"Hoy llega a su fin una era de casi dos mil años de cultura occidental, que basaba su verdad y su conocimiento en la conexión entre Dios y el logos, entre el nombre sacrosanto de Dios y los nombres simples de las cosas." Giorgio Agamben
Artículo de Giorgio Agamben, publicado el 5 de Diciembre de 2022, publicado en su columna "Una voce" en la revista italiana "Quodlibet" bajo el título La verdad y el nombre de Dios.
Por: Giorgio Agamben
Los filósofos llevan casi un siglo hablando de la muerte de Dios y, como suele suceder, esta verdad parece hoy aceptada tácita y casi inconscientemente por el hombre común, sin que se midan ni comprendan las consecuencias. Una de ellas -y ciertamente no la menos importante- es que Dios -o más bien su nombre- fue la primera y la última garantía de la conexión entre el lenguaje y el mundo, entre las palabras y las cosas. De ahí la importancia decisiva en nuestra cultura del argumento ontológico, que unía inextricablemente a Dios y el lenguaje, y del juramento pronunciado en el nombre de Dios, que nos obligaba a responder por la transgresión del vínculo entre nuestras palabras y las cosas.
Si la muerte de Dios sólo puede implicar la desaparición de este vínculo, esto significa entonces que en nuestra sociedad el lenguaje se ha convertido constitutivamente en mentira. Sin la garantía del nombre de Dios, cada discurso, como el juramento que aseguraba su verdad, no es más que vanidad y perjurio. Esto es lo que hemos visto aparecer con toda claridad en los últimos años, cuando cada palabra pronunciada por las instituciones y los medios de comunicación no era más que vacío e impostura.
Hoy llega a su fin una era de casi dos mil años de cultura occidental, que basaba su verdad y su conocimiento en la conexión entre Dios y el logos, entre el nombre sacrosanto de Dios y los nombres simples de las cosas. Y ciertamente no es casualidad que sólo los algoritmos y no las palabras parezcan mantener todavía alguna conexión con el mundo, pero esto sólo en forma de probabilidad y estadística, porque incluso los números en última instancia sólo pueden referirse a un hombre que habla, implican de alguna manera algo nombres.
Si hemos perdido la fe en el nombre de Dios, si ya no podemos creer en el Dios del juramento y del argumento ontológico, no se puede excluir, sin embargo, que sea posible otra figura de la verdad, que no sea sólo la teológicamente Correspondencia obligatoria entre la palabra y la cosa. Una verdad que no termina de garantizar la eficacia del logos, sino que en él salva la infancia del hombre y salvaguarda lo que todavía calla en él como contenido más íntimo y verdadero de sus palabras. Todavía podemos creer en un Dios niño, como aquel niño Jesús que, como nos enseñaron, los poderosos quisieron y quieren matar a toda costa.