"¿Qué será del caracol aplastado por su propia concha? ¿Cómo logrará sobrevivir a los escombros de su casa? Estas son las preguntas que no debemos dejar de plantearnos." Giorgio Agamben
Artículo del filósofo italiano, Giorgio Agamben, publicado por primera vez en la editorial Quodlibet el pasado 22 de Mayo del año 2024, bajo el titulo original: Il guscio della lumaca. Traducción: Bloghemia.
Por: Giorgio Agamben
Cualesquiera que sean las razones profundas del ocaso de Occidente, cuya crisis estamos viviendo en todos los sentidos decisivos, es posible resumir su resultado extremo en lo que, retomando una imagen icástica de Ivan Illich, podríamos llamar el «teorema del caracol».
«Si el caracol», dice el teorema, «después de añadir a su concha un cierto número de espirales, en lugar de detenerse, continuara su crecimiento, una sola espiral adicional aumentaría 16 veces el peso de su casa y el caracol quedaría inexorablemente aplastado». Esto es lo que está sucediendo en la especie que antes se definía como homo sapiens en lo que respecta al desarrollo tecnológico y, en general, a la hipertrofia de los dispositivos jurídicos, científicos e industriales que caracterizan la sociedad humana.
Estos siempre han sido indispensables para la vida de ese mamífero especial que es el hombre, cuya nacimiento prematuro implica una prolongación de la condición infantil, en la que el pequeño no es capaz de proveer su propia supervivencia. Pero, como suele suceder, precisamente en aquello que asegura su salvación se esconde un peligro mortal. Los científicos que, como el genial anatomista holandés Lodewjik Bolk, han reflexionado sobre la singular condición de la especie humana, han sacado, de hecho, consecuencias cuanto menos pesimistas sobre el futuro de la civilización. Con el tiempo, el creciente desarrollo de las tecnologías y de las estructuras sociales produce una verdadera inhibición de la vitalidad, que preludia una posible desaparición de la especie. El acceso a la etapa adulta se retrasa cada vez más, el crecimiento del organismo se ralentiza cada vez más, la duración de la vida – y por ende la vejez – se prolonga. «El progreso de esta inhibición del proceso vital», escribe Bolk, «no puede superar un cierto límite sin que la vitalidad, sin que la fuerza de resistencia a las influencias nefastas del exterior, en breve, sin que la existencia del hombre no se vea comprometida. Cuanto más avanza la humanidad en el camino de la humanización, más se acerca a ese punto fatal en el que progreso significará destrucción. Y no está en la naturaleza del hombre detenerse ante ello».
Es esta situación extrema la que estamos viviendo hoy. La multiplicación sin límites de los dispositivos tecnológicos, la creciente sujeción a restricciones y autorizaciones legales de todo tipo y especie, y la sumisión total a las leyes del mercado hacen que los individuos sean cada vez más dependientes de factores que escapan completamente a su control. Gunther Anders definió la nueva relación que la modernidad ha producido entre el hombre y sus herramientas con la expresión: «desnivel prometeico» y habló de una «vergüenza» frente a la humillante superioridad de las cosas producidas por la tecnología, de las cuales ya no podemos de ningún modo considerarnos dueños. Es posible que hoy este desnivel haya alcanzado el punto de máxima tensión y el hombre se haya vuelto completamente incapaz de asumir el gobierno de la esfera de los productos creados por él mismo.
A la inhibición de la vitalidad descrita por Bolk se suma la abdicación a esa misma inteligencia que podría de algún modo frenar sus consecuencias negativas. El abandono de ese último vínculo con la naturaleza, que la tradición filosófica llamaba lumen naturae, produce una estupidez artificial que hace que la hipertrofia tecnológica sea aún más incontrolable.
¿Qué será del caracol aplastado por su propia concha? ¿Cómo logrará sobrevivir a los escombros de su casa? Estas son las preguntas que no debemos dejar de plantearnos.