¿Es, pues, importante pensar? | por Michel Foucault ~ Bloghemia ¿Es, pues, importante pensar? | por Michel Foucault

¿Es, pues, importante pensar? | por Michel Foucault




"La ‘psiquiatrización’ de la vida cotidiana, si se la examinase de cerca, revelaría posiblemente lo invisible del poder." - Michel Foucault
                                 




 Entrevista realizada por el biógrafo de Foucault, Didier Eribon, aparecida en Liberation, en mayo de 1981, pág. 21





—La noche de las elecciones, le preguntamos por sus primeras reacciones. Usted no quiso responder. Pero, hoy, se siente más cómodo para hablar…

—En efecto, yo consideraba que votar, es, en sí, una manera de actuar. Después, corresponde al gobierno actuar a su vez. Ahora ha llegado el momento de reaccionar ante lo que comienza a hacerse.

De todos modos, creo que hay que considerar que la gente es lo bastante mayor para decidir sola en el momento del voto, y para regocijarse a continuación si es el caso. Me parece además que se las han arreglado muy bien.

—Entonces, ¿cuáles son sus impresiones hoy?

—Me llaman la atención tres cosas. Desde hace una veintena de años, se han planteado una serie de cuestiones en la sociedad misma. Y esas cuestiones durante mucho tiempo no han tenido derecho de ciudadanía en la política «seria» e institucional.

Los socialistas parecen haber sido los únicos en captar la realidad de esos problemas, en hacerse eco de ellos —lo que no ha sido ajeno, sin duda, a su victoria.

En segundo lugar, en relación con esos problemas (pienso sobre todo en la justicia o en la cuestión de los inmigrantes) las primeras medidas o las primeras declaraciones son absolutamente conformes a lo que podría llamarse una «lógica de izquierda». Aquella por la que Mitterrand ha sido elegido.

Tercero, lo que es más destacable, las medidas no van en el sentido de la opinión mayoritaria. Ni respecto a la pena de muerte, ni sobre la cuestión de los inmigrantes, las decisiones siguen la opinión más corriente.

Eso desmiente lo que había podido decirse sobre la inanidad de todas esas cuestiones planteadas en el curso de estos diez o quince últimos años; lo que se había podido decir de la inexistencia de una lógica de izquierda en la manera de gobernar; lo que se ha podido decir sobre las facilidades demagógicas de las primeras medidas que iban a ser tomadas. Sobre lo nuclear, los inmigrantes, la justicia, el gobierno ha anclado sus decisiones en problemas realmente planteados ateniéndose a una lógica que no iba en el sentido de la opinión mayoritaria. Y estoy seguro de que la mayoría aprueba esta manera de hacer, si no las medidas mismas. Al decir esto, no digo, está hecho y ahora podemos irnos a descansar. Estas primeras medidas no son una carta constitucional, no obstante son más que gestos simbólicos.

Compare con lo que Giscard hizo al día siguiente de su elección: un apretón de manos a los presos. Era un gesto puramente simbólico dirigido a un electorado que no era el suyo. Hoy, tenemos un primer conjunto de medidas efectivas que quizá pillen a contrapié a una parte del electorado, pero marcan un estilo de gobierno. 

—En efecto se trata de una manera de gobernar muy distinta la que parece entrar en juego.

—Sí, es un punto importante, y que ha podido aparecer desde la victoria electoral de Mitterrand. Me parece que esta elección ha sido vivida por muchos como una especie de victoria-acontecimiento, es decir, una modificación de la relación entre gobernantes y gobernados. No que los gobernados hayan tomado el lugar de los gobernantes. Después de todo, se ha tratado de un desplazamiento en la clase política. Se entra en un gobierno de partido con los peligros que eso comporta, y eso no hay que olvidarlo nunca.

Pero lo que está en juego a partir de esta modificación es saber si es posible establecer entre gobernantes y gobernados una relación que no sea una relación de obediencia, sino una relación en la que el trabajo tenga un papel importante.

—¿Quiere decir que va a ser posible trabajar con este gobierno?

—Hay que salir del dilema: o se está a favor o se está en contra. Después de todo se puede estar de cara y de pie. Trabajar con un gobierno no implica ni sujeción ni aceptación total. Se puede a la vez trabajar y ser remiso. Pienso incluso que las dos cosas van a la par.

—¿Después del Michel Foucault crítico vamos a ver al Michel Foucault reformista? ¿Era, al fin y al cabo, un reproche a menudo dirigido a la crítica realizada por los intelectuales, que no lleva a nada?

—Responderé en primer lugar al punto del «eso no ha aportado nada». Hay centenas e incluso millares de personas que han trabajado en la emergencia de un cierto número de problemas que hoy se han planteado efectivamente. Decir que eso no ha aportado nada es completamente falso. ¿Piensa que hace veinte años se planteaban los problemas de la relación entre la enfermedad mental y la normalidad psicológica, el problema de la prisión, el problema del poder médico, el problema de la relación entre los sexos, etc., como se plantean hoy?

Por otra parte, no hay reformas en sí. Las reformas no se producen en el aire, independientemente de los que las hacen. No se puede no tener en cuenta a quienes tendrán que gestionar esta transformación.

Y, sobre todo, no creo que se puedan oponer crítica y transformación. La crítica «ideal» y la transformación «real».

Una crítica no consiste en decir que las cosas no están bien como están. Consiste en ver sobre qué tipo de evidencias, de familiaridades, de modos de pensamiento adquiridos y no reflexionados reposan las prácticas que se aceptan.

Hay que liberarse de la sacralización de lo social como única instancia de lo real y dejar de considerar como aire esta cosa esencial en la vida humana y en las relaciones humanas, me refiero al pensamiento. El pensamiento existe, bien más allá, bien más acá de los sistemas y de los edificios discursivos. Es algo que a menudo se esconde, pero siempre anima los comportamientos cotidianos. Hay siempre un poco de pensamiento incluso en las instituciones más tontas, hay siempre pensamiento incluso en las mudas costumbres.

La crítica consiste en desemboscar este pensamiento e intentar cambiarlo, mostrar que las cosas no son tan evidentes como se cree, hacer que lo que se acepta como que va de suyo deje de ir de suyo. Hacer crítica es volver difíciles los gestos demasiado fáciles.

En esas condiciones, la crítica (y la crítica radical) es absolutamente indispensable para toda transformación. Pues una transformación que se quedase en el mismo modo de pensamiento, una transformación que no fuera más que una cierta manera de ajustar mejor el mismo pensamiento a la realidad de las cosas no sería más que una transformación superficial.

Por el contrario, a partir del momento en que se comienza a no poder pensar ya las cosas como se las piensa, la transformación se hace a la vez muy urgente, muy difícil y perfectamente posible.

Por tanto, no hay un tiempo para la crítica y un tiempo para la transformación, no hay los que tienen que hacer la crítica y los que tienen que transformar, aquellos que están encerrados en una radicalidad inaccesible y los que están obligados a hacer las concesiones necesarias a lo real. De hecho, creo que el trabajo de transformación profunda no puede hacerse más que al aire libre y siempre agitado por una crítica permanente.

—Pero ¿piensa usted que el intelectual debe tener un papel programador en esta transformación?

—Una reforma nunca es sino el resultado de un proceso en el que hay conflicto, enfrentamiento, lucha, resistencia…

Decirse de entrada: ¿cuál es la reforma que voy a poder hacer? Ese no es, creo, para el intelectual un objetivo a perseguir. Su papel, puesto que trabaja precisamente en el orden del pensamiento, es ver hasta qué punto la liberación del pensamiento puede conseguir volver estas transformaciones lo suficientemente urgentes como para que haya ganas de acometerlas, y lo suficientemente difíciles de acometer como para que se inscriban hondamente en lo real.

Se trata de volver los conflictos más visibles, de tornarlos más esenciales que los simples enfrentamientos de interés o simples bloqueos institucionales. De esos conflictos, de esos enfrentamientos debe salir una nueva relación de fuerzas cuyo perfil provisional será una reforma.

Si no ha habido en la base el trabajo del pensamiento sobre sí mismo y si efectivamente los modos de pensamiento, es decir, los modos de acción, no han sido modificados, cualquiera que sea el proyecto de reforma, se sabe que va a ser fagocitado, digerido por tipos de comportamiento y por instituciones que serán siempre los mismos.

—Después de haber participado en numerosos movimientos, se ha retirado usted un poco. ¿Va usted a entrar de nuevo en tales movimientos?

—Cada vez que he intentado hacer un trabajo teórico, ha sido a partir de elementos de mi propia experiencia: siempre en relación con procesos que veía desarrollarse alrededor de mí. Es porque pensaba reconocer en las cosas que veía, en las instituciones con las que tenía que ver, en mis relaciones con los demás, grietas, sacudidas sordas, disfunciones por lo que yo emprendía un trabajo, algunos fragmentos de autobiografía

Yo no soy un activista retirado y que, hoy, querría retomar el servicio. Mi modo de trabajo no ha cambiado mucho; pero lo que espero de él es que continúe todavía cambiándome

—Se le toma por bastante pesimista. Escuchándole, yo le creería más bien optimista.

—Hay un optimismo que consiste en decir: de todos modos, eso no podía ser mejor. Mi optimismo consistiría más bien en decir: tantas cosas pueden ser cambiadas, frágiles como son, ligadas más a contingencias que a necesidades, a más de arbitrario que de evidente, a más contingencias históricas complejas pero pasajeras que a constantes antropológicas inevitables… Ya sabe, decir: somos mucho más recientes de lo que nos creemos, no es una manera de abatir sobre nuestras espaldas toda la pesantez de nuestra historia. Es más bien poner a disposición del trabajo que podemos hacer sobre nosotros mismos la parte más grande posible de lo que nos es presentado como inaccesible.


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