz. El problema con la palabra "genocidio" no pasa sólo por allí.

Está claro que el gobierno israelí no se avergüenza en lo más mínimo de sus actos, y que más allá de maquillar cifras o de ofrecer excusas vagas, no ha habido ninguna expresión de arrepentimiento por el daño ocasionado y que se sigue ocasionando al pueblo palestino. Pero asumir sin más la palabra "genocidio" implicaría mirarse al espejo.

Quizás sea sólo una palabra, pero es una palabra que Israel consideraba poco menos que propia, acuñada por un judío y aplicada de forma generalizada para describir el sufrimiento de su propia gente. Para Israel, reconocer que está cometiendo un genocidio haría caer del todo la máscara, daría por cerrado el círculo discursivo según el cual Israel es un país forjado por víctimas, y lo forzaría a reconocerse en su verdadero rol actual, el de victimario.

Quizás por eso, el mayor empeño de la propaganda israelí a nivel internacional no va dirigido a ocultar la limpieza étnica, no va dirigido a ocultar los estragos que han convertido a la Franja de Gaza en un espacio inhabitable, ni siquiera a ocultar su intención evidente de vaciar ese territorio por completo y utilizarlo a placer.

No.

El mayor afán discursivo (casi el único) va enfocado a negar que los horrores cometidos día tras día constituyan un "genocidio". Va enfocado a negar la palabra.

Porque al parecer, pese a todo, la palabra sigue siendo importante.

Y como decía el Evangelio según San Juan, "Al principio existía la Palabra".

*Artículo publicado en Diario Red el 15 de Junio del 2025

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