Sobre el tiempo por venir | por Giorgio Agamben ~ Bloghemia Sobre el tiempo por venir | por Giorgio Agamben

Sobre el tiempo por venir | por Giorgio Agamben








"No somos herederos de nada, y en ninguna parte tenemos herederos, y sólo en este pacto podemos volver a entablar conversación con el pasado y los muertos." Giorgio Agamben                            




  Artículo del filósofo italiano Giorgio Agamben, publicado originalmente el  23 de noviembre del 2019 en su columna «Una voce». Traducción realizada por José Daniel Figuera.






Por: Giorgio Agamben 

Lo que está sucediendo hoy a escala planetaria es sin duda el fin de un mundo. Pero no -como ocurre con quienes intentan gobernarlo según sus intereses- en el sentido de una transición hacia un mundo más adecuado a las nuevas necesidades de la sociedad humana. La era de las democracias burguesas está decayendo, con sus derechos, sus constituciones y sus parlamentos; pero, más allá del aspecto jurídico, que ciertamente no es irrelevante, lo que termina es en primer lugar, es el mundo que comenzó con la revolución industrial y creció hasta las dos -o tres- guerras mundiales y los totalitarismos -tiránicos o democráticos- que las acompañaron. 

Si las potencias que gobiernan el mundo han considerado necesario recurrir a medidas y dispositivos tan extremos como la bioseguridad y el terror médico, que han establecido en todas partes y sin reservas, pero que ahora amenazan con salirse de control, es porque temían según ante toda evidencia de que no tenía otra opción para sobrevivir. Y si la gente aceptó sin ninguna garantía las medidas despóticas y las limitaciones sin precedentes a las que estaban sometidas, no fue sólo por miedo a la pandemia, sino presumiblemente porque, más o menos inconscientemente, sabían que el mundo en el que habían vivido hasta ahora, era demasiado injusto e inhumano. No hace falta decir que los gobiernos están preparando un mundo aún más inhumano, aún más injusto; pero en cualquier caso, en ambos lados se preveía de alguna manera que el mundo anterior –como ahora empezamos a llamarlo– no podría continuar. Ciertamente hay en esto, como en todo presentimiento oscuro, un elemento religioso. La salud ha sustituido a la salvación, la vida biológica ha sustituido a la vida eterna y la Iglesia, acostumbrada desde hace tiempo a comprometerse con las necesidades mundanas, ha consentido más o menos explícitamente en esta sustitución.

No nos arrepentimos de este mundo que se acaba, no tenemos nostalgia de la idea de lo humano y lo divino que las implacables olas del tiempo van borrando como una cara de arena en la orilla de la historia. Pero con igual determinación rechazamos la vida desnuda, silenciosa y sin rostro, y la religión de la salud que nos proponen los gobiernos. No esperamos un nuevo dios ni un nuevo hombre, sino que buscamos aquí y ahora, entre las ruinas que nos rodean, una forma de vida más humilde, más sencilla, que no sea un espejismo, porque de ella tenemos memoria y experiencia, incluso si, dentro y fuera de nosotros, los poderes adversos lo rechazan cada vez hasta el olvido.

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