La ignorancia e incertidumbre actual | por Jürgen Habermas ~ Bloghemia La ignorancia e incertidumbre actual | por Jürgen Habermas

La ignorancia e incertidumbre actual | por Jürgen Habermas







"Los expertos en ciencias económicas y sociales deberían así evitar pronósticos imprudentes. Pero una cosa puede decirse: nunca ha habido tanta consciencia de nuestra ignorancia y de la compulsión a actuar y vivir bajo incertidumbre."  







Entrevista a Jürgen Habermas, realizada por el periodista Markus Schwering el 3 de abril del año 2020.

[Markus Schwering]: Jürgen Habermas, cómo está viviendo personalmente la crisis del Covid?

Solo puedo decir lo que me pasa por la cabeza en estos días. Nuestras sociedades complejas afrontan permanentemente enormes incertidumbres que ocurren localmente y de forma asíncrona,  procesadas en los distintos subsistemas de la sociedad de manera más o menos discreta por los expertos responsables. Pero ahora es una inseguridad existencial la que, global- y síncronamente, se está extendiendo y por cierto en la mente de los propios individuos inter-conectados digitalmente.  Cada persona asume en sí los riesgos, pues la principal variable en la lucha contra la pandemia es el auto-aislamiento respecto de los desbordados sistemas de salud. Por eso, la incertidumbre no se relaciona solo con el cara a cara con los peligros de la epidemia, sino también con las absolutamente imprevisibles consecuencias económicas y sociales. Es en este sentido, hasta donde se puede saber, que, a diferencia con el virus, no hay actualmente ningún experto que pueda estimar con seguridad estas consecuencias. Los expertos en ciencias económicas y sociales deberían así evitar pronósticos imprudentes. Pero una cosa puede decirse: nunca ha habido tanta consciencia de nuestra ignorancia y de la compulsión a actuar y vivir bajo incertidumbre.

Su nuevo libro"Auch eine Geschichte der Philosophie“ va ya por la tercera edición. Su contenido -la relación entre creencia y conocimiento en la tradición occidental- no es precisamente sencillo.  ¿Pensó que tendría este éxito?

Sobre eso no se piensa cuando uno escribe un libro de este tipo. Solo se teme cometer errores, se piensa en las posibles réplicas a cada capítulo de los expertos, que conocen mejor los detalles.

Me ha llamado la atención un recurso didáctico: repeticiones, flashbacks y resúmenes que articulan el conjunto y brindan un respiro. Pretenden, como parece, facilitar la lectura al laico interesado.

Los lectores de mis libros eran, hasta ahora, colegas académicos y estudiantes de diversas ramas, sobre todo profesores, algunos de los cuales enseñan ética y estudios sociales. Pero esta vez, en las cartas durante los primeros meses desde su publicación, me he encontrado con un grupo completamente diferente, por supuesto, aquellos que están interesados en el tema de la creencia y el conocimiento, pero también personas en general reflexivas y que buscan consejo, incluidos médicos, gerentes, abogados, etc…Parecen confiar en que la filosofía les ayude a autocomprenderse. Eso me alegra, porque el peligro de una excesiva especialización que dañe la imagen del filósofo y del ámbito fue una de las razones para este libro.

En el título de su libro, que se remonta a Herder, me irrita la palabra “también”  …

El “también” del título llama la atención del lector sobre el hecho de que esta es solo una, aunque nueva, interpretación de la historia de la filosofía, entre otras posibles. Este gesto modesto advierte al lector del malentendido de estar ante una historia completa o incluso definitiva de la filosofía. Yo mismo sigo la línea de interpretación de que esta historia puede entenderse como un proceso de aprendizaje desde la perspectiva de una cierta comprensión del pensamiento posmetafísico. Ningún autor individual puede evitar una perspectiva particular; y, por supuesto, esto siempre refleja algo de sus convicciones teóricas. Pero esto solo es la expresión de una conciencia falibilista que de ningún modo debe relativizar la exigencia de verdad de mis afirmaciones.

El  "auch" del título presenta la cuestión de en qué relación se encuentran la historia de la filosofía y la temática creencia/conocimiento. Tengo la impresión de que esta relación no está libre de tensiones. 

Como filósofo me interesa la cuestión de lo que podemos aprender del discurso sobre la creencia y el conocimiento. El problema de la relación entre Moralidad y Eticidad que asociamos con Kant y Hegel adquiere así más relevancia, pues es un problema que surge de la apropiación del núcleo universalista de la ética del amor cristiana, secularizándola y radicalizándola. Pues lo que me interesa es el proceso de la traducción conceptual de los contenidos centrales de la tradición religiosa, lo que incluye la apropiación posmetafísica de la idea de que todos los creyentes conforman una comunidad universal y fraternal y de que cada persona particular, por su insustituible y no intercambiable individualidad, merece un trato justo. Esta igualdad de trato no es banal, como estamos viendo con la crisis del Covid.

¿Hasta qué punto?

En el curso de la actual crisis se pueden ver políticos que en algunos países dudan si basar su estrategia en el principio de que los esfuerzos del Estado por salvar cada vida deban priorizarse sobre el cálculo utilitario de los indeseables costes económicos que eso pueda tener. Pero al dar rienda suelta a la epidemia para lograr rápidamente una inmunidad de grupo, el Estado asumiría igualmente el riesgo evitable del previsible colapso del sistema de salud y, por tanto, una proporción relativamente mayor de muertes. Mi “Geschichte ” arroja también luz sobre el trasfondo filosófico-moral de las actuales estrategias en relación a tales crisis.

El devenir de la filosofía occidental le parece relativamente consistente a pesar de los saltos y de los nuevos enfoques. Pero, ¿no asume esa consistencia igualmente las pérdidas? 

Una historia convencional de la filosofía sin el irritante “también” aspira a una integridad que, como dije, un solo autor ni siquiera puede emprender. Sin embargo, la exigencia de buscar “procesos de aprendizaje”, como si fuera una historia de la ciencia, revela una perspectiva muy inusual. Por un lado, esto choca con la convicción platónica de que todos los grandes filósofos siempre piensan lo mismo de diferentes maneras, pero, por otro, también choca con el actual predominante escepticismo, dilucidado históricamente en principio, sobre cualquier concepto de progreso. También estoy lejos de un pensamiento del progreso histórico-filosófico. Si uno elige el “aprendizaje” como hilo conductor, en el sentido de soluciones que se van dando  y  de una continuidad de los problemas, eso no significa que se adscriba teleología a la historia de la filosofía. No hay telos que pueda reconocerse  “mirando desde ninguna parte”, sino solo “nuestro” punto de vista retrospectivo, con mejores o peores razones, por lo que las soluciones provisionales y por eso históricamente determinadas siguen a un cierto tipo de problemas.

Pero , ¿no sugiere su libro la pregunta de si hay “progreso” en el pensamiento filosófico? Sencillamente: ¿Es “mejor” Kant que Aristóteles? 

Por supuesto que no, tan poco como que Einstein fue “mejor” que Newton. No quiero desdibujar las diferencias significativas entre el pensamiento filosófico y el científico y menos quiero hablar de “progreso” en el mismo sentido. En ambos casos, los enfoques teóricos y los paradigmas “se quedan anticuados” aunque de una manera diferente. Pero los autores mencionados se han convertido en pioneros en términos de los problemas que resolvieron en su tiempo a la luz de los problemas actuales y la información y las razones disponibles en ese momento. Anularon las interpretaciones hasta entonces. Y se han convertido en pensadores clásicos, lo que significa que todavía tienen algo que decirnos. La ciencia actual también se vincula con las ideas de los Segundos Analíticos de Aristóteles y la ética contemporánea con los conceptos de autonomía y justicia de Kant, aunque en contextos lingüístico-teoréticos diferentes.

Le veo una fuerte simpatía por los desarrollos filosóficos de la Edad Media cristiana, que no se sospechaba hasta ahora. ¿Es esta simpatía el resultado de un, para usted igualmente sorprendente, proceso de aprendizaje?

En mi última conferencia antes de retirarme, hace tiempo, me ocupé de Santo Tomás. En aquel entonces ya estaba fascinado por la fuerza constructiva y la consistencia interna de este gran sistema. Ahora me ha impresionado igualmente la lectura de Dun Scotus y Wilhelm von Ockham. Sí, estos son procesos de aprendizaje puestos al día, con los cuales, bien visto, me ocupo en una ya extensa línea de investigación sobre la revalorización de una Alta Edad Media que se adentra en la Modernidad.

Sin embargo, respondería a la pregunta de con qué figura de la historia de la filosofía se identifica usted con mayor probabilidad que Spinoza. Hay partes en el capítulo sobre Spinoza donde diría espontáneamente: aquí se describe Habermas a sí mismo.

Eso me sorprende un poco. Aunque el intérprete puede entender a un autor mejor que él mismo. Solo ahora he entendido algo de cuando leí a Spinoza. En el contexto de la historia de los Marranos, esos judíos españoles perseguidos que se convirtieron externamente al catolicismo bajo la compulsión del rey español, entendí por qué Spinoza disfrutó de una veneración casi aún mayor que Kant en las casas burguesas germano-judías de tantos intelectuales del siglo XX. Leo Strauß dice en la introducción de la traducción al inglés de su libro sobre Spinoza: Spinoza no fue solo el renegado y simple ateo, tal como fue perseguido en su época, sino más bien el honesto ilustrado que no negó la sustancia de su origen religioso, en la medida en que haya razones para ello, sino que la “asumió” en sentido hegeliano. Sobre eso siento simpatía. Mirándolo históricamente, el pensamiento de Spinoza formó parte de los inicios del gran movimiento especulativo del idealismo alemán sobre todo a través de la Naturphilosophie del joven Schelling.

Precisamente Nietzsche queda fuera, quien en el contexto de la teología del “Dios ha muerto” habría sido una excelente opción para la cuestión central de “Creencia y conocimiento”. ¿Por qué?

Todo adolescente atraído por la literatura ha declamado alguna vez su Nietzsche en voz alta, yo también. Pero después de la guerra, el Nietzsche celebrado como filósofo del Estado en la era nazi con su interpretación social-darwinista de la “Voluntad de Poder”, estaba todavía presente. Por esta razón política, fui vacunado contra el permanente atractivo de su prosa. Incluso después de conocer mejor su lado urbano desde la perspectiva francesa, me mantuve a distancia de este autor, excepto por sus ideas epistemológico-antropológicas. Tampoco por razones objetivas me convence la “genealogía del cristianismo”, ni siquiera como un alimento para el pensamiento: Nietzsche revela en él una relación injusta con su tema. En realidad, solo estoy interesado en un cierto aspecto de su historia, que no habría encajado en el marco temporal de mi proyecto, la tendencia fatal de algunos filósofos a sublimar de un modo estético las experiencias religiosas reprimidas.

Usted usa muchas veces la expresión “ateísmo de masas” referido a las sociedades occidentales modernas. Eso suena despectivo y podría confirmar su tendencia general a posicionarse en el espíritu de la época: decididamente “secular” cuando aún no era popular, y con la misma decisiva crítica cuando lo “secular” deviene irreflexivamente mainstream

En eso me siento mal interpretado.  Con la expresión sociológica “ateísmo de masas”, quiero referirme únicamente al aspecto cuantitativo del debilitamiento del poder vinculante de las iglesias discutido en el primer capítulo, que hoy observamos especialmente en las sociedades de Europa occidental y central. Esta sociedades muestran una actitud que yo mismo calificaría con la expresión crítica “laicista”.

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