Por: Bertrand Russell
La filosofía, según entenderé la palabra, es algo intermedio entre la teología y la ciencia. Como la teología, consiste en especulaciones sobre temas de los cuales, hasta aquí, ha sido inalcanzable un conocimiento definido; pero como la ciencia, apela a la razón humana más que a la autoridad, ya sea la de la tradición o la de la revelación.
Todo conocimiento definido -así lo afirmaría yo- pertenece a la ciencia; todo dogma acerca de lo que sobrepasa el conocimiento definido pertenece a la teología. Pero entre la teología y la ciencia hay una tierra de nadie, expuesta al ataque por ambos lados; esta tierra de nadie es la filosofía. Casi todas las cuestiones de mayor interés para los espíritus especulativos son tales que la ciencia no puede responder, y las confiadas respuestas de los teólogos ya no parecen tan convincentes como en siglos anteriores.
¿Está dividido el mundo en mente y en materia, y, si es así, qué es la mente y qué es la materia? ¿Se halla la mente sujeta a la materia, o está dotada de facultades independientes? ¿Tiene el universo alguna unidad o propósito? ¿Hay realmente leyes de la naturaleza, o creemos en ellas solo por nuestro innato amor al orden? ¿Es el hombre lo que le parece al astrónomo, una minúscula masa de carbono impuso y de agua, que se arrastra impotente en un pequeño e insignificante planeta? ¿O es lo que se le antoja a Hamlet? ¿Es quizá ambas cosas a la vez? ¿Hay una norma de vida que es noble y otra que es baja, o todas las líneas de conducta son meramente fútiles? Si hay un modo de vida que es noble, ¿en qué consiste y como lo conseguiremos? ¿Debe el bien ser eterno para que merezca ser valorado, o es digno de que se lo busque incluso si el universo se mueve inexorablemente hacia la muerte? ¿Existe algo como la sabiduría, o lo que parece tal es simplemente el refinamiento último de la locura? A semejantes preguntas no puede encontrarse ninguna contestación en el laboratorio. Las teologías han declarado darles respuesta, todas demasiado precisas; más su misma precisión es la causa de que las mentes modernas las miren con suspicacia. El estudiar estas cuestiones, si no el contestarlas, es la tarea de la filosofía.
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