- Y sin embargo, en su obra aún prende un rescoldo de optimismo.
- Me niego a abandonar la esperanza de que haremos lo que se debe hacer. Aunque no resulta evidente, tal y como están las cosas hoy. La tendencia a la desigualdad, que según los registros aumentaba de manera constante hasta hace poco, se ha invertido. La diferencia entre la renta per cápita que separa a los países desarrollados del resto del mundo seguía creciendo hasta hace poco tiempo, mientras que la diferencia entre los ricos y los pobres en todos o casi todos los países del primer mundo disminuía y el tema de la desigualdad social parecía firmemente bajo control en ellos... La situación actual es exactamente la contraria: el PIB de los países más ricos y de los países más pobres está acercándose e incluso colmando la diferencia que les solía separar, mientras que la distancia entre la cabeza y la cola de la jerarquía de la riqueza y de los ingresos en muchos de los países desarrollados ha vuelto a su envergadura de antaño, olvidada hace ya tiempo.
- Nace así una nueva pobreza en los países avanzados. ¿No hay futuro para la clase media?
- La clase media, esto es, la gran masa de población que se extiende desde los que se encuentran en la parte más alta y cuya riqueza está garantizada hasta los de la parte más baja, que tienen garantizada su pobreza, está destinada a durar tanto como la sociedad dirigida por el mercado. Pero actualmente está viviendo unos tiempos difíciles y muchos de los países endeudados hasta el cuello, que temen nuevos recortes y despidos y que afrontan la necesidad de reducir drásticamente sus niveles de bienestar, revisan a la baja su modo de vida. Hace más o menos una década, el gran pensador estadounidense Richard Rorty insinuaba que, tras décadas de “aburguesamiento del proletariado”, entraríamos en una época de “proletarización de la clase media, es decir, de la “burguesía”. Hoy en día, la insinuación de Rorty parece cada vez más una profecía que se está cumpliendo...
- ¿La crisis acelera la tendencia que usted señala hacia la modernidad líquida y las identidades flexibles?
- La modernidad sigue siendo tan líquida como antes, incluso más que antes de la crisis actual, y por eso las identidades sólo pueden seguir siendo flexibles. Sin embargo, lo que cambió el hundimiento del crédito es el abanico de posibilidades que se abrió ante esas “identidades flexibles” y su capacidad para elegir e imponer lo que elijan. Para muchas personas el número de opciones probablemente se reducirá, la capacidad de elegir disminuirá radicalmente. Las generaciones más jóvenes que entran ahora en el mercado de trabajo se enfrentan a una fragilidad social que la mayoría de sus padres pudo evitar: los horrores del empleo a corto plazo y su debilidad, y asumir la necesidad de aceptar la degradación social y el drástico recorte de las ambiciones personales. Incluso la perspectiva de la humillación personal y el rechazo de la valía y la dignidad, esas pruebas del destino tan potencialmente dolorosas para la autoestima humana...
- ¿Y la felicidad?
- Hasta la reciente crisis la visión del mundo se construía sobre el “disfrute ahora y pague más tarde”. La felicidad estaba casi totalmente basada en una mayor libertad: más opciones, más cambios, más deseos y más emoción, experiencias no probadas y sensaciones deliciosas. Todos los demás problemas se resolverían solos. Pero actualmente nuestro mundo padece claustrofobia, cada vez más repleto de competidores. La protección de lo que ya tenemos está a la orden del día, más que la persecución de lo que todavía no tenemos. La seguridad se está desplazando, despacio aunque de manera constante, hacia el lugar que hasta hace poco ocupaba la libertad: “Asegurémonos de que nadie nos quita lo que ya hemos conseguido, más que preocuparnos de conseguir más” se convierte en el lema del día. La “seguridad” se eleva a valor supremo. Los Gobiernos buscan legitimar su poder a través de la demostración de su dureza con la criminalidad, la inmigración o el terrorismo.
- ¿Por qué afirma que la izquierda ha olvidado su compromiso de defender a los pobres?
- Bien, una de las razones es porque es verdad, más allá de toda duda razonable. Los partidos de izquierdas han abandonado en general -en el ejercicio de su gobierno, pero, cada vez más, también en sus declaraciones- la causa del más débil: de los pobres, de los humillados, de los abandonados o los discriminados. Olvidaron e incluso rechazaron abiertamente los dos principios axiomáticos en los que se basa la crítica izquierdista del statu quo: primero, que la comunidad tiene el deber de asegurar a cualquiera de sus miembros frente a un infortunio individual, y segundo, que la calidad de la sociedad debería medirse, no en función del bienestar medio de sus miembros, sino del de sus partes más débiles. En su lugar, compiten con la derecha política por allanar el camino al gobierno de los mercados y de la filosofía que fomentan con hechos y palabras, a pesar de la creciente injusticia, la desigualdad y el sufrimiento que ello conlleva. Mientras, la extrema derecha y los movimientos populistas recogen los postulados que la izquierda abandonó pretendiendo ser sus engañosos defensores, mientras desvían a la gente del verdadero origen de su desgracia.
- Sus tesis seducen a los antiglobalizadores. ¿No observa una globalización positiva?
- Hasta ahora, sólo hemos presenciado la globalización negativa, es decir, la globalización de fuerzas como las finanzas, el comercio de materias primas, la información, la criminalidad, el terrorismo, las drogas y el tráfico de armas que son fuerzas que, a pesar de sus profundas diferencias, están unidas por su costumbre y su intención de “violar las fronteras”: por su resistencia, su rechazo y su inobservancia de las leyes locales, los valores, las costumbres y los intereses y por el incumplimiento de la voluntad de los “nativos”. Todavía no hemos empezado en serio la globalización positiva: la ardua lucha para diseñar, construir y poner en marcha unas verdaderas instituciones políticas y judiciales globales y con iniciativa, con el derecho y la capacidad de controlar y supervisar las actividades de todas esas fuerzas actualmente desenfrenadas y de adelantarse a las consecuencias destructivas y catastróficas de sus promesas.
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