"El mejor modo para defenderse de la invasión de recuerdos que pesan es impedir su entrada, tender una barrera sanitaria a lo largo de la frontera. Es más fácil impedir la entrada de un recuerdo que librarse de él después de haber sido registrado." Primo Levi
Trato de examinar aquí los recuerdos de experiencias límite, de ultrajes sufridos o infligidos. En ese caso, entran en acción todos o casi todos los factores que pueden obliterar o deformar las huellas mnémicas: el recuerdo de un trauma, padecido o infligido, es en sí mismo traumático porque recordarlo duele, o la menos molesta: quien ha sido herido tiende a rechazar el recuerdo para no renovar el dolor; quien ha herido arroja el recuerdo a lo más profundo para liberarse de él, para aligerar su sentimiento de culpa.
Aquí, donde como en otros fenómenos, nos encontramos ante una paradójica analogía entre la víctima y el opresor, necesitamos aclarar las cosas: los dos están en la misma trampa, pero es el opresor, y sólo él quien la ha preparado y quien la ha hecho dispararse, y si sufre, es justo que sufra; pero es inocuo que sufra su víctima, que es quien sufre, aun a decenios de distancia. Debemos constatar una vez más, dolorosamente, que el ultraje es incurable: se arrastra con el tiempo y las Erinnias, en las que es preciso creer, no acosan tan sólo al torturador (si es que lo acosan, con la ayuda de la justicia humana o sin ella), perpetúan el ultraje cometido por él al negar la paz al atormentado(...)
La mayor deformación del recuerdo de un crimen cometido es su supresión. (...) detrás de los 'no sé' o 'no recuerdo' que se escuchan en los tribunales existe a veces el propósito de mentir, pero otras se trata de una mentira fosilizada, encorsetada en una fórmula. Lo memorable ha querido convertirse en inmemorial y la ha conseguido: a fuerza de negar su existencia ha expulsado de sí el recuerdo nocivo, como se expulsa una secreción o un parásito. (...)
El mejor modo para defenderse de la invasión de recuerdos que pesan es impedir su entrada, tender una barrera sanitaria a lo largo de la frontera. Es más fácil impedir la entrada de un recuerdo que librarse de él después de haber sido registrado. Para esto, en última instancia, servían muchos de los artificios elegidos por los jefes nazis para proteger la conciencia de quienes estaban dedicados a los trabajos sucios, asegurándose así sus servicios, desagradables incluso para los asesinos más endurecidos.
En el campo de las víctimas mucho más vasto de las víctimas también se observa una desviación de la memoria, pero aquí, evidentemente, falla la intención de engañar. Quien recibe una ofensa o es víctima de una injusticia, no tiene ninguna necesidad de inventarse mentiras para disculparse de un crimen que no ha cometido (aunque pueda, por un mecanismo paradójico del que hablaremos luego experimentar vergüenza); pero ello no excluye que sus recuerdos puedan también sufrir alteraciones. Se ha observado, por ejemplo, que muchos supervivientes de las guerras o de otras experiencias complejas o traumáticas tienden a filtrar conscientemente sus recuerdos: cuando rememoran entre ellos o se los cuentan a terceros, prefieren detenerse en las treguas, en los momentos de respiro, en los intermedios grotescos, extraños o distendidos, y sobrevolar por encima de los episodios más doloroso. Estos últimos no son llamados voluntariamente de la reserva de la memoria. Por eso tienden a nublarse con el tiempo, a perder sus contornos. (...)
Con fines defensivos, la realidad puede ser distorsionada no sólo en el recuerdo sino también en el momento que está sucediendo (...muchos prisioneros) se hacían y se suministraban generosamente consoladoras ilusiones ('la guerra va a terminar en dos semanas', 'ya no va haber selecciones', 'los ingleses han desembarcado en Grecia', 'los partisanos polacos están apunto de liberar el campo', eran cosas que se oían casi todos los días y que, invariablemente, eran desmentidas por la realidad).