Por Joel Sangronis Padrón
Profesor de la Universidad Nacional Experimental "Rafael Marial Baralt"
No soy un ecologista fanático; no antepongo un supuesto “mundo natural” al mundo humano. Milito en la corriente del pensamiento ecológico conocida como ecología social o socioecológica, corriente esta que incluye a los desajustes socioeconómicos humanos como uno de los principales problemas ambientales; una corriente que supera la trampa epistemológica del reduccionismo biologicista en que caen la mayoría de las tendencias ecológicas y ambientales contemporáneas, trampa que arrebata o desconoce los contenidos políticos y socioeconómicos inherentes a toda propuesta ecológica.
Entiendo que la lucha por la defensa del ambiente está indisolublemente ligada a la lucha contra la explotación y la depredación capitalista; entiendo que no puede existir una sociedad sustentable dentro de la lógica del capital, y que la lucha por la defensa del entorno incluye indefectiblemente la lucha por la defensa del ser humano, tan agredido, tan alienado, tan cosificado y mercantilizado por la sociedad capitalista que su propia existencia ha perdido sentido; sin embargo, cada cierto tiempo mientras hago caminatas por los bosques del parque nacional Burro Negro, o por las montañas de la serranía del Paujil en el centro occidente de Venezuela, o camino en soledad frente al mar caribe, me complazco en imaginar como sería hoy el ecosistema terrestre si por algún azar evolutivo hace 2 millones de años el género Homínido no hubiera producido la rama del Homo Sapiens. Alejado del ruido de los hombres, envuelto por los sonidos de la naturaleza no antropizada, sueño despierto con un mundo que fue, y que ya no es ni volverá a ser.
Liberados mi mente y mi espíritu de las limitaciones del cuerpo y de la razón vuelo a través de un mundo maravilloso y ancestral, con imágenes que me son familiares y extrañas a la vez: veo una tierra llena de bosques, miles, millones de kilómetros cuadrados de una cúpula vegetal que se extiende en cada continente casi desde la orilla del mar hasta las mas altas montañas. ¡Una masa boscosa colosal! Como consecuencia de ella el aire es limpio y de una pureza indescriptible. En mi recorrido el cielo está inundado de bandadas de aves de todo tipo y colorido: sobre los cielos de Norteamérica miles de millones de palomas migratorias (hoy extintas) sobrevuelan los bosques de pinos, robles, abetos, arces y encinas. Acá en Venezuela, el firmamento de los cielos llaneros se puebla con decenas de miles de garza, loros, corocoras y ciento de especies que colorean la luz solar con tonos caleidoscópicos.
En las praderas norteamericanas mas de 80 millones de Bisontes hacen retemblar la tierra al huir de las manadas de lobos y de los Smylodon (Tigres dientes de sable) que los persiguen; cerca de ellos, majestuosas manadas de mamuts pacen en las frías praderas. Los océanos hierven de vida. Más de 400 mil Ballenas azules y cientos de miles de otras especies de Ballenas inundan con sus cantos la inmensidad del mar.
Las aguas oceánicas del todo el mundo rebosan pletóricas de vida; incontables y descomunales cardúmenes de Sardinas, Anchoas, Atunes, Bacalaos, Salmones y ciento de especies mas, incluyendo a sus depredadores, hacen que sea difícil recordar los desiertos en que el hombre ha convertido hoy a los mares.
En Europa los extensos rebaños de Úros, de Jabalíes, de Corzos, Renos, de Alces Gigantes, de Bisontes, de Rinocerontes lanudos, de Mamuts y muchas otras especies, vagan por entre sus bosques y llanuras, acechados por Lobos, Tigres siberianos y por Leones y Osos de las cavernas al norte y por Tigres caspianos y manadas de Leones del Atlas al sur.
El norte de África es un vergel que en nada se asemeja a las desérticas imágenes que hoy nos resultan comunes. La gran megafauna Africana (Elefantes, Jirafas, Ñues, Leones, Hipopótamos, Rinocerontes, etc…) hoy confinadas a pequeños espacios del África Oriental, llena con su presencia cada espacio disponible desde el Delta del Nilo en el Oriente, hasta las riberas del Atlántico en Occidente. El desierto del Sahara tiene una décima parte del tamaño que posee hoy, y cada año que pasa tiende a reducirse frente al avance inexorable de lo verde.
Las llanuras del creciente fértil, en el actual Irak, no son el desierto radioactivo en que los bárbaros y criminales invasores lo han convertido hoy; son pantanos y marismas de una gran belleza y amplio despliegue de vida, por algo las cosmogonías Judeocristianas y Musulmanas ubicaron allí el jardín del Edén .
La India y las islas del Asia suroriental son monumentos a la biodiversidad y a la hermosura; aun hoy, luego de milenios de devastación humana, la singularidad de sus parajes impacta y sobrecoge.
Los territorios de lo que hoy es China exhiben paisaje magnificentes, con grandes manadas de Elefantes y Rinocerontes, con decenas de miles de Tigres, Pandas y Osos, con sus Baiji (Delfines) saltando entre las aguas del Yang Tse.
La vida estalla en grandeza y biodiversidad por dondequiera que me lleva mi imaginario viaje. Me sorprendo al mirar cara a cara aves gigantes: Moas en Nueva Zelanda, Aves Elefantes en Madagascar, Alcas gigantes en la costa canadiense y Dodos en Mauricio.
En Australia la diversidad y complejidad de los marsupiales es asombrosa: incontables Canguros Gigantes, Diprodontes, Tilacinos (Lobos de Tasmania) y Leones Marsupiales.
El clima de la tierra sin haber sufrido milenios de deforestación e incendios provocados por el hombre y sin gases producto de la combustión de hidrocarburos es más frío que el actual.
Lo que a mis ojos y a mi espíritu se muestra es el verdadero Jardín del Edén, y según creo, nosotros los seres humanos no fuimos los destinatarios de este paraíso, por el contrario, estoy totalmente convencido de que en realidad los humanos fuimos y somos la serpiente que trajo la muerte y el pecado a este Edén llamado tierra. Ojala que aun haya tiempo para que la evolución del espíritu humano nos conduzca en un cercano futuro a asumir la culpa de nuestros actos como especie y comencemos la búsqueda que nos regresen al paraíso perdido.