El Fascismo y sus políticas | por Antonio Gramsci



 

“La principal preocupación de los padres ya no es la de educar, la de enriquecer a la descendencia con los tesoros de la experiencia humana que el pasado nos ha dejado y que el presente sigue acumulando”. Antonio Gramsci  
 



 Artículo del   filósofo, político, sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci*  




  
Por: Antonio Gramsci

El fascismo, como movimiento de reacción armada que se propone el objetivo de disgregar y desorganizar a la clase obrera para inmovilizarla, entra en el cuadro de la política tradicional de las clases dirigentes italianas, y en la lucha del capitalismo contra la clase obrera. 





Por esta razón es favorecido en sus orígenes, en su organización y en su camino indistintamente por todos los viejos grupos dirigentes, aunque preferentemente por los agrarios, los cuales sienten más amenazadora la presión de la plebe rural. Socialmente, sin embargo, el fascismo tiene su base en la pequeña burguesía urbana y en una nueva burguesía agraria surgida de una transformación de la propiedad rural en algunas regiones (fenómenos de capitalismo agrario en Emilia, origen de una categoría de intermediarios campesinos, “bolsas de la tierra”, nuevos repartos de terrenos). Este hecho, y el hecho de haber encontrado una unidad ideológica y organizativa en las formaciones militares en las que revive la tradición de la guerra (arditismo) y que sirven para la guerrilla contra los trabajadores, permiten al fascismo concebir y llevar a cabo un plan de conquista del Estado en contraposición a las viejas capas dirigentes. Es absurdo hablar de revolución. Las nuevas categorías que se agrupan en torno al fascismo tienen, por su origen, una homogeneidad y una mentalidad común de “capitalismo naciente”. Esto explica cómo es posible la lucha contra los hombres políticos del pasado y cómo es que pueden justificarla con una construcción ideológica contraria a las teorías tradicionales de Estado y de sus relaciones con los ciudadanos. En sustancia el fascismo modifica el programa de conservación y de reacción que siempre dominó la política italiana, solamente por una forma diferente de concebir el proceso de unificación de las fuerzas reaccionarias. Sustituye la táctica de los acuerdos y los compromisos con el propósito de realizar una unidad orgánica de todas las fuerzas de la burguesía y un solo organismo político bajo el control de una central única que debería dirigir al mismo tiempo el partido, el gobierno y el Estado. Este propósito corresponde a la voluntad de resistir a fondo cualquier ataque revolucionario, lo que permite al fascismo obtener la adhesión de la parte más decididamente reaccionaria de la burguesía industrial y de los agrarios. 

El método fascista de defensa del orden, de la propiedad y del Estado es, más aún que el sistema tradicional de los compromisos y de la política de izquierda, disgregador de la solidaridad social y de sus superestructuras políticas. Las reacciones que provoca deben ser examinadas en relación a su aplicación tanto en el campo económico como en el campo político. 

En el campo político, sobre todo, la unidad orgánica de la burguesía en el fascismo no se realiza inmediatamente después de la conquista del poder. Fuera del fascismo permanecen los centros de una oposición burguesa al régimen. Por una parte, no es absorbido el grupo que se mantiene fiel a la solución giolittiana del problema del Estado. Este grupo se vincula a una sección de la burguesía industrial y, con un programa de reformismo “laborista”, ejerce influencia sobre estratos de obreros y pequeñoburgueses. Por otra parte, el programa de fundar el Estado sobre ima democracia rural del Mediodía y sobre la parte “sana” de la industria septentrional (Corriere della Sera, libre cambio, Nitti) tiende a convertirse en el programa de una organización política de oposición al fascismo con bases de masas en el Mediodía (Unión Nacional). 

El fascismo se ve obligado a luchar contra estos grupos supervivientes con gran energía, y a luchar con energía aún mayor contra la masonería, a la que justamente considera como centro de organización de todas las fuerzas tradicionales de apoyo al Estado. Esta lucha que es, quieran o no, el indicio de una grieta en el bloque de las fuerzas conservadoras y antiproletarias, puede favorecer en determinadas circunstancias el desarrollo y la afirmación del proletariado como tercer y decisivo factor de una situación política. 

En el campo económico, el fascismo actúa como instrumento de una oligarquía industrial y agraria, para poner en manos del capitalismo el control de todas las riquezas del país. Esto no puede dejar de provocar un descontento en la pequeña burguesía la cual, con el advenimiento del fascismo, creía llegada la era de su dominio. 

El fascismo adopta toda una serie de medidas para favorecer una nueva concentración industrial (abolición del impuesto de sucesión, política financiera y fiscal, endurecimiento del proteccionismo), y a ellas corresponden otras medidas a favor de los agrarios y contra los pequeños y medianos cultivadores (impuestos, derecho sobre el grano, “batalla del grano”). La acumulación que determinan estas medidas no es un aumento de riqueza nacional, sino que es expoliación de una clase en beneficio de otra, esto es, de las clases trabajadoras y medias en beneficio de la plutocracia. El propósito de favorecer a la plutocracia aparece descaradamente en el proyecto de legalizar en el nuevo código de comercio el régimen de las acciones privilegiadas; de esta manera, un puñado de financieros es puesto en condiciones de poder disponer sin control de ingentes masas de ahorro provenientes de la mediana y pequeña burguesía y estas categorías son expropiadas del derecho a disponer de su riqueza. En el mismo plan, pero con consecuencias políticas más vastas, entra el proyecto de unificación de las bancas de emisión, esto es, en la práctica, de supresión de los dos grandes bancos meridionales. Estos dos bancos ejercen hoy la función de absorber los ahorros de Mediodía y las remesas de los emigrados (600 millones), o sea la función que en el pasado ejercía el Estado con la emisión de bonos del tesoro y la Banca de Descuento en interés de una parte de la industria pesada del norte. Los bancos meridionales han sido controlados hasta ahora por las mismas clases dirigentes del Mediodía, las cuales encontraban en este control una base real para su dominio político. La supresión de los bancos meridionales como bancos de emisión hará pasar esta función a la gran industria del norte que controla, a través de la Banca Comercial, al Banco de Italia, y de este modo se acentuará la explotación económica “colonial” y el empobrecimiento del Mediodía, así como se acelerará el lento proceso de separación del Estado también de la pequeña burguesía meridional. 

La política económica del fascismo se completa con las medidas encaminadas a elevar el curso de la moneda, a sanear el balance del Estado, a pagar las deudas de guerra y a favorecer la intervención del capital inglésnorteamericano en Italia. En todos estos campos el fascismo pone en práctica el programa de la plutocracia (Nitti) y de una minoría industrial-agraria en perjuicio de la gran mayoría de la población, cuyas condiciones de vida empeoran progresivamente. 

Como remate de toda su propaganda ideológica, de la acción política y económica del fascismo, está su tendencia al “imperialismo”. Esta tendencia es la expresión de la necesidad sentida por las clases dirigentes industrialesagrarias italianas de encontrar fuera del campo nacional los elementos para la solución de la crisis de la sociedad italiana. En ella se encuentran los gérmenes de una guerra que se planteará, en apariencia, por la expansión italiana, pero en la cual, en realidad, la Italia fascista será un instrumento en manos de uno de los grupos imperialistas que se disputan el dominio del mundo. 

*De las Tesis aprobadas por el Congreso del Partido Comunista en Lyon (enero de 1926).
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