Sobre la felicidad de no ser santo | por Emil Cioran ~ Bloghemia Sobre la felicidad de no ser santo | por Emil Cioran

Sobre la felicidad de no ser santo | por Emil Cioran








"El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se vio obligado a inventar la risa". Emil Cioran                            




  Artículo de Emil Cioran, filósofo y escritor rumano conocido por su estilo literario provocativo y pesimista, caracterizado por una profunda reflexión sobre el sufrimiento humano, la angustia existencial y la condición humana en general.


 
Por: Emil Cioran  


Un prolongado dolor sólo puede hacer de alguien un imbécil o un santo. Pero para nadie es un problema el primer elemento de la alternativa, porque nadie puede tener miedo o alegrarse de una eventual imbecilidad, de una paralización de todos los sentidos por causa de un gran dolor. Un estado tal ni asusta ni alegra, porque sabemos que en él, dado que se excluye la lucidez, una comparación con los estados anteriores no es posible, como tampoco lo es el temblar de miedo por nuestro destino. ¿Pero cuántos temblores sacuden el alma de un hombre con sólo pensar que podría volverse santo y cuántos recónditos temores le invaden ante el oscuro presentimiento de que su dolor lo precipitaría a la santidad? No hay nadie que quiera morir siendo un imbécil, como tampoco nadie quiere vivir siendo un santo. Pero cuando uno se vuelve santo, sin querer hace de su destino una misión; y de una fatalidad, un fin. 

Lo terrible son los presagios y grados de la santidad, no la santidad en sí. Estos provocan un inexplicable espanto mucho mayor cuando aparecen en la juventud. 

Entonces nos mortifica el pensar que nuestra vida va a cesar antes de morir, que va a cesar cuando estemos en el momento culminante de nuestra lucidez, cuando lo veamos todo tan claro que las propias tinieblas brillarán hasta cegarnos. Hay tanta renunciación en la santidad, que la juventud de un hombre, por atribulada que sea, no puede resignarse a vivir sin las placenteras sorpresas de la mediocridad. Que llegará un día en que ya no podremos ser mediocres y en que se pasará a un estado que ya no tenga ligazón alguna con la vida. Eso sólo puede producirnos pesadumbre, y nos atormenta el pensar que, en estado de santidad, no tendremos ya ni el pesar de la vida que habremos perdido ni la esperanza de tener desesperanzas. 

El miedo de llegar a ser santo… ¡Cómo no vas a temer a la santidad si creías que de ti sólo podía salir fuego, impulsos bárbaros y explosiones, que tenías sueños de arrebato infinito, y en su lugar constatas un estancamiento interior y una parálisis del curso de la vida cuya solemne significación te produce una honda impresión! Y es que hay algo de solemne en esos silencios vitales y en esa suspensión orgánica, síntomas alarmantes de la santidad, espeluznantes estados de presantidad. 

¿No habéis sentido cómo la vida cesó en vosotros en un momento dado y no os produjo nunca dolor el silencio de la vida? ¿No habéis sentido fundirse los instintos y retirarse como en un reflujo definitivo? ¿Y no habéis sentido en ese reflujo la soledad de veros abandonados por la vida? 

La santidad es ese estado en el que el hombre sigue viviendo una vez que la vida se ha retirado de él, como las aguas del mar. Y, por eso, el alma de un santo se parece a la de un mar abandonado por sus aguas, donde cabe todo. El hombre goza del don de pasar de la alegría de oír la vida a la tristeza de sentir cómo cesa. Se ve enfrentado, entonces, al problema de vivir en la existencia al lado o más allá de la vida. La tragedia del hombre es no poder vivir en, sino sólo más acá o más allá. Por eso, no puede hablar más que de triunfos y de derrotas, de ganancias y pérdidas y, por ese motivo, tampoco puede vivir en el mundo, sino que se debate en vano entre el cielo y el infierno, entre la elevación y el hundimiento. 

Hay estados que ni siquiera Dios puede sospechar, porque los estados verdaderamente grandes no pueden surgir más que en la imperfección. Mis situaciones de desesperación me vuelven superior a cualquier divinidad. Es un placer pensar que sólo de la imperfección puede aprenderse algo todavía. 

Tengo que unirme a todas las fuerzas de mi imperfección, de mi desesperación y de mi muerte. 

¿Qué decir del hombre que no quiere tener la suficiente sabiduría para superar el sufrimiento? ¿Pero es que acaso los sufrimientos reales pueden ser superados? ¿Puede existir todavía un valor exterior que, por comparación, nos induzca a estimarlos? Se objeta inútilmente que el sufrimiento carece de raíces ontológicas y que no se puede entender como perteneciente a la estructura de la existencia. ¿Qué valor puede tener esa objeción ante seres cuya existencia viene determinada por el sufrimiento? ¡Y después de semejantes tormentos, uno se vuelve solamente santo! ¿No merecerá el sufrimiento una recompensa mayor, la recompensa de morir? Alegrémonos empero de que en este mundo la muerte, al menos, no es aproximativa. El miedo de llegar a ser santo o el pesar de no morir. 



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