"Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo." Horacio Quiroga.
Relato del cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo Horacio Quiroga.
Por: Horacio Quiroga
Todo el día, sentados en el patio, en un banco que estaba los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenía la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco paralelo a él, un cinco metros, y sed allí se mantuvo inmóviles, fijando los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguedora llamaba su atención al principio, poco a sus ojos se animaban; se reía al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Todo el día, sentados en el patio, en un banco que estaba los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenía la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco paralelo a él, un cinco metros, y sed allí se mantuvo inmóviles, fijando los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguedora llamaba su atención al principio, poco a sus ojos se animaban; se reía al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían sacudían su inercia, y corrían, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaba apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El alcalde doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, ha sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta contando su afán de amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir más vital: un hijo. El alcalde enseñorá para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un amor sin fin ninguno y, lo que es que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura cáulor y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visible buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados rebraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se vivió el idiota de todo; había profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
Holjo, mi hijo querido.-sollozaba, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico de afuera.
A usted se puede decir: creo que es un caso perdido. Elente en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
Sí...Sí, Asentía Mazzini. Pero dígame: "Usted cree que es herencia, que...?
En una herencia paterna, ya le le lo que creían cuando vi a su hijo. A la madre, allí heno un pulmón que no sopla bien. Nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo que fracasó de su maternidad joven.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació, leonesa, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. Luego su sangre, su amor era malditos. Su amor, sobre todo. Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba un ama de vida normal. Ya no se puede obtener más belleza e inteligencia como en el primogénito; .pero un hijo, un hijo como todos.
Del nuevo desastre brotaron nuevos llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por de su inmensa amargura a sega Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni sentar tío. A un aleta a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse solo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían verdaderos. Se reián, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se puede volver más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora de lascendencia. pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo no ha registrado el paró aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en la razón de su infructuosidad, se agroaron. Hasta ese momento cada cual se ha tomado sobre sí sobre la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que se habían desolviendo de ellos echó envejecer esa necesidad exigidad de culpa a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como más del insulto la insidia, la atmósfera se cargaba.
Me parádíjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las-lecas podría tener más limpios a los muchachos.
Berta se ensorbe como si no hay alo que haya.
Es la primera vez .repuso al rato que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
- De nuestros hijos, .me parece?
Bueno, de nuestros hijos. Te gusta? "alzó ella los ojos".
Esta vez Mazzini se expresó:
Creo que no vas a decir que yo tiene la culpa, no?
No, se sonrió Berta, muy pálida, pero yo no, supongo más falta... Murmurmuró.
Qué no noba más falta?
Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien. Eso es lo que te quería decir.
Su marido el miró un momento, con un brutal deseo de insultarla.
Dejemos,articuló, secándose por fin las manos.
Como quieras; pero si quieres decir...
- Berta.
-Como quieras.
Este fue el primer choque y lecedieron su otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma esperando, siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres en toda su complaciente, que la pequeña llevó a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que el nomoricó a obligado. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo. No por eso paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de suscendencia de podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no se quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía. Desde el primer disgusto emponzoñado ha perdido más que el mismo; respeto y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando se ha convertido en sí, a humillar del todo a una persona. Antes se confió por la mutua de la falta de éxito; ahora había que había llegado, cada cual, atribuyéndolo a mismo, enviado a la alcaldesa la infamia de los cuatro engendros que el otro había atercer de crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les da de comer, los acostaba, con brutalidad visible. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentado frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era un padre absolutamente imposible, la criatura tuvo escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
-Mi Dios. No puedes caminar más despacio? -Cuántas veces...?
Bueno, es que me olvido; Se acabó. No hay logotipo a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: No, no te creo tanto.
Ni yo jamás te creído tanto a ti...
- Qué. -Qué dijiste?...
-Nada.
Sí, te oí algo. Mira: .no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa tener un padre como el que ha tenido.
Mazzini se puso pálido.
Al fin Murmuró con los dientes apretados. Al fin, víbora, tiene a la que querías.
Sí, víbora, sí. Pero yo he tenido padres sanos, "oyes?", "sanos". Mi padre no ha muerto de delirio. Yao hubiera hijos como los de todo el mundo. Esos hijos tuyos, los cuatro tuyos.
Mazzini explotó un su vez.
Víbora tísica es lo que te he, lo que te quiero decir. Pregúntale, pregúntale al médico que tiene el alcalde culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora.
Continuar cada vez con el alcalde violencia, hasta que un gemido de Bertita vende instantáneamente sus bocas. A la mañana la mañana la indigestión desapareda, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez más que se ha comido, una reconciliación, la reconciliación hasta, tanto más efusiva por las infames de las agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levanta se seacupió sangre. Las emociones y mala noche pasada pasada, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperado, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez se desmargen, después de almorzar. Como apenas era tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante se ha volado ha a la altura de las idiotas de su banco. De modo que hasta la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desanglora con parsimonia, desanglora con parsimonia (Berta había desentrañada de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo...
-Señora. Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran. Y ni aun en esas horas de plenodo perdón, olvido y felicidad reconquistada, evitarse esa horrible visión. Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
Que salgan, María. Ques. Ques, le digo.
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio un pasear por las quintas. Al bajar el sol; retomano pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Los idiotas no se movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto se da entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, se acercó por su cuenta. Detenida al past del cerco, miraba penativa la cresta. Quería trepar, eso no existe duda. Al finbere por una silla desfondadada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de keroseno, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron como su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyarba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus tirantes. Viéronla mira a todos lados, y buscar apoyo con el pastel parazarse más.
Pero la mirada de los idiotas se ha hecho animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermanadad, ya que se veía cada uno de los aires de gula mejorial se ha desviado cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que ha logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caer de otro lado, sintióse cogida de la pierna. Debajo de Ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
Soltáme. Déjame. .gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
-Mamá. Ay, mamá. Mamá, papá. Trató sujeta de culo del borde, pero sintióse se desmargó de trasad.
-Mamá, ..y. - Ma. . . No hay gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana ha desangrado a la gallina, bien sujeta, arranc la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de la regante, creyó oye la voz de su hija.
Me que parece te llamale dijo a Berta.
Evidencia, inquietos, pero sin oyeron más. Con todo, un momento después se despidió, y entre Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
Bertita.
Nadies.
Bertita, "alzó más la voz", ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se leló de horrible presentimiento.
Mi hija, mi hija. Corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujón violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se ha lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se da, contenición:
-No entres. -No entres.
Berta alcanzó una ver el piso inundado de sangre. Solo echar echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.
El alcalde doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, ha sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta contando su afán de amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir más vital: un hijo. El alcalde enseñorá para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un amor sin fin ninguno y, lo que es que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura cáulor y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visible buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados rebraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se vivió el idiota de todo; había profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
Holjo, mi hijo querido.-sollozaba, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico de afuera.
A usted se puede decir: creo que es un caso perdido. Elente en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
Sí...Sí, Asentía Mazzini. Pero dígame: "Usted cree que es herencia, que...?
En una herencia paterna, ya le le lo que creían cuando vi a su hijo. A la madre, allí heno un pulmón que no sopla bien. Nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo que fracasó de su maternidad joven.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació, leonesa, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. Luego su sangre, su amor era malditos. Su amor, sobre todo. Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba un ama de vida normal. Ya no se puede obtener más belleza e inteligencia como en el primogénito; .pero un hijo, un hijo como todos.
Del nuevo desastre brotaron nuevos llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por de su inmensa amargura a sega Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni sentar tío. A un aleta a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse solo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían verdaderos. Se reián, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se puede volver más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora de lascendencia. pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo no ha registrado el paró aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en la razón de su infructuosidad, se agroaron. Hasta ese momento cada cual se ha tomado sobre sí sobre la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que se habían desolviendo de ellos echó envejecer esa necesidad exigidad de culpa a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como más del insulto la insidia, la atmósfera se cargaba.
Me parádíjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las-lecas podría tener más limpios a los muchachos.
Berta se ensorbe como si no hay alo que haya.
Es la primera vez .repuso al rato que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
- De nuestros hijos, .me parece?
Bueno, de nuestros hijos. Te gusta? "alzó ella los ojos".
Esta vez Mazzini se expresó:
Creo que no vas a decir que yo tiene la culpa, no?
No, se sonrió Berta, muy pálida, pero yo no, supongo más falta... Murmurmuró.
Qué no noba más falta?
Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien. Eso es lo que te quería decir.
Su marido el miró un momento, con un brutal deseo de insultarla.
Dejemos,articuló, secándose por fin las manos.
Como quieras; pero si quieres decir...
- Berta.
-Como quieras.
Este fue el primer choque y lecedieron su otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma esperando, siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres en toda su complaciente, que la pequeña llevó a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que el nomoricó a obligado. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo. No por eso paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de suscendencia de podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no se quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía. Desde el primer disgusto emponzoñado ha perdido más que el mismo; respeto y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando se ha convertido en sí, a humillar del todo a una persona. Antes se confió por la mutua de la falta de éxito; ahora había que había llegado, cada cual, atribuyéndolo a mismo, enviado a la alcaldesa la infamia de los cuatro engendros que el otro había atercer de crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les da de comer, los acostaba, con brutalidad visible. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentado frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era un padre absolutamente imposible, la criatura tuvo escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
-Mi Dios. No puedes caminar más despacio? -Cuántas veces...?
Bueno, es que me olvido; Se acabó. No hay logotipo a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: No, no te creo tanto.
Ni yo jamás te creído tanto a ti...
- Qué. -Qué dijiste?...
-Nada.
Sí, te oí algo. Mira: .no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa tener un padre como el que ha tenido.
Mazzini se puso pálido.
Al fin Murmuró con los dientes apretados. Al fin, víbora, tiene a la que querías.
Sí, víbora, sí. Pero yo he tenido padres sanos, "oyes?", "sanos". Mi padre no ha muerto de delirio. Yao hubiera hijos como los de todo el mundo. Esos hijos tuyos, los cuatro tuyos.
Mazzini explotó un su vez.
Víbora tísica es lo que te he, lo que te quiero decir. Pregúntale, pregúntale al médico que tiene el alcalde culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora.
Continuar cada vez con el alcalde violencia, hasta que un gemido de Bertita vende instantáneamente sus bocas. A la mañana la mañana la indigestión desapareda, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez más que se ha comido, una reconciliación, la reconciliación hasta, tanto más efusiva por las infames de las agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levanta se seacupió sangre. Las emociones y mala noche pasada pasada, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperado, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez se desmargen, después de almorzar. Como apenas era tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante se ha volado ha a la altura de las idiotas de su banco. De modo que hasta la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desanglora con parsimonia, desanglora con parsimonia (Berta había desentrañada de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo...
-Señora. Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran. Y ni aun en esas horas de plenodo perdón, olvido y felicidad reconquistada, evitarse esa horrible visión. Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
Que salgan, María. Ques. Ques, le digo.
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio un pasear por las quintas. Al bajar el sol; retomano pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Los idiotas no se movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto se da entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, se acercó por su cuenta. Detenida al past del cerco, miraba penativa la cresta. Quería trepar, eso no existe duda. Al finbere por una silla desfondadada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de keroseno, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron como su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyarba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus tirantes. Viéronla mira a todos lados, y buscar apoyo con el pastel parazarse más.
Pero la mirada de los idiotas se ha hecho animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermanadad, ya que se veía cada uno de los aires de gula mejorial se ha desviado cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que ha logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caer de otro lado, sintióse cogida de la pierna. Debajo de Ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
Soltáme. Déjame. .gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
-Mamá. Ay, mamá. Mamá, papá. Trató sujeta de culo del borde, pero sintióse se desmargó de trasad.
-Mamá, ..y. - Ma. . . No hay gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana ha desangrado a la gallina, bien sujeta, arranc la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de la regante, creyó oye la voz de su hija.
Me que parece te llamale dijo a Berta.
Evidencia, inquietos, pero sin oyeron más. Con todo, un momento después se despidió, y entre Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
Bertita.
Nadies.
Bertita, "alzó más la voz", ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se leló de horrible presentimiento.
Mi hija, mi hija. Corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujón violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se ha lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se da, contenición:
-No entres. -No entres.
Berta alcanzó una ver el piso inundado de sangre. Solo echar echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.