Repensando la modernidad | por Zygmunt Bauman




"La modernidad líquida simboliza la fragilidad y transitoriedad de los lazos humanos en un mundo marcado por la constante transformación."- Zygmunt Bauman

 


Las bases de la modernidad líquida: un análisis de Bauman sobre fragilidad, vínculos humanos y transitoriedad en tiempos de cambio.* 

Por: Zygmunt Bauman

Todo comenzó con una abrumadora sensación de que las categorías que aprendí como estudiante para analizar las realidades sociales actuales (categorías clasificadas bajo el término “modernidad”) eran cada vez más inadecuadas para la tarea. La situación se asemeja a la “crisis de paradigma” descrita por Thomas Kuhn en su revelador estudio sobre la “revolución científica.” La creciente acumulación de “anomalías” hacía que las categorías paradigmáticas fueran menos capaces de desestimarlas como fenómenos “extraños,” “marginales” o “anormales” que podían ser ignorados al componer relatos sobre la sociedad. La modernidad ya no parecía ser “como la conocíamos y recordábamos,” ni como creíamos que era. La necesidad de repensar y reorganizar la sabiduría heredada se volvió cada vez más evidente y urgente. La idea de lo “posmoderno,” ya existente y ganando popularidad, señalaba esa necesidad y una intención de satisfacerla.


Sin embargo, como expliqué en una entrevista en 2004 con Milena Yakimova para Eurozine, el concepto de “posmoderno” no era más que una elección provisional, un “informe de progreso” de una búsqueda aún en curso y lejos de completarse. Aunque indicaba que el mundo social había dejado de ser como lo mapeado con la rejilla de la “modernidad,” el concepto era singularmente poco comprometido con las características que el mundo había adquirido en su lugar. Realizó su tarea preliminar de despejar el camino: despertó la vigilancia y dirigió la exploración en la dirección correcta. Sin embargo, no podía hacer mucho más, y pronto agotó su utilidad; o más bien, se quedó sin trabajo. Sobre las cualidades del mundo actual, podíamos y debíamos decir más que simplemente afirmar que era diferente al viejo y familiar. Esa sensación estaba presente desde el principio, y la colección de ensayos Intimations of Postmodernity (1991) fue, retrospectivamente, una manifestación de ese sentimiento.


El término “posmoderno” también era defectuoso desde el principio en otro aspecto: a pesar de las aclaraciones, sugería que la modernidad había terminado. Las protestas no ayudaron mucho, ni siquiera las tan contundentes como las de Jean-François Lyotard (“no se puede ser moderno sin ser primero posmoderno”), y menos mi propia insistencia en que “la posmodernidad es la modernidad menos sus ilusiones.” Nada funcionaría; si las palabras significan algo, un “posX” siempre significará un estado que ha dejado atrás a la “X.”


Tengo (y sigo teniendo) serias reservas respecto a los nombres alternativos sugeridos para nuestra contemporaneidad. ¿“Modernidad tardía”? ¿Cómo podríamos saber que es “tardía”? El término “tardío,” si se usa legítimamente, asume un cierre, la última etapa. (De hecho, ¿qué más podría venir después de “tardío”? ¿Muy tardío? ¿Post-tardío?) Una respuesta responsable a estas preguntas solo puede darse una vez que el período en cuestión haya terminado definitivamente, como en los conceptos de “Antigüedad tardía” o “Edad Media tardía,” lo que sugiere poderes mentales mucho mayores de los que nosotros (como sociólogos) podemos reclamar. ¿“Modernidad reflexiva”? Sospeché de ese término. Parecía que, al acuñarlo, estábamos proyectando nuestra propia incertidumbre cognitiva como pensadores profesionales sobre el mundo social en general; o, quizá inadvertidamente pero de manera injustificada, presentábamos nuestro desconcierto profesional como una prudencia popular imaginaria. Mientras tanto, el mundo real está marcado por la “tiranía del momento,” como lo expresó Thomas Hylland Eriksen, con una cultura del olvido y el cortoplacismo, los enemigos fundamentales de la reflexión.

He intentado explicar lo más claramente posible por qué elegí los términos “líquido” o “fluido” como metáfora del estado actual de la modernidad, particularmente en el prólogo de mi libro Liquid Modernity. Me aseguré de no confundir “liquidez” con “ligereza,” un error profundamente arraigado en nuestro lenguaje. Lo que distingue a los líquidos de los sólidos es la fragilidad de sus vínculos, no su peso específico.

La inspiración para elegir la liquidez como metáfora central de nuestro tiempo provino del físico y premio Nobel Ilya Prigogine, cuyo estudio The End of Certainty (1996) destaca que la debilidad de los vínculos moleculares permite que los líquidos no mantengan una forma estable por mucho tiempo. Esto simboliza la fragilidad y la transitoriedad de los lazos humanos en la modernidad líquida, donde las relaciones se han reemplazado por el acto de “relacionarse.” Esta condición de fluidez se opone radicalmente al deseo de la modernidad inicial de solidificar y fijar las estructuras.

En la segunda década del siglo XXI, la fragilidad y temporalidad de los vínculos se ha vuelto aún más evidente, especialmente con la aparición de comunidades en línea, donde los lazos se forman y deshacen constantemente. La modernidad líquida es un proceso continuo de desmantelar estructuras sólidas, sin intención de reemplazarlas con nuevas bases permanentes.

*Este texto forma parte de una extensa entrevista realizada a Zygmunt Bauman por Los Angeles Review y publicada el 11 de Noviembre del año 2014.

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