Aprendiendo del pasado | por Noam Chomsky ~ Bloghemia Aprendiendo del pasado | por Noam Chomsky

Aprendiendo del pasado | por Noam Chomsky








El mundo es demasiado complejo para que la historia se repita, pero, sin embargo, hay lecciones a tener en cuenta. No faltan tareas para quienes eligen la vocación de intelectuales críticos, cualquiera que sea su posición en la vida.” Noam Chomsky.  

                                 


Trascripción de una conferencia del filósofo, lingüista y activista político Noam Chomsky.  



Por: Noam Chomsky

Basta siquiera con una sola noche en la cárcel para hacerse una idea de lo que significa estar bajo el control absoluto de una fuerza externa.

Y apenas si se tarda un día en Gaza en apreciar cómo debe de ser tratar de sobrevivir en la mayor prisión al aire libre del mundo, donde aproximadamente un millón y medio de personas hacinadas en una franja de trescientos kilómetros cuadrados viven sometidas a un terror aleatorio y a un castigo arbitrario que no tienen otro objetivo que el de humillarlas y degradarlas.

Lo que se pretende con semejante crueldad es aplastar las esperanzas palestinas de un futuro digno y la anulación del abrumador apoyo internacional a un acuerdo diplomático que garantice el respeto de los derechos humanos básicos. Los dirigentes políticos israelíes han dado evidente fe de esa pretensión en estos últimos días al advertir de que «enloquecerán» si Naciones Unidas otorga el más mínimo reconocimiento a los derechos palestinos.

Esta amenaza de «enloquecimiento» (nishtagea) —entiéndase lanzar una respuesta de particular dureza— está muy arraigada y se remonta a tiempos de los gobiernos laboristas de la década de 1950, momento en que también hallamos el origen del llamado «complejo de Sansón»: «Si se traspasa esa línea, derribaremos los muros del templo con todos dentro, nosotros incluidos».

Treinta años atrás, varios líderes políticos israelíes, algunos destacados «halcones» entre ellos, remitieron al primer ministro Menahem Begin un impactante informe sobre la frecuencia y la impunidad con las que los colonos de Cisjordania cometían «actos terroristas» contra los árabes del lugar.

Asqueado por aquellos hechos, Yoram Peri, destacado analista de la política militar, escribió que la labor del ejército israelí ya no parecía consistir en defender el Estado, sino en «demoler los derechos de personas inocentes por el mero hecho de ser araboushim [apelativo racial despectivo] que viven en territorios que Dios nos prometió».

Los gazatíes han sido objeto de un castigo particularmente cruel. Hace treinta años, en su libro de memorias The Third Way [La tercera vía], Raja Shehadeh, un abogado, describió la inútil tarea de intentar proteger los derechos humanos fundamentales dentro de un sistema legal diseñado para que dicho objetivo resulte imposible, y su experiencia personal como samid (un «inquebrantable») que vio cómo las brutales fuerzas de ocupación convertían su casa en una prisión sin que él pudiera hacer otra cosa más que «aguantar».

Desde entonces, la situación ha empeorado sensiblemente. Los Acuerdos de Oslo, festejados con gran pompa en 1993, estipularon que Gaza y Cisjordania constituyeran una única entidad territorial. Pero, por entonces, Estados Unidos e Israel ya tenían en marcha un plan para separar Gaza de Cisjordania con el fin de bloquear un acuerdo diplomático y castigar a los araboushim de ambos territorios.

El castigo contra los gazatíes se hizo más duro aún en enero de 2006 en respuesta al «crimen» de primera magnitud que acababan de cometer: habían votado en el «sentido equivocado» en las primeras elecciones libres celebradas en el mundo árabe al apoyar mayoritariamente a Hamás.

En una muestra más de sus «ansias de democracia», Estados Unidos e Israel (apoyados por una pusilánime Unión Europea) impusieron de inmediato un sitio brutal acompañado de ataques militares. Las autoridades estadounidenses recurrieron enseguida a su procedimiento operativo estándar cuando una población desobediente elige al Gobierno equivocado: preparó un golpe militar para restablecer el orden.

Pero los gazatíes cometieron un crimen más grave si cabe un año más tarde al bloquear esa intentona golpista, lo que se tradujo en una fuerte escalada del asedio y los ataques. La culminación de éstos llegó en el invierno de 2008-2009 con la Operación Plomo Fundido, uno de los ejercicios más cobardes y sanguinarios de nuestra memoria reciente: una población civil indefensa y atrapada fue sometida a la implacable ofensiva lanzada por uno de los sistemas militares más avanzados del mundo, dependiente del armamento estadounidense y protegido por la diplomacia de Washington.

Obviamente, se adujeron pretextos para tal modo de proceder, pues nunca faltan. El habitual, siempre a mano cuando se necesita, fue el de la «seguridad»: en este caso en concreto, se dijo que los ataques eran para neutralizar el lanzamiento de misiles de fabricación casera desde Gaza.

En 2008 se declaró una tregua entre Israel y Hamás. Hamás no disparó un solo cohete hasta que Israel rompió la tregua aprovechando las elecciones estadounidenses del 4 de noviembre para invadir Gaza sin ningún motivo y mató a media docena de miembros de Hamás.

Las más altas autoridades de la inteligencia israelí advirtieron al Gobierno del país de la posibilidad de renovar la tregua si se aligeraba el criminal bloqueo al que estaban sometiendo a la Franja y si ponían fin a los ataques militares. Pero el Gobierno de Ehud Olmert —quien presuntamente era una «paloma» en materia de política exterior— descartó esas opciones y trató de aprovechar su enorme ventaja en potencial de violencia poniendo en marcha la Operación Plomo Fundido.

El internacionalmente respetado defensor de los derechos humanos en Gaza Raji Sourani analizó el patrón seguido por los ataques de Plomo Fundido. Los bombardeos se concentraron en el norte, sobre población civil indefensa de las áreas más densamente habitadas, sin ningún fundamento militar posible. El objetivo, insinúa Sourani, tal vez fuera intimidar a la población y empujarla hacia el sur, hacia las inmediaciones de la frontera con Egipto. Pero los samidin —quienes resistieron a base de aguantar los ataques— no se movieron de donde estaban.

Otro posible objetivo quizá fuera echar a esa población al otro lado de la frontera. Desde los primerísimos tiempos de la colonización sionista, se dijo que los árabes no tenían ninguna razón de peso para estar en Palestina: podían estar igual de bien en cualquier otro lugar, por lo que debían irse de allí (o ser «transferidos» de buenas maneras, según sugerían las «palomas» del movimiento).

Ésa, desde luego, no es una posibilidad que preocupe poco en Egipto y tal vez sea una de las razones por las que ese país no abre la frontera para el libre paso de la población civil o, ni tan siquiera, de suministros que se necesitan con urgencia.

Sourani y otras fuentes bien informadas han señalado que la disciplina demostrada por los samidin es un primer frente tras el que se oculta un polvorín que podría estallar por los aires en cualquier momento, de forma inesperada, como lo hizo la Primera Intifada de Gaza en 1987 tras años de represión.

La impresión (inevitablemente superficial) que uno se lleva tras pasar varios días en Gaza es de asombro, no sólo ante la capacidad de los gazatíes para seguir con su vida, sino también ante el dinamismo y la vitalidad de la gente joven, sobre todo en la universidad, donde asistí a un congreso internacional.

Pero también pueden detectarse síntomas de que la presión puede haber alcanzado extremos insoportables. Ya hay noticias de una frustración de fondo entre los jóvenes que no cesa de crecer y que obedece a un reconocimiento por su parte de que, bajo la ocupación americano-israelí, el futuro no les depara nada.

Gaza presenta el aspecto de un país del Tercer Mundo, con bolsas aisladas de riqueza rodeadas de la pobreza más atroz. Pero no es un lugar sin desarrollo. Diríamos, más bien, que ha sido des-desarrollado (tomando prestado el término de Sara Roy, principal especialista académica en Gaza) y de forma muy sistemática.

La Franja de Gaza podría haberse convertido en una próspera región mediterránea, con una agricultura rica y una industria pesquera próspera, amén de unas playas maravillosas y de, según se descubrió hace una década, altas probabilidades de disponer de extensas reservas de gas natural en sus aguas territoriales (fuera por casualidad o no, lo cierto es que fue justo entonces cuando Israel intensificó su bloqueo naval). Tan favorables perspectivas de futuro se vieron abortadas en 1948, cuando la Franja tuvo que absorber un aluvión de refugiados palestinos que huían presas del pánico o habían sido expulsados a la fuerza de territorios que se integraron en Israel (en algunos casos, apenas meses después del alto el fuego formal). Las conquistas israelíes de 1967 y su consolidación durante los meses posteriores asestaron nuevos golpes y terribles crímenes que han continuado hasta nuestros días.

Los síntomas son fácilmente visibles, incluso durante una visita breve. Sentado en un hotel junto a la costa, uno puede oír el fuego de ametralladora de las cañoneras israelíes dedicadas a expulsar a los pescadores de las propias aguas territoriales de Gaza para devolverlos a la línea litoral, obligándolos así a pescar en aguas muy contaminadas por culpa de la negativa americano-israelí a permitir la reconstrucción de los sistemas de alcantarillado y electricidad destruidos por el poder militar de los propios Estados Unidos e Israel.

En los Acuerdos de Oslo, se contemplaban planes para construir dos plantas desalinizadoras, muy necesarias en una región árida como ésta. Y sí, se construyeron unas instalaciones avanzadas, pero en Israel. La segunda está ubicada en Jan Yunis, al sur de Gaza. El ingeniero jefe de Jan Yunis explicó que esa planta fue construida de tal modo que no pueda usar agua del mar y tenga que aprovechar aguas subterráneas, un proceso más barato que contribuye a degradar aún más el exiguo acuífero de la zona, lo que con toda certeza acarreará problemas graves en el futuro.

El suministro de agua todavía es muy limitado. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés), que se ocupa de los refugiados, pero no de los demás gazatíes, publicó recientemente un informe en el que alertaba de que el daño infligido al acuífero podría volverse «irreversible» dentro de poco y de que, de no mediar una rápida actuación para remediarlo, Gaza podría dejar de ser un «lugar habitable» no más tarde de 2020.

Israel permite la entrada de cemento para los proyectos de la UNRWA, pero no para las obras de los gazatíes, metidos como andan en gigantescas campañas de reconstrucción. La limitada maquinaria pesada allí presente se mantiene inactiva en su mayor parte, pues Israel no autoriza la entrada de material ni recambios para su reparación.

Todo esto forma parte del programa general que Dov Weisglass, un asesor del primer ministro Olmert, describió cuando los palestinos no siguieron las órdenes previstas en las elecciones de 2006: «De lo que se trata —dijo él— es de someter a los palestinos a dieta, pero sin matarlos de hambre».

En fecha reciente, y tras varios años de esfuerzos, la organización israelí de defensa de los derechos humanos Gisha logró por fin obtener una orden judicial que obliga al Gobierno a hacer públicos los documentos archivados donde se especifican los planes para hacer efectiva esa «dieta». Jonathan Cook, un periodista afincado en Israel, los resume así: «Las autoridades sanitarias facilitaron sus propios cálculos sobre el número mínimo de calorías que necesitarían el millón y medio de habitantes de Gaza para no caer en la desnutrición. Esas cifras se tradujeron luego en un número tasado de camiones cargados de alimentos a los que Israel supuestamente autorizaría la entrada cada día […] y, al final, un promedio de sólo sesenta y siete camiones (mucho menos de la mitad del mínimo requerido) entraron diariamente en Gaza. Compárese con los más de cuatrocientos que entraban allí a diario antes del inicio del bloqueo».

El resultado de la imposición de esa dieta, según Juan Cole, experto en Oriente Próximo y Medio, es que «en torno a un 10% de los niños palestinos de Gaza de menos de cinco años de edad tienen un crecimiento atrofiado por culpa de la desnutrición. […] Además, la anemia se ha generalizado y afecta a más de dos terceras partes de los niños pequeños, al 58,6% de los que están en edad escolar y a más de un tercio de las madres embarazadas».

Raji Sourani, el ya mencionado defensor de los derechos humanos, señala que «no hay que perder de vista que la ocupación y el cierre absoluto de las fronteras es un ataque continuo contra la dignidad humana de la población de Gaza en particular y contra la de todos los palestinos en general. Es una sistemática degradación, humillación, aislamiento y fragmentación del pueblo palestino».

Esta conclusión ha sido confirmada también por otras muchas fuentes. En The Lancet, una de las principales revistas de medicina del mundo, Rajaie Batniji, médico visitante en Stanford, describe Gaza como «una especie de laboratorio donde observar la ausencia de dignidad», una situación que acarrea repercusiones «devastadoras» para el bienestar físico, mental y social.

«La vigilancia constante desde el cielo, el castigo colectivo por el bloqueo y el aislamiento, la intrusión en los hogares y las comunicaciones, y las restricciones a quienes tratan de viajar, casarse o trabajar, dificultan mucho llevar una vida digna en Gaza», escribe Batniji. Y es que los araboushim tienen que aprender a llevar siempre la cabeza gacha.

Hubo alguna esperanza de que el nuevo Gobierno egipcio de Mohamed Morsi, menos sometido a Israel que la dictadura de Hosni Mubarak, apoyada por Occidente, pudiera abrir el paso de Rafah, que es el único acceso de Gaza al mundo exterior que no está bajo control directo de Israel. Y sí, ha habido una ligera apertura, pero no mucha.

La periodista Laila el-Haddad escribe que la reapertura permitida por el ejecutivo de Morsi «no ha significado más que un regreso del statu quo de años atrás: sólo los palestinos portadores de un carné de identidad de Gaza aprobado por Israel pueden transitar por el paso de Rafah». Eso excluye a muchísimos palestinos, incluida la familia de la propia El-Haddad, donde sólo uno de los miembros del matrimonio posee uno de esos carnés.

Además, según ella misma añade, «el paso no lleva a Cisjordania ni permite el transporte de bienes, que está restringido a los pasos fronterizos controlados por Israel y sujeto a prohibiciones como las que pesan sobre los materiales de construcción y la exportación».

Las limitaciones del paso de Rafah no alteran, pues, el hecho de que «Gaza continúa estando cercada por un férreo asedio marítimo y aéreo, y sigue estando amputada del capital cultural, económico y académico del resto de los [Territorios Ocupados por Israel] en flagrante violación de las obligaciones americano-israelíes recogidas en los Acuerdos de Oslo».

Los efectos son dolorosamente evidentes. El director del hospital de Jan Yunis, que es también jefe de cirugía, habla con rabia y pasión de cómo faltan medicinas incluso, lo que deja a los médicos incapacitados para hacer su trabajo y a los pacientes desesperados de dolor.

Una joven explica cómo fue la enfermedad de su padre ya fallecido. Él se habría sentido muy orgulloso de ver cómo su hija se convertía en la primera mujer del campamento de refugiados en obtener un grado universitario avanzado, dice ella, pero «falleció tras seis meses de lucha contra el cáncer, a la edad de sesenta años.

La ocupación israelí le negó un permiso para acudir a hospitales de Israel a recibir tratamiento. Yo tuve que suspender mis estudios, mi trabajo y mi vida para ir a sentarme junto a su cama. Todos estábamos allí sentados, también mi hermano, el médico, y mi hermana, la farmacéutica, todos impotentes y sin esperanza, contemplando su sufrimiento. Murió durante el inhumano bloqueo de Gaza, en el verano de 2006, sin apenas acceso a la sanidad.

»En mi opinión, la impotencia y la desesperanza son los sentimientos más mortíferos que pueden embargar a un ser humano. Matan el espíritu y parten el corazón. Se puede luchar contra la ocupación, pero no se puede combatir la sensación de impotencia. Es un sentir que nunca llega a desvanecerse».

Nadie que visite Gaza puede evitar una sensación de repugnancia ante la obscenidad de la ocupación, una repugnancia agravada por la culpa, porque está en nuestras manos poner fin al sufrimiento y No tengo que decir lo contento y agradecido que estoy por este honor, que también ofrece una ocasión para mirar hacia atrás a lo largo de los años. Lo que me viene a la mente con especial prominencia son los primeros años, quizás porque he estado pensando mucho en ellos últimamente, por otras razones. Fueron, por supuesto, años formativos para mí personalmente, pero creo que, lamentablemente, el significado va más allá.

Tengo la edad suficiente para tener recuerdos de los discursos de Hitler en la radio hace 75 años. No entendí las palabras, pero no pude dejar de captar la amenaza del tono y las multitudes que vitoreaban. El primer artículo político que escribí fue en febrero de 1939, justo después de la caída de Barcelona. Estoy seguro de que no fue nada memorable. Puedo recordar un poco de eso, pero mucho más claramente el estado de ánimo de miedo y aprensión. El artículo comenzaba con las palabras: “Cae Austria, cae Checoslovaquia y ahora cae Barcelona” – y España con ella, unos meses después. Las palabras siempre han permanecido en mi mente, junto con el temor, la sensación de que las nubes oscuras del fascismo se acumulan sobre Alemania y luego sobre Europa y quizás más allá, una fuerza creciente de un horror inimaginable. Aunque nadie pudo prever el Holocausto.

En esos años también tuve mi primera experiencia con intelectuales radicales, aunque no se les llamaría "intelectuales" como se usa comúnmente el término, que se aplica a personas con estatus y privilegios que están en condiciones de llegar al público con pensamientos sobre derechos humanos. asuntos y preocupaciones. Y como el privilegio confiere responsabilidad, siempre surge la pregunta de cómo están usando esa responsabilidad, temas muy vivos en esos años en el trabajo de Erich Fromm, Russell y Dewey, Orwell, Dwight MacDonald y otros, que pronto llegué a conocer. . Pero los intelectuales radicales de mi infancia eran diferentes. Eran mis parientes de clase trabajadora en Nueva York, en su mayoría desempleados durante la Depresión, aunque un tío, con una discapacidad, tenía un quiosco gracias a las medidas del New Deal y así pudo ayudar a mantener a gran parte de la familia. Mis padres también podrían de una manera pequeña. Como profesores de hebreo en Filadelfia, tenían ese raro don del empleo, por lo que teníamos una corriente de tías y primos que se quedaban con nosotros periódicamente.

Mis parientes de Nueva York en su mayoría tenían una educación formal limitada. Mi tío, que dirigía el quiosco y fue una enorme influencia en mis primeros años de vida, nunca había ido más allá del cuarto grado. Pero fue uno de los círculos intelectuales más animados en los que he formado parte, al menos en la periferia cuando era niño. Hubo discusiones constantes sobre la última actuación del Cuarteto de Cuerdas de Budapest, las controversias entre Stekel y Freud, la política radical y el activismo, que entonces alcanzaba picos impresionantes. Particularmente significativas fueron las huelgas de brazos caídos, a un paso de que los trabajadores tomaran las fábricas y cambiaran radicalmente la sociedad, ideas que deberían estar muy vivas hoy.

Además de ser un factor importante en las medidas del New Deal, el creciente activismo laboral despertó una gran preocupación en el mundo empresarial. Sus principales figuras advirtieron sobre “el peligro que enfrentan los industriales [con] el creciente poder político de las masas”, y la necesidad de intensificar “la eterna batalla por la mente de los hombres”, e instituyeron programas para superar esta amenaza al orden y la disciplina. dejado de lado durante la guerra, pero retomado después con extrema dedicación y escala. EE. UU. es inusual entre las sociedades industriales en su comunidad empresarial altamente consciente de la clase, librando implacablemente una amarga guerra de clases, en años anteriores con niveles inusuales de violencia, más recientemente a través de ofensivas masivas de propaganda.

Algunos de mis parientes eran cercanos al Partido Comunista, otros eran amargamente anticomunistas de izquierda; y algunos, como mi tío, eran antibolcheviques, de más a la izquierda. Entre aquellos cercanos al partido, mientras hubo homenaje ritual a Rusia, tuve la sensación de que para la mayoría el enfoque estaba aquí: los movimientos laborales y de derechos civiles, la reforma del bienestar y el cambio social que tanto se necesita. El partido fue una fuerza que no anticipó victorias rápidas, sino que siempre estuvo presente, lista, persistente, dedicada a pasar de la derrota temporal a la próxima lucha, algo que realmente nos falta hoy. También estaba conectado con un movimiento más amplio de educación y asociaciones de trabajadores.

En 1941, pasaba todo el tiempo que podía en el centro de Manhattan, gravitando hacia otro grupo de intelectuales radicales en las pequeñas librerías de la Cuarta Avenida dirigidas por refugiados anarquistas de la revolución española de 1936, o la oficina del anarquista Freie Arbeiter Stimme. en Union Square cerca. Ellos tampoco encajaban en la fórmula estándar de los intelectuales. Pero si por el término nos referimos a personas que reflexionan seriamente sobre la vida y la sociedad, sus problemas y posibles soluciones, en un contexto de conocimiento y comprensión, entonces eran en verdad intelectuales impresionantes. Estaban muy felices de pasar tiempo con un niño que estaba fascinado con la revolución anarquista de 1936, que pensé entonces, y sigo pensando, fue uno de los puntos más altos de la civilización occidental y, en cierto modo, un faro para un futuro mejor.

Entre los más memorables de estos materiales se encuentra una colección de documentos primarios sobre la colectivización, publicados en 1937 por la CNT, el sindicato anarcosindicalista que celebra este año su centenario. Una contribución ha resonado en mi mente desde entonces, por parte de los campesinos del pueblo de Membrilla. Quisiera citar partes de él:

En [las] ​​miserables chozas [de Membrilla] viven los pobres habitantes de una pobre provincia; ocho mil personas, pero las calles no están pavimentadas, el pueblo no tiene periódico, ni cine, ni café, ni biblioteca…. Alimentos, ropa y herramientas se distribuyeron equitativamente a toda la población. Se abolió el dinero, se colectivizó el trabajo, todos los bienes pasaron a la comunidad, se socializó el consumo. No fue, sin embargo, una socialización de la riqueza sino de la pobreza…. Toda la población vivía como en una gran familia; funcionarios, delegados, el secretario de los sindicatos, los miembros del consejo municipal, todos electos, actuaban como cabezas de familia. Pero estaban controlados, porque no se tolerarían los privilegios especiales ni la corrupción. Membrilla es quizás el pueblo más pobre de España, pero es el más justo.

Estas palabras, de algunos de los campesinos más empobrecidos del país, captan con rara elocuencia los logros y la promesa de la revolución anarquista. Los logros, por supuesto, no surgieron de la nada. Fueron el resultado de muchas décadas de lucha, experimentación, represión brutal y aprendizaje. El concepto de cómo debe organizarse una sociedad justa estaba en la mente de la población cuando se presentó la oportunidad. El experimento de crear un mundo de libertad y justicia fue aplastado demasiado pronto por las fuerzas combinadas del fascismo, el estalinismo y la democracia liberal. Los centros de poder global entendieron muy bien que deben unirse para destruir esta peligrosa amenaza a la subordinación y la disciplina antes de pasar a la tarea secundaria de dividir el botín.

En años posteriores, a veces he podido ver de primera mano al menos un poco de la vida de los pobres que sufrían una represión y una violencia brutales, en los miserables barrios marginales de Haití en el apogeo del terror a principios de los años 90, apoyados por Washington, aunque los hechos aún se ocultan y son muy relevantes para las tragedias de hoy. O en los campos de refugiados de Laos, donde se apiñaban decenas de miles de personas, expulsadas de sus hogares por un ejército mercenario de la CIA tras años de intentar sobrevivir en cuevas bajo un bombardeo implacable que no tenía nada que ver con la guerra de Vietnam, uno de los atrocidades más graves de la historia moderna, aún en gran parte desconocidas y que todavía matan a muchas personas porque la tierra está saturada de artefactos explosivos sin detonar. O en Palestina y el sureste de Turquía y muchos otros lugares. Entre ellos, particularmente importante para mí por razones personales,campesinos , indígenas y afrocolombianos están siendo expulsados ​​de sus tierras devastadas por el terror y la guerra química, aquí llamada “fumigación”, como si de alguna manera tuviéramos derecho a destruir otros países con los pretextos que fabricamos, personas capaces de los más milagrosos. simpatía y humanidad, a pesar del terrible sufrimiento en el que jugamos un papel importante, mientras miramos para otro lado, aunque no en Madison, gracias al trabajo del grupo de apoyo de Colombia aquí.

Una de las cosas que aprendí en las librerías y oficinas anarquistas hace 70 años fue que me había equivocado al tomar la caída de Barcelona en 1939 como la sentencia de muerte de la libertad en España. Sonó dos años antes, en mayo de 1937, cuando la clase obrera industrial fue aplastada por la represión dirigida por los comunistas y los ejércitos comunistas arrasaron el campo destruyendo las colectividades, con la ayuda de las democracias liberales y con Hitler y Mussolini esperando entre bastidores. – una inmensa tragedia para España, aunque no del todo la victoria que los depredadores habían anticipado.

Unos años más tarde, me fui de casa para realizar estudios de posgrado en Harvard, donde tuve mi primera experiencia extensa con el mundo intelectual de élite. Cuando llegué, fui a la fiesta estándar dirigida por la facultad para los estudiantes entrantes y un filósofo muy distinguido me obsequió con un relato de la Depresión, que, según me aseguró, no había tenido lugar. Fue una fabricación liberal. No había traperos viniendo a nuestra puerta desesperados a principios de los años 30, no había trabajadoras golpeadas por las fuerzas de seguridad mientras estaban en huelga en una fábrica textil por la que pasé en un carrito con mi madre cuando tenía unos cinco años, ninguno de mis parientes de clase trabajadora desempleados. Algunos empresarios podrían haber sufrido, pero no había nada más allá de eso.

Pronto supe que esto estaba lejos de ser una excepción, pero no quiero sugerir que esto era típico de los intelectuales de Harvard. La mayoría eran liberales de Stevenson, gente que aplaudió cuando Stevenson dijo en la ONU que tenemos que defender a Vietnam de la “agresión interna”, del “asalto desde adentro”, como dijo el presidente Kennedy. Palabras que volvemos a escuchar hoy, por ejemplo, el pasado domingo, en The New York Times, donde leemos que tras la conquista de Marja en la provincia de Helmand, los Marines han chocado con una identidad talibán tan dominante que el movimiento parece más afín al única organización política en un pueblo de partido único, con una influencia que toca a todos. “Tenemos que reevaluar nuestra definición de la palabra 'enemigo'”, dijo Brig. Gen. Larry Nicholson, comandante de la brigada expedicionaria de la Marina en la provincia de Helmand.

Un problema que siempre ha asediado a los conquistadores, muy familiar para los EE. UU. desde Vietnam, donde el principal erudito del gobierno de los EE. UU. en un libro ampliamente elogiado lamentó que el enemigo interno era el único “partido político verdaderamente basado en las masas en Vietnam del Sur” y cualquier esfuerzo de el nuestro para competir con él políticamente sería como un conflicto entre un pececillo y una ballena, por lo que tuvimos que vencer su fuerza política utilizando nuestra ventaja comparativa, la violencia, como lo hicimos. Otros han enfrentado problemas similares: por ejemplo, los rusos en Afganistán en la década de 1980, una invasión que también suscitó la indignación que acumulamos por los crímenes de los enemigos. El especialista en Oriente Medio William Polk nos recuerda que los rusos “obtuvieron muchas victorias militares y, a través de sus programas de acción cívica, conquistaron muchas de las aldeas” y, de hecho, como sabemos por fuentes fidedignas, creó una libertad sustancial en Kabul, en particular para las mujeres. Pero, para continuar con Polk, “durante la década de su participación, los rusos ganaron casi todas las batallas y ocuparon en un momento u otro prácticamente cada centímetro del país, pero perdieron… la guerra. Cuando se dieron por vencidos y se fueron, los afganos reanudaron su forma de vida tradicional”.

Los dilemas que enfrentan Obama y McChrystal no son exactamente los mismos. El enemigo al que los marines están tratando de expulsar de sus aldeas prácticamente no tiene apoyo externo. Los invasores rusos, en marcado contraste, se enfrentaban a una resistencia que recibía un apoyo vital de EE. UU., Arabia Saudita y Pakistán, quienes estaban reuniendo a los fundamentalistas islámicos radicales más extremistas que podían encontrar, incluidos los que aterrorizaban a las mujeres en Kabul, y los estaban armando. con armas avanzadas, al tiempo que lleva adelante el programa de islamización radical de Pakistán, otro de los obsequios de Reagan al mundo, junto con las armas nucleares de Pakistán. El objetivo de estas operaciones estadounidenses no era defender Afganistán. Lo explicó con franqueza el jefe de la estación de la CIA en Islamabad, que dirigía las operaciones. El objetivo era “matar soldados soviéticos. Se jactó de que “amaba” este “noble objetivo”, dejando muy claro, en sus palabras, que “la misión no era liberar Afganistán”, que no le importaba. Estás familiarizado, estoy seguro, con los alardes algo similares de Zbigniew Brzezinski.

A principios de la década de 1960, estaba profundamente involucrado en actividades contra la guerra. No entraré en detalles, aunque nos dicen mucho sobre el clima intelectual, particularmente en el liberal Boston. Para 1966, mi propia participación era lo suficientemente profunda como para que mi esposa volviera a la universidad para obtener un título después de 17 años debido a la probabilidad de una larga sentencia de prisión, que estuvo muy cerca. El juicio ya estaba anunciado, pero cancelado después de la ofensiva del Tet, que convenció a la comunidad empresarial de que la guerra se estaba volviendo demasiado costosa y, en cualquier caso, los grandes objetivos de la guerra se habían logrado, otra larga historia que no voy a entrar. Después de la ofensiva del Tet y el cambio en la política oficial, de repente resultó que todos habían sido opositores de la guerra durante mucho tiempo, en un profundo silencio.

Incluso antes de la ofensiva del Tet, había dudas crecientes en estos círculos, no sobre las nociones sentimentales del bien y el mal que reservamos para los crímenes de los enemigos, sino sobre la probabilidad de éxito en repeler el “asalto desde adentro”. Tal vez, un paradigma fueron las reflexiones de Arthur Schlesinger cuando comenzaba a preocuparse de que la victoria no estuviera tan al alcance de la mano. Como él dijo, “todos rezamos” para que los halcones tengan razón y que la oleada del día traiga la victoria. Y si lo hace, estaremos alabando la "sabiduría y el arte de gobernar" del gobierno de EE. UU. al obtener la victoria militar mientras deja "el trágico país destruido y devastado por las bombas, quemado por el napalm, convertido en un páramo por la defoliación química, una tierra de ruina y naufragio”, con su “tejido político e institucional” pulverizado.

Poco ha cambiado hoy cuando Obama es aclamado como uno de los principales opositores a la invasión de Irak porque fue un “error estratégico”, palabras que también se podrían haber leído en Pravda a mediados de los años ochenta. La mentalidad imperial está muy arraigada.

Es triste decir, pero no falso, que dentro del espectro dominante los imperialistas liberales son “los buenos”. Las encuestas más recientes revelan una alternativa probable. Casi la mitad de los votantes dice que el miembro promedio del Tea Party está más cerca de sus puntos de vista que el presidente Obama, a quien prefieren menos. Hay un desglose interesante. Ochenta y siete por ciento de los miembros de la llamada “clase política” dicen que sus puntos de vista son más cercanos a los de Obama. Sesenta y tres por ciento de los llamados "estadounidenses de la corriente principal" dicen que sus puntos de vista están más cerca del Tea Party. En prácticamente todos los temas, el electorado confía más en los republicanos que en los demócratas, en muchos casos por dos dígitos. Otra evidencia sugiere que estas encuestas están registrando desconfianza en lugar de confianza. El nivel de ira y miedo en el país no se parece a nada que pueda recordar en mi vida.

Desafortunadamente, estas actitudes son comprensibles. Durante más de 30 años, los ingresos reales de la mayoría de la población se han estancado o disminuido, los indicadores sociales se han deteriorado constantemente desde mediados de la década de 1970 después de seguir de cerca el crecimiento de años anteriores, las horas de trabajo y la inseguridad han aumentado junto con la deuda. La riqueza se ha acumulado, pero en muy pocos bolsillos, lo que probablemente ha llevado a una desigualdad récord. Estas son, en gran parte, consecuencias de la financiarización de la economía desde la década de 1970 y el correspondiente vaciamiento de la producción nacional. Lo que la gente ve ante sus ojos es que los banqueros que son los principales responsables de la crisis actual y que fueron salvados de la bancarrota por el público ahora se deleitan con ganancias récord y enormes bonificaciones, mientras que el desempleo oficial se mantiene en alrededor del 10 por ciento y en la manufactura está en niveles de depresión, uno de cada seis, y es poco probable que regresen buenos trabajos. La gente con razón quiere respuestas y no las obtiene, excepto de voces que cuentan historias que tienen cierta coherencia interna, pero solo si suspendes la incredulidad y entras en su mundo de irracionalidad y engaño. Creo que ridiculizar las travesuras del Tea Party es un grave error. Sería mucho más apropiado entender qué hay detrás de ellos y preguntarnos por qué la extrema derecha está movilizando gente justamente enojada y no fuerzas como las que lo hicieron en mi infancia, en los días de formación del CIO y otros. activismo constructivo. excepto de voces que cuentan historias que tienen cierta coherencia interna, pero solo si suspendes la incredulidad y entras en su mundo de irracionalidad y engaño. Creo que ridiculizar las travesuras del Tea Party es un grave error. Sería mucho más apropiado entender qué hay detrás de ellos y preguntarnos por qué la extrema derecha está movilizando gente justamente enojada y no fuerzas como las que lo hicieron en mi infancia, en los días de formación del CIO y otros. activismo constructivo. excepto de voces que cuentan historias que tienen cierta coherencia interna, pero solo si suspendes la incredulidad y entras en su mundo de irracionalidad y engaño. Creo que ridiculizar las travesuras del Tea Party es un grave error. Sería mucho más apropiado entender qué hay detrás de ellos y preguntarnos por qué la extrema derecha está movilizando gente justamente enojada y no fuerzas como las que lo hicieron en mi infancia, en los días de formación del CIO y otros. activismo constructivo.

Para tomar solo una ilustración del funcionamiento de la democracia de mercado realmente existente, el electorado principal de Obama eran las instituciones financieras, que han ganado tal dominio en la economía que su participación en las ganancias corporativas aumentó de un pequeño porcentaje en los años 70 a casi un tercio en la actualidad. . Prefirieron a Obama a McCain y en gran medida compraron las elecciones para él. Esperaban ser recompensados ​​y lo fueron. Pero hace unos meses, en respuesta a la creciente ira pública, Obama comenzó a criticar a los “banqueros codiciosos” que habían sido rescatados por el público e incluso propuso algunas medidas para restringirlos. El castigo por su desviación no se hizo esperar. Los principales bancos anunciaron de forma destacada que cambiarían la financiación a los republicanos si Obama persistía en su retórica ofensiva.

Obama escuchó el mensaje. En cuestión de días, informó a la prensa empresarial que los banqueros son buenos "chicos". Destacó para elogios especiales a los presidentes de dos de los principales beneficiarios de la generosidad pública, JP Morgan Chase y Goldman Sachs, y aseguró al mundo de los negocios que, "Yo, como la mayoría de los estadounidenses, no le envidio el éxito o la riqueza de la gente", tales como las bonificaciones y ganancias que están enfureciendo al público. “Eso es parte del sistema de libre mercado”, prosiguió Obama, no equivocadamente, tal como se interpreta el concepto de “libre mercado” en la doctrina capitalista de Estado.

Esto no debería ser una gran sorpresa. Aquel incorregible radical Adam Smith, hablando de Inglaterra, observaba que los principales artífices del poder eran los dueños de la sociedad, en su día los comerciantes y los industriales, y se aseguraban de que la política atendiese escrupulosamente a sus intereses, por muy “penosos” que fueran los mismos. impacto en el pueblo de Inglaterra y, peor aún, en las víctimas de “la salvaje injusticia de los europeos” en el extranjero. Los crímenes británicos en la India eran una preocupación principal de un conservador anticuado con valores morales, una categoría que un Diógenes podría buscar hoy.

Una versión moderna y más sofisticada de la máxima de Smith es la “teoría de la inversión de la política” del economista político Thomas Ferguson, que considera las elecciones como ocasiones en las que grupos de inversores se unen para invertir y controlar el estado seleccionando a los arquitectos de las políticas que servirán a sus intereses. Resulta ser un muy buen predictor de la política durante largos períodos. Eso difícilmente debería sorprender. Las concentraciones de poder económico naturalmente buscarán extender su dominio sobre cualquier proceso político. Sucede que es extremo en los EE. UU., como mencioné.

Hay mucha discusión febril en estos días sobre si, o cuándo, los EE. UU. van a perder su posición dominante en los asuntos globales frente a China e India, las potencias mundiales en ascenso. Hay un elemento de verdad en estos lamentos. Pero aparte de conceptos erróneos sobre la deuda, los déficits y el estado real de China e India, las discusiones se basan en un concepto erróneo grave de la naturaleza del poder y su ejercicio. En la erudición y el discurso público, es común considerar que los actores en los asuntos internacionales son estados que persiguen algún objetivo misterioso llamado “el interés nacional”, divorciado de la distribución interna del poder. Adam Smith tenía un ojo más agudo y su perogrullada radical proporciona un correctivo útil. Teniendo esto en cuenta, podemos ver que sí hay un cambio de poder global, aunque no el que ocupa el centro del escenario: un nuevo cambio de la fuerza de trabajo global al capital transnacional, que se intensificó drásticamente durante los años neoliberales. El costo es sustancial, incluidos los trabajadores en los EE. UU., los campesinos hambrientos en la India y millones de trabajadores que protestan en China, donde la participación laboral en el ingreso nacional está disminuyendo incluso más rápidamente que en la mayor parte del mundo.

El economista político Martin Hart-Landsberg observa que China juega un papel de liderazgo en el verdadero cambio global de poder, habiéndose convertido en gran medida en una planta de ensamblaje para un sistema de producción regional. Japón, Taiwán y otras economías asiáticas avanzadas exportan piezas y componentes a China y proporcionan la mayor parte de la tecnología sofisticada. La mano de obra china lo ensambla y lo exporta. Para ilustrar, un estudio de la Fundación Sloan estimó que por un iPod de $ 150 exportado desde China, alrededor del 3 por ciento del valor agregado es de China, pero se cuenta como una exportación china. Ha despertado mucha preocupación el creciente déficit comercial de EE. UU. con China, pero menos notado es el hecho de que el déficit comercial con Japón y el resto de Asia ha disminuido drásticamente a medida que toma forma el nuevo sistema de producción regional. Un informe del Wall Street Journal concluyó que si el valor agregado se calculara correctamente, el déficit comercial real entre EE. UU. y China disminuiría hasta en un 30 por ciento, mientras que el déficit comercial de EE. UU. con Japón aumentaría en un 25 por ciento.

Es cierto que no hay nada fundamentalmente nuevo en el proceso de desindustrialización. Los propietarios y gerentes naturalmente buscan los costos laborales más bajos; los esfuerzos para hacer lo contrario, famosos por Henry Ford, fueron anulados por los tribunales, por lo que ahora es una obligación legal. Un medio es cambiar la producción. En días anteriores, el cambio fue principalmente interno, especialmente en los estados del sur, donde los trabajadores podrían ser reprimidos con mayor dureza. Las grandes corporaciones, como la corporación siderúrgica estadounidense del santo filántropo Andrew Carnegie, también podrían beneficiarse de la nueva mano de obra esclava creada por la criminalización de la vida negra después del final de la Reconstrucción en 1877, un componente central de la revolución industrial estadounidense, que continúa hasta la Segunda Guerra Mundial. Se está reproduciendo en parte durante el período neoliberal reciente, con la guerra contra las drogas utilizada como pretexto para empujar a la población superflua, en su mayoría negra, de regreso a las cárceles, proporcionando también una nueva oferta de trabajo penitenciario en prisiones estatales o privadas, en gran parte en violación de las convenciones laborales internacionales. Para muchos afroamericanos, desde que fueron exportados a las colonias, la vida apenas ha escapado a las ataduras de la esclavitud, oa veces peor. Más recientemente, el cambio se produce principalmente en el extranjero.

Volviendo a los cargos contra los "banqueros codiciosos", para ser justos, debemos admitir que tienen una defensa válida. Su tarea es maximizar las ganancias y la cuota de mercado; de hecho, esa es su obligación legal. Si no lo hacen, serán reemplazados por alguien que lo haga. Estos son hechos institucionales, al igual que las ineficiencias inherentes del mercado que les obligan a ignorar el riesgo sistémico: la probabilidad de que las transacciones que realicen perjudiquen a la economía en general. Saben muy bien que estas políticas probablemente hundirán la economía, pero estas externalidades, como se les llama, no son asunto suyo, y no pueden serlo, no porque sean malas personas, sino por razones institucionales. También es injusto acusarlos de “exuberancia irracional”, tomando prestado el breve reconocimiento de la realidad de Alan Greenspan durante el auge de la tecnología artificial de finales de los 90. Su exuberancia y toma de riesgos fue bastante racional, sabiendo que cuando todo se derrumba, pueden huir al refugio del estado niñera, agarrando sus copias de Hayek, Friedman y Rand. La póliza de seguro del gobierno es uno de los muchos incentivos perversos que magnifican las ineficiencias inherentes del mercado.

En resumen, ignorar el riesgo sistémico es una propiedad institucional inherente y los incentivos perversos son una aplicación de la máxima de Smith. Una vez más, no hay gran idea.

Tras el último desastre ocurrido, destacados economistas han coincidido en que se ha desarrollado un “consenso emergente” “sobre la necesidad de una supervisión macroprudencial” de los mercados financieros, es decir, “prestar atención a la estabilidad del sistema financiero en su conjunto y no solo sus partes individuales” (Barry Eichengreen, uno de los analistas e historiadores más respetados del sistema financiero). Dos destacados economistas internacionales agregan que, “Cada vez se reconoce más que nuestro sistema financiero está atravesando un ciclo apocalíptico. Cada vez que falla, dependemos de políticas monetarias y fiscales laxas para rescatarla. Esta respuesta le enseña al sector financiero: tome grandes apuestas para que le paguen generosamente y no se preocupe por los costos: los pagarán los contribuyentes a través de rescates y otros dispositivos y el sistema financiero "resucita para apostar nuevamente, y fallar nuevamente". El sistema es un “doom loop”, en palabras del funcionario del Banco de Inglaterra responsable de la estabilidad financiera.

Básicamente, la misma lógica se aplica en otros lugares. Hace un año, el mundo de los negocios reconoció que las compañías de seguros y las grandes farmacéuticas, en fuerte desafío a la voluntad pública, habían logrado destruir la posibilidad de una reforma de salud seria, un asunto muy serio, no solo para las personas que sufren de disfunciones. sistema de salud, pero incluso por razones económicas estrechas. Alrededor de la mitad del déficit que se nos indica que lamentemos es atribuible a gastos militares sin precedentes, que aumentaron bajo Obama, y ​​la mayor parte del resto a los crecientes costos del sistema de salud privatizado y virtualmente no regulado, único en el mundo industrial, también único en su obsequios a las compañías farmacéuticas, con la oposición de solo el 85 por ciento de la población. En agosto pasado, Business Week tuvo un artículo de portada que celebraba la victoria de las industrias de seguros de salud. Por supuesto,

Al observar esta victoria, el Instituto Americano del Petróleo, respaldado por la Cámara de Comercio y los otros grandes lobbies empresariales, anunció que utilizará el modelo de las campañas de la industria de la salud para intensificar sus esfuerzos masivos de propaganda para convencer al público de que descarte las preocupaciones sobre calentamiento global antropogénico. Eso se ha hecho con gran éxito; los que creen en esta patraña liberal se han reducido a apenas un tercio de la población. Los ejecutivos dedicados a esta tarea saben tan bien como el resto de nosotros que el engaño liberal es real y las perspectivas sombrías. Pero están cumpliendo su rol institucional. El destino de las especies es una externalidad que deben ignorar, en la medida en que prevalezcan los sistemas de mercado.

Una de las articulaciones más claras y conmovedoras del estado de ánimo público que he visto fue escrita por Joseph Andrew Stack, quien hace unas semanas estrelló su avioneta contra un edificio de oficinas en Austin, Texas, y se suicidó. Dejó un manifiesto explicando sus acciones. En su mayoría fue ridiculizado, pero creo que merece mucho mejor.

El manifiesto de Stack rastrea la historia de vida que lo llevó a este último acto desesperado. La historia comienza cuando él era un estudiante adolescente que vivía con una miseria en Harrisburg, Pensilvania, cerca del corazón de lo que alguna vez fue un gran centro industrial. Su vecina era una mujer de unos 80 años que sobrevivía con comida para gatos, la “esposa viuda de un trabajador siderúrgico jubilado. Su esposo había trabajado toda su vida en las acerías del centro de Pensilvania con la promesa de las grandes empresas y el sindicato de que, por sus 30 años de servicio, tendría una pensión y atención médica que esperaría en su jubilación. En cambio, fue uno de los miles que no recibió nada porque la incompetente administración de la fábrica y el sindicato corrupto (sin mencionar al gobierno) asaltaron sus fondos de pensiones y robaron su jubilación. Todo lo que tenía era seguridad social para vivir” (citando); y Stack podría haber agregado que ha habido esfuerzos concertados y continuos por parte de los superricos y sus aliados políticos para eliminar incluso eso por motivos falsos. Stack decidió entonces que no podía confiar en las grandes empresas y que actuaría por su cuenta, solo para descubrir que no podía confiar en un gobierno al que no le importaba nada la gente como él, sino solo los ricos y privilegiados, o un sistema legal. en el que, en sus palabras, “hay dos 'interpretaciones' de cada ley, una para los muy ricos y otra para el resto de nosotros”. O un gobierno que nos deja con “la broma que llamamos el sistema médico estadounidense, incluidas las compañías farmacéuticas y de seguros [que] están asesinando a decenas de miles de personas al año”, con atención racionada en gran medida por la riqueza, no por la necesidad. Todo en un orden social en el que “un puñado de matones y saqueadores pueden cometer atrocidades impensables... y cuando llega el momento de que su tren de la salsa se derrumbe bajo el peso de su glotonería y su abrumadora estupidez, la fuerza del gobierno federal en pleno no tiene dificultad en llegar. en su ayuda en días, si no horas”. Y mucho más.

Stack nos dice que su acto final desesperado fue un esfuerzo por mostrar que hay personas dispuestas a morir por su libertad, con la esperanza de despertar a otros de su letargo. No me sorprendería si tuviera en mente la muerte prematura del trabajador del acero que le enseñó sobre el mundo real cuando era adolescente. Ese trabajador del acero no se suicidó literalmente después de haber sido arrojado al basurero, pero está lejos de ser un caso aislado; A la colosal cifra de los crímenes institucionales del capitalismo de Estado podemos sumar su caso y muchos otros similares.

Hay estudios conmovedores sobre la indignación y la ira de aquellos que han sido dejados de lado cuando los programas de financierización y desindustrialización de las corporaciones estatales han cerrado plantas y destruido familias y comunidades. Revelan la sensación de traición aguda por parte de los trabajadores que creían que habían cumplido con su deber para con la sociedad en un pacto moral con las empresas y el gobierno, solo para descubrir que habían sido solo instrumentos para obtener ganancias y poder, perogrulladas de las que se despojaron. había sido cuidadosamente protegida por instituciones doctrinales.

Leyendo el manifiesto de Joe Stack y mucho más, me encuentro recuperando recuerdos de la infancia y mucho más que entonces no entendía. La República de Weimar fue el apogeo de la civilización occidental en las ciencias y las artes, también considerada como un modelo de democracia. A lo largo de la década de 1920, los partidos tradicionales liberal y conservador entraron en un declive inexorable, mucho antes de que el proceso se intensificara con la Gran Depresión. La coalición que eligió al general Hindenburg en 1925 no era muy diferente de la base de masas que llevó a Hitler al poder ocho años más tarde, obligando al aristocrático Hindenburg a elegir como canciller al “pequeño cabo” que despreciaba. Todavía en 1928, los nazis tenían menos del 3 por ciento de los votos. Dos años más tarde, la prensa más respetable de Berlín lamentaba ver a los muchos millones en este "país altamente civilizado" que habían "dado su voto a la charlatanería más común, hueca y cruda". El público comenzaba a disgustarse con las disputas incesantes de la política de Weimar, el servicio de los partidos tradicionales a los intereses poderosos y su incapacidad para abordar los agravios populares. Se sintieron atraídos por fuerzas dedicadas a sostener la grandeza de la nación y defenderla contra amenazas inventadas en un estado revitalizado, armado y unificado, marchando hacia un futuro glorioso, dirigido por la figura carismática que estaba llevando a cabo “la voluntad de la eterna Providencia, el Creador del universo”, mientras oraba a las masas hipnotizadas. Para mayo de 1933, los nazis habían destruido en gran medida no solo los partidos gobernantes tradicionales, pero incluso los grandes partidos de la clase obrera, los socialdemócratas y los comunistas, junto con sus asociaciones muy poderosas. Los nazis declararon el Primero de Mayo de 1933 como feriado de los trabajadores, algo que los partidos de izquierda nunca habían podido lograr. Muchos trabajadores participaron en las enormes manifestaciones patrióticas, con más de un millón de personas en el corazón del Berlín Rojo, sumándose a agricultores, artesanos, comerciantes, paramilitares, organizaciones cristianas, clubes de atletismo y tiro, y el resto de la coalición que se formó. tomando forma cuando el centro colapsó. Al comienzo de la guerra, quizás el 90 por ciento de los alemanes marchaban con camisas marrones. Muchos trabajadores participaron en las enormes manifestaciones patrióticas, con más de un millón de personas en el corazón del Berlín Rojo, sumándose a agricultores, artesanos, comerciantes, paramilitares, organizaciones cristianas, clubes de atletismo y tiro, y el resto de la coalición que se formó. tomando forma cuando el centro colapsó. Al comienzo de la guerra, quizás el 90 por ciento de los alemanes marchaban con camisas marrones. 

Como mencioné, tengo la edad suficiente para recordar esos días escalofriantes y ominosos del descenso de Alemania de la decencia a la barbarie nazi, para tomar prestadas las palabras del distinguido estudioso de la historia alemana Fritz Stern. Nos dice que tiene en mente el futuro de los Estados Unidos cuando repasa “un proceso histórico en el que el resentimiento contra un mundo secular desencantado encontró liberación en el escape extático de la sinrazón”.

El mundo es demasiado complejo para que la historia se repita, pero, sin embargo, hay lecciones a tener en cuenta. No faltan tareas para quienes eligen la vocación de intelectuales críticos, cualquiera que sea su posición en la vida. Pueden tratar de barrer las nieblas de la ilusión cuidadosamente ideada y revelar la cruda realidad. Pueden involucrarse directamente en las luchas populares, ayudar a organizar a los innumerables Joe Stacks que se están destruyendo a sí mismos y tal vez al mundo y unirse a ellos para liderar el camino hacia un futuro mejor.

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