"El Premio Nobel de Literatura no es solo un reconocimiento individual, sino también es un mensaje cultural y literario que resuena en todo el mundo" Javier Claure C.
Después de este anuncio, el ambiente está cargado de expectación. Surgen aplausos y susurros que se extienden por el recinto como una ola de reacciones que chocan entre sí. Acto seguido, las cámaras fotográficas entran en funcionamiento, se escucha el sonido característico de esos objetos y los micrófonos avanzan hacia el secretario, quien responde a las preguntas en diferentes idiomas. Hay una mezcla de formalidad y urgencia por conocer los detalles que rodearon la elección del nuevo laureado o laureada. Se percibe una euforia. Algunos periodistas comienzan a redactar sus artículos tecleando frenéticamente en sus computadoras portátiles, mientras mantienen un oído atento a las respuestas del secretario. Otros graban sus primeros reportajes en video. Es un momento de celebración y de reflexión. El Premio Nobel de Literatura no es solo un reconocimiento individual, sino también es un mensaje cultural y literario que resuena en todo el mundo. Es decir, es un recordatorio de las obras literarias que perduran en el tiempo y que, quizá, son un refugio para quienes encuentran en las palabras un salvavidas en medio del caos.
Foto: Javier Claure |
Da la impresión que en el aire del salón flota una sensación de logro y de tristeza, porque cada año la puerta se abre para revelar un nombre, pero a la misma vez, cierra la posibilidad de tantos otros que esperaban, soñaban y deseaban el Premio más famoso del mundo. El secretario, ya retirado de las cámaras y de las luces, cierra los ojos por un momento consciente de que ha sido parte de algo más grande que él, más grande que la propia Academia. Y mientras él y todos los demás salen del salón, el Edificio de la Bolsa vuelve a su mutismo habitual con sus paredes cargadas de recuerdos y su puerta blanca, tan bella y misteriosa, regresando a su letargo.