"Liberarse" o "Sentirse Libre" | por Zygmunt Bauman






"El equilibrio puede alcanzarse y conservarse inalterable de dos maneras diferentes: agostando, recortando el deseo y/o la imaginación, o ampliando la capacidad de acción." Zygmunt Bauman 
 



Explora las complejidades de la sociedad contemporánea y las ideas de liberación en "Modernidad líquida" de Zygmunt Bauman. Este artículo analiza cómo la percepción de la libertad se entrelaza con la realidad y la capacidad de actuar según los propios deseos. 




  
Por: Zygmunt Bauman 

Hacia fines de las «tres gloriosas décadas» que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial —tres décadas de crecimiento sin precedentes y de afianzamiento de la riqueza y de la seguridad económica del próspero Occidente—, Herbert Marcuse protestaba .





“En cuanto al presente y a nuestra propia situación, creo que nos enfrentamos a un nuevo momento de la historia, porque hoy debemos liberarnos de una sociedad relativamente funcional, rica y poderosa […] El problema al que nos enfrentamos es la «necesidad» de liberarnos de una sociedad que atiende en gran medida a las demandas materiales e incluso culturales del hombre —una sociedad que, por usar un eslogan, reparte sus mercancías a un amplio sector de la población—. Y esto implica que nos enfrentamos a la liberación de una sociedad en donde la liberación no tiene el aparente sustento de las masas”

Para Marcuse, que debamos y tengamos que emanciparnos, «liberarnos de la sociedad», no representaba un problema. Lo que sí era un problema —el problema específico de una sociedad que «reparte sus mercancías»— es que esa liberación carecía de un «sustento de las masas». Para decirlo más sencillamente: pocos individuos deseaban liberarse, todavía menos estaban dispuestos a actuar para lograrlo, y prácticamente nadie sabía con certeza en qué medida esa «liberación de la sociedad» sería diferente de la situación en la que ya se hallaban todos ellos. «Liberarse» significa literalmente deshacerse de las ataduras que impiden o constriñen el movimiento, comenzar a sentirse libre de actuar y moverse. «Sentirse libre» implica no encontrar estorbos, obstáculos, resistencias de ningún tipo que impidan los movimientos deseados o que puedan llegar a desearse. 

Tal como lo observara Arthur Schopenhauer, la «realidad» es creada por el acto del deseo; la empecinada indiferencia del mundo a nuestras pretensiones, esto es, la reticencia del mundo a someterse a nuestra voluntad, nos devuelve la percepción del mundo «real»: restrictivo, limitante y desobediente. Sentirse libre de restricciones, libre de actuar según el propio deseo, implica alcanzar un equilibrio entre los deseos, la imaginación y la capacidad de actuar: nos sentimos libres siempre y cuando nuestra imaginación no exceda nuestros verdaderos deseos y ni una ni los otros sobrepasen nuestra capacidad de actuar. Por lo tanto, el equilibrio puede alcanzarse y conservarse inalterable de dos maneras diferentes: agostando, recortando el deseo y/o la imaginación, o ampliando la capacidad de acción. Una vez alcanzado el equilibrio, y en tanto permanezca intacto, la «liberación» resulta un eslogan vacío de significado y carente de motivación. Esto nos permite diferenciar entre libertad «subjetiva» y libertad «objetiva» —así como entre «necesidad de liberación» subjetiva u objetiva—. Puede suceder que la voluntad de progreso se vea frustrada o directamente no emerja (por ejemplo, y según lo explicaba Sigmund Freud, por la presión ejercida por el «principio de realidad» sobre el principio del placer del ser humano) y que las intenciones, ya sean reales o tan sólo imaginarias, sean recortadas para adecuarlas al tamaño de la capacidad de actuar, y, en particular, de actuar de manera razonable —con alguna posibilidad de éxito—. Por el contrario, también puede suceder que a través de la manipulación directa de las intenciones —una suerte de «lavado de cerebro»— uno jamás llegue a poner a prueba sus capacidades «objetivas» de actuar, y menos aun a averiguar cuáles son, colocando el nivel de las aspiraciones por debajo del de la libertad «objetiva». La distinción entre libertad «subjetiva» y «objetiva» abrió una verdadera caja de Pandora repleta de desconcertantes problemas del tipo «fenómeno vs. esencia», cuestiones de variada pero significativa relevancia filosófica y potencialmente enorme trascendencia política. Una de esas cuestiones fue la posibilidad de que lo que experimentamos como libertad no lo sea en absoluto; que las personas puedan estar satisfechas de lo que les toca aunque diste mucho de ser «objetivamente» satisfactorio; que, viviendo en la esclavitud, se sientan libres y por lo tanto no experimenten ninguna necesidad de liberarse, renunciando a toda posibilidad de acceder a una libertad genuina. El corolario de este razonamiento fue la suposición de que las personas puedan no ser jueces competentes de su propia situación, y deban ser forzadas o engatusadas, pero en cualquier caso conducidas a experimentar la necesidad de ser «objetivamente» libres y a juntar el coraje y la determinación necesarios para luchar por ello. Un presentimiento aun más negro carcomía el corazón de los filósofos: que a las personas simplemente les disgustaba la idea de ser libres y que, dados los sinsabores que el ejercicio de su libertad podía implicar, rechazaban la perspectiva de su emancipación. 

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