Imagen: Leonardo AI/Bloghemia
"En la historia de nuestro tiempo, nada habrá sido tan claro como esta traición, tan clamoroso como esta injusticia. Que esta claridad al menos nos ayude a despertar a los durmientes, a reunir a nuestros escasos intelectuales libres y nuestros sindicalistas independientes, para hacer saber a los estudiantes y a los obreros de España que no están solos. " Albert Camus
Artículo del filósofo, escritor y periodista ganador del Premio Nobel deLiteratura, Albert Camus, publicado en Témoins, n.º 14, otoño de 1956, pág. 33
Por: Albert Camus
Veinte años después de la guerra civil española, unos hombres han querido reunirse para hablar de su fidelidad a la República vencida. Ni el tiempo ni el olvido, que son los grandes aliados de los reaccionarios de derechas o de izquierdas, han podido contra esta imagen intacta, en nosotros, de la España libre y encadenada. La segunda guerra mundial, la Ocupación, la Resistencia, la guerra fría, el drama argelino y la desdicha francesa de hoy no han quitado nada a este sordo sufrimiento que arrastran los hombres de mi generación, a través de su historia anhelante y monótona, desde el asesinato de la República española.
Pero justamente nuestra historia empezó con esta guerra perdida, España fue nuestra auténtica maestra. Aprendimos de ella, entonces, que la historia no elegía entre las causas justas e injustas, y que se encomendaba a la fuerza cuando no se abandonaba al azar. Por falta de haber pensado lo suficiente en esto o quizá por falta de haberlo sufrido realmente, algunos hombres de izquierdas han podido buscar sus valores en la propia historia. El culto a la historia no puede ser otra cosa que el culto al hecho consumado. Como tal, nunca dejará de ser deshonroso. Si lo que dura tiene razón, entonces Franco, desde hace veinte años, representa el derecho y Hitler estuvo a punto de tener razón para mil años. Después de esto, se puede admitir a la Falange en la ONU y disertar sobre los derechos humanos en la capital de la censura.
En cambio, no encontraremos aquí más que hombres que no han dejado nunca de quitarle la razón a Franco, que se negaron a darle la razón a Hitler, aunque fuera durante un año, y que desprestigiaron a Stalin mucho antes de que sus cómplices pensaran en tomar una llave inglesa. Estos no se prosternaron ante la historia, nunca verán en ella más que el lugar donde se entra con las armas en la mano, el tiempo en que la libertad debe a la vez defenderse y edificarse, y el destino que siempre debe transformarse y nunca experimentarse. Los que, de 1936 a 1939, comprendieron esto no dejarán de devolver a España lo que le deben.
Negar el hecho consumado y al mismo tiempo abordar de frente la realidad histórica, esta lección no carece de consecuencias. Nos impide descansar en nuestras fidelidades y aceptar las comodidades de la melancolía. Nos prohíbe huir y adorar la historia. Al mismo tiempo que a rechazar incansablemente el compromiso y el arrodillamiento, nos invita a luchar sin tregua por el orden que la mente y el corazón son los únicos que conciben frente a la historia. Así pues, hay que decir, a pesar de todas las risas burlonas, que se trata de una lección de honor. Y que, por haber olvidado o despreciado ese honor, la revolución del siglo XX se ha condenado a la abyección.
Hoy, cuando España, veinte años después del hundimiento, se mueve, la fidelidad sin duda debe reafirmarse. Pero, al mismo tiempo, la lucha debe continuar, sin la cual toda fidelidad no es más que un sueño desdichado. No podemos seguir siendo fieles a esos obreros de Navarra y de Vizcaya y a esos estudiantes de Madrid sin ser solidarios y compasivos con ellos. Ante sus protestas, los estudiantes de París y nuestros sindicatos permanecieron silenciosos y con ello faltaron a sus deberes más imperiosos. Sin duda, están desmoralizados y también en esto España ilustra de manera privilegiada su desconcierto. Cuando Washington y Moscú solo se ponen de acuerdo para recibir a Franco en el concierto de las naciones llamadas libres, los que reciben sus órdenes o ponen su esperanza en estas capitales solo pueden estar desorientados. Pero los que solo reciben órdenes del espíritu de libertad no tienen ninguna razón para estarlo. El mantenimiento de Franco en el poder marca desde hace años el imperdonable fracaso de la política occidental y desde hace algún tiempo el extravío cínico de la política oriental. En la historia de nuestro tiempo, nada habrá sido tan claro como esta traición, tan clamoroso como esta injusticia. Que esta claridad al menos nos ayude a despertar a los durmientes, a reunir a nuestros escasos intelectuales libres y nuestros sindicalistas independientes, para hacer saber a los estudiantes y a los obreros de España que no están solos.
Parecía que nada hasta aquí había podido paralizar la esperanza de los oprimidos de España. La pobreza de las doctrinas que teníamos para proponerles, la traición de los partidos y la política degradada de las naciones los hundía cada día un poco más en la soledad y la noche. Pero la muerte de Ortega y Gasset recordó a los estudiantes que este gran filósofo colocó la libertad, sus derechos y sus deberes en el centro de su pensamiento. Al mismo tiempo, la economía franquista reducía a los obreros del norte a una miseria tal que ya solo podían encontrar dignidad en la revuelta. El día en que la inteligencia, según su vocación, se dedica a las luchas de la libertad, mientras el trabajo se niega a envilecerse por más tiempo, ese día el honor y la revuelta empiezan a poner a un pueblo en marcha. Entonces nuestra fidelidad ya no se dirige al fantasma de una España vencida, sino a la España del futuro, en el que también depende de nosotros que sea la de la libertad.