Señales a Marte | por Nikola Tesla ~ Bloghemia Señales a Marte | por Nikola Tesla

Señales a Marte | por Nikola Tesla



Nikola Tesla/Leonardo AI/ Bloghemia



"Mis primeros anuncios en este sentido fueron recibidos con incredulidad, pero tan sólo porque se desconocía el potencial del instrumento que yo había concebido." Nikola Tesla 
 



 Artículo del inventor, ingeniero eléctrico y mecánico serbio, Nikola Tesla escrito y publicado por primera vez en el Diario The New York Herald Tribune, Domingo, 12 de octubre de 1919, sección Magazine Escrito.




  
Por: Nikola Tesla

La idea de que otros planetas estén habitados por seres inteligentes se remonta hasta el comienzo mismo de la civilización. 





Tal idea, en sí misma, no tendría mucha importancia, pues muchas de las antiguas creencias tienen su origen en el desconocimiento, en el miedo o en otros motivos —buenos o malos—, y no son más que productos de una imaginación torturada o sin educar. Pero cuando una noción mental perdura a través de los siglos y se hace cada vez más fuerte con el desarrollo intelectual y del conocimiento, se puede concluir con tranquilidad que bajo tal percepción instintiva subyace una sólida verdad. El individuo es efímero y descarriado; el ser humano, hablando en términos relativos, es imperecedero e infalible. Incluso las pruebas más categóricas de los sentidos y las conclusiones de la ciencia deben ser aceptadas con vacilación cuando van contra el testimonio de todo el cuerpo de la humanidad y de la experiencia de siglos. 

La investigación moderna ha revelado el hecho de que hay otros mundos, ubicados de forma muy similar al nuestro y que la vida orgánica acaba por desarrollarse dondequiera que haya calor, luz y humedad. Ahora sabemos que esas condiciones existen en innumerables cuerpos celestes. En el sistema solar, dos de estos son especialmente llamativos: Venus y Marte. El primero es, en muchos aspectos, como la Tierra y ha de ser, sin duda, la morada de algún tipo de vida, pero esto sólo podemos conjeturarlo porque la superficie queda oculta a nuestra vista por una densa atmósfera. El otro planeta se puede observar con facilidad y sus cambios periódicos, que han sido estudiados exhaustivamente por el difunto Percival Lowell, son un fuerte argumento a favor de la suposición de que está poblado por una raza inmensamente superior a la nuestra en cuanto al dominio de las fuerzas de la naturaleza. 

Si ese es el caso, todo lo que podamos conseguir en este globo es de una importancia insignificante si se lo compara con la consecución de los medios que nos hagan entrar en posesión de los secretos que ellos deben haber descubierto en su lucha contra los elementos despiadados. Qué tragedia sería que algún día llegáramos a descubrir que este pueblo maravilloso, finalmente, encontró su inexorable destino y que toda la preciada inteligencia que probablemente tengan y que quizá hayan intentado transmitirnos se ha perdido. Pero aunque la investigación científica de las últimas décadas ha dado fundamento a la creencia tradicional, por falta de instrumentos adecuados no se ha podido llevar a cabo ningún intento serio de establecer comunicación hasta hace bastante poco. 

El proyecto Haz de Luz 

Hace mucho tiempo se propuso el empleo de haces de luz para este propósito y algunos hombres de ciencia concibieron planes específicos que se discutían en las publicaciones periódicas de cuando en cuando. Pero un examen meticuloso nos muestra que ninguno de ellos resulta viable, aunque se suponga que el espacio interplanetario está desprovisto de materia densa y que sólo lo llena una sustancia homogénea e inconcebiblemente ligera llamada éter. Parecería, no obstante, que las colas de los cometas y otros fenómenos refutan esta teoría, así que el intercambio exitoso de señales por este tipo de agente es muy improbable. 

Aun cuando nosotros podamos discernir claramente la superficie de Marte, tampoco se colige que lo contrario sea cierto. Por supuesto, en el vacío perfecto lo más apropiado para transmitir energía en cualquier cantidad sería idealmente un resplandor de luz, puesto que, en teoría, podría atravesar una distancia infinita sin que su intensidad disminuyera. Por desgracia, tanto ésta como otras formas de energía radiante se absorben rápidamente al atravesar la atmósfera. 

Se podría producir en la tierra una fuerza magnética que fuera suficiente como para salvar la distancia de ochenta millones de kilómetros y, de hecho, se ha sugerido disponer un cable alrededor del globo con el objeto de magnetizarlo. Pero, al estudiar las perturbaciones terrestres, yo he hecho algunas observaciones eléctricas que demuestran de forma concluyente que no puede haber mucho hierro ni muchos otros cuerpos magnéticos en la tierra al margen de la insignificante cantidad de la corteza. Todo indica que es, prácticamente, una bola de cristal y que se necesitarían muchas vueltas energizantes del cable para producir efectos perceptibles a gran distancia de esta manera. Más aún, un proyecto semejante sería costoso y, teniendo en cuenta la baja velocidad de la corriente por cable, el envío de la señal resultaría extremadamente lento. 

El milagro 

Este era el estado del asunto hasta hace veinte años, cuando se encontró un medio de realizar tal milagro. No exige más que un cierto esfuerzo y una hazaña en la ingeniería eléctrica, que, a pesar de las dificultades, ciertamente se puede llevar a cabo. En 1899 comencé a desarrollar un transmisor inalámbrico potente y a determinar el modo en el que las ondas se propagaban por la Tierra. Esto era indispensable para aplicar mi sistema de modo inteligente con fines comerciales y, después de un estudio minucioso, seleccioné la llanura de Colorado (mil ochocientos metros sobre el nivel del mar) para la planta, que levanté durante la primera parte de aquel año. Mi éxito frente a las dificultades técnicas fue mayor del que esperaba y en pocos meses pude producir acciones eléctricas comparables a las de los rayos, y en cierto sentido superiores. Se conseguían fácilmente actividades de dieciocho millones de caballos de vapor, cuyo efecto en localidades remotas pude calibrar a menudo. Durante mis experimentos en aquel lugar, Marte estaba a una distancia relativamente corta de nosotros y en aquella atmósfera seca y enrarecida, Venus parecía tan enorme y tan brillante que se podría haber confundido con una de esas luces de señalización militar. Su observación me llevó a calcular la energía transmitida por un oscilador potente a ochenta millones de kilómetros y llegué a la conclusión de que bastaba para ejercer una influencia perceptible en un receptor delicado del tipo de los que yo estaba concluyendo por aquel entonces. 

Mis primeros anuncios en este sentido fueron recibidos con incredulidad, pero tan sólo porque se desconocía el potencial del instrumento que yo había concebido. Durante el año siguiente, sin embargo, diseñé una máquina para una actividad máxima de mil millones de caballos de vapor, que se construyó parcialmente en Long Island en 1902 y que se habría puesto en funcionamiento de no ser por las reservas y por el hecho de que mi proyecto se adelantaba demasiado a su tiempo. 

Durante aquel periodo se informó de que mi torre se había construido con el propósito de emitir señales a Marte, lo cual no era el caso, aunque sí es verdad que yo había tomado medidas especiales para hacerla adecuada a unos posibles experimentos en ese sentido. Durante los últimos años mi transmisor inalámbrico se ha aplicado tan ampliamente que, en cierta medida, los expertos se han familiarizado con sus posibilidades y, si no me equivoco, ya son pocos quienes aún dudan como Tomás. Pero nuestra capacidad de transmitir una señal a través del abismo que nos separa de nuestros planetas vecinos no sería de ningún provecho si estos están muertos o estériles o habitados por razas aún sin desarrollar. Nuestra esperanza de que pueda ser diferente descansa en lo que el telescopio ha revelado, pero no sólo en esto. 

Hallazgo de un poder inmenso 

En el curso de mis investigaciones sobre las perturbaciones eléctricas terrestres en Colorado empleé un receptor cuya sensibilidad es casi ilimitada. Por lo general, se cree que el denominado audion es superior a los demás en este sentido y se atribuye a sir Oliver Lodge el haber dicho que con éste es como se consiguieron la telefonía inalámbrica y la transformación de energía atómica. Si la noticia es correcta, este científico podría haber sido víctima de algunos de los espíritus juguetones con los que él se comunica. Por supuesto, no hay conversión alguna de energía atómica en tal tubo y se conocen muchos dispositivos similares que se pueden utilizar adecuadamente al efecto. 

Mis ajustes me permitieron hacer unos cuantos descubrimientos, algunos de los cuales ya los he anunciado en publicaciones periódicas técnicas. Las condiciones bajo las que he trabajado eran muy favorables, puesto que no existía ninguna otra planta energética de potencia considerable y los efectos que observé fueron, por lo tanto, debidos a causas naturales, terrestres o cósmicas. Poco a poco he ido aprendiendo a discernir en mi receptor y a eliminar ciertas acciones y en una de estas ocasiones mi oído pudo captar con dificultad unas señales con cadencia regular que no se podrían haber producido en la Tierra; eran causadas por alguna acción solar o lunar o por la influencia de Venus, y la posibilidad de que provinieran de Marte me cruzó la mente como un relámpago. En años posteriores he lamentado amargamente haberme rendido a la excitación de las ideas y a la presión de los negocios en vez de concentrar todas mis energías en esta investigación. 

Ahora ya ha llegado el momento de hacer un estudio sistemático de este problema trascendente, cuya consumación puede suponer bendiciones incalculables para la raza humana. Habría que proveer de generoso capital y formar un cuerpo de expertos competentes para examinar todos los planes propuestos y para llevar a cabo el mejor. El mero comienzo de un proyecto en estos tiempos inciertos y revolucionarios resultaría en un beneficio que no se puede subestimar. En mis primeras propuestas he abogado por la aplicación de los principios matemáticos fundamentales para alcanzar un primer entendimiento elemental. Pero desde aquel entonces he concebido un plan semejante al de la transmisión de imágenes mediante el cual se podría transmitir información sobre la forma y, en esencia, las barreras para el intercambio mutuo de ideas se eliminarían. 

Éxito en las pruebas No se puede alcanzar un éxito perfecto de otro modo, puesto que sólo sabemos lo que podemos visualizar. Si no se percibe la forma, no hay conocimiento preciso. Se han inventado ya algunos aparatos con los que se ha efectuado la transmisión de imágenes mediante cables y se pueden hacer funcionar con igual facilidad con el método inalámbrico. Algunos de estos medios presentan una construcción de una sencillez primitiva. Se basan en el empleo de partes similares que se mueven de manera sincronizada y, de esta forma, pueden transmitir documentos por complejos que sean. No requeriría un esfuerzo extraordinario de la mente incidir en este plan y concebir instrumentos de acuerdo con este principio u otros similares y, finalmente, mediante intentos paulatinos, llegar a un entendimiento completo. 

El Herald del 24 de septiembre contiene un despacho en el que se anuncia que el profesor David Todd, del Amhurst College, contempla el intento de comunicarse con los habitantes de Marte. La idea es soltar un globo y elevarlo a una altura de quince mil metros con el propósito manifiesto de superar los impedimentos del estrato de aire denso. No deseo comentar desfavorablemente su proyecto, al margen de decir que no se obtendrá ninguna ventaja material con este método, porque lo que se gana en altura se contrarresta mil veces por la imposibilidad de utilizar aparatos de emisión y recepción potentes y complejos. La tensión física y el peligro a los que habrá de hacer frente el piloto a semejante altura son importantes y, probablemente, perdería su vida o quedaría lesionado para siempre. En su reciente historial de vuelos, Roelfs y Schroeder hallaron que a una altura de unos diez mil metros se habían quedado prácticamente sin fuerzas. No se habría necesitado mucho más para que sus carreras acabaran de manera fatal. Si el profesor Todd quiere desafiar estos peligros tendrá que proveerse de medios especiales de protección, que serán un obstáculo para sus observaciones. Es más probable, con todo, que tan sólo desee mirar el planeta a través de un telescopio con la esperanza de discernir algo nuevo. Pero bajo ningún concepto es seguro que este instrumento resulte eficiente en tales condiciones. 
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